22 de diciembre de 2016

El mito neoliberal y la “leyenda” populista.

¿Qué es un mito? Una definición posible diría que un mito (del griego μθος, mythos, «relato», «cuento») es un relato tradicional que se refiere a acontecimientos prodigiosos, protagonizados por seres sobrenaturales o extraordinarios, tales como dioses, semidioses, héroes, monstruos o personajes fantásticos, los cuales buscan dar una explicación a un hecho o un fenómeno.
Una leyenda, en cambio, es una narración popular que cuenta un hecho real , fabuloso de hechos naturales, sobrenaturales o una mezcla de ambos que se transmite de generación en generación en forma oral o escrita. Generalmente, el relato se sitúa de forma imprecisa entre el mito y el suceso verídico, lo que le confiere cierta singularidad.
La mitología sostiene, explica la cosmovisión de una sociedad o comunidad que la comparte. Los mitos forman parte del sistema de creencias de esa comunidad, que los considera verdaderos. Los mitos tienen la función de respaldo narrativo de sus creencias: conforman el relato de esa comunidad de creyentes, de quienes comparten una visión del mundo.
En el caso del que denominamos mito neoliberal, esta mitología sostiene un credo que postula como deidad máxima, ser extraordinario o personaje fantástico al cual la sociedad debe venerar, al que llamamos Dios Mercado (también conocido como “los mercados”). Se trata de un ser invisible (la “mano invisible”), omnipresente, omnisciente y por lo tanto todopoderoso. Según sus postulados, la sociedad o, en su defecto, el estado en su nombre sólo debe obedecerlo, no inmiscuirse en sus postulados, en sus dictados. Es decir que tanto el estado, la república o la democracia sólo deben respetar, mantener o reproducir los dictados de esa deidad.
El mito (cualquier mito) de por sí no requiere ni acepta la necesidad de probar las verdades que postula, porque es portador de una verdad revelada por sus profetas y explicada y regida por sus sacerdotes, quienes interpretan la realidad de acuerdo a las leyes de su credo.
La "mano invisible del mercado".
Como en toda religión o sistema de creencias, el dios supremo del neoliberalismo exige sacrificios a sus fieles, a la comunidad que se encuentra bajo su potestad; y quienes se encargan de recaudar o administrar el producto de esos sacrificios son los más altos miembros de su
séquito, sus sacerdotes, los ministros del gobierno que se encarga de mantener el culto y los mandatos de su ideología. La cabeza de esa cofradía neoliberal es en nuestro sistema el presidente de la república (hoy en día, Mauricio Macri, pero también lo fueron en su momento Carlos Menem y Fernando De La Rúa). Las ofrendas, producto de los sacrificios de la población y que son administradas por el clero neoliberal de turno, fluyen desde la base de la pirámide de la sociedad hacia su cúspide, desde las clases subalternas (bajas y medias) hacia las clases altas, es decir, los grandes empresarios nacionales o internacionales, las que (postula el credo neoliberal) en el mediano o largo plazo, derramarán el maná celestial, la riqueza producto de la economía de mercado hacia la sociedad toda.
Las leyes del culto y los postulados de su credo son difundidos, predicados entre los creyentes mediante la labor combinada de las estructuras educativas y los medios masivos de difusión (miembros ellos mismos de esa cúspide de la sociedad, principal beneficiada por la distribución ascendente de la riqueza). Los postulados del credo neoliberal descienden así desde la cumbre privilegiada de la sociedad hacia las clases subalternas, en forma de ideología hegemónica. De esta manera, el tándem sacerdotes-ideólogos-medios de difusión se complementa en la tarea de instalar y luego intentar cristalizar dicho mito en la sociedad.
Como en toda religión, hay fundamentalistas y apóstatas. Los primeros, ideólogos, economistas y analistas embanderados a ultranza en el credo neoliberal, gozan de una enorme difusión de sus opiniones y juicios de valor; en tanto que los segundos, tildados de “populistas”, sufren la escasez de difusión de sus opiniones en los medios y son víctimas de la desvalorización mediática por su oposición al mito reinante.
No obstante esto, la creencia de cierto sector en el credo/ideología regente en un determinado momento no es compacto ni permanente, porque debe someterse periódicamente al cotejo con la realidad que vive la ciudadanía toda. Allí es cuando las promesas, premisas o compromisos inherentes al pacto de confianza, al contrato entre los predicadores del credo y la sociedad toda se ponen a prueba. En el caso del mito neoliberal vigente hoy en día en nuestro país, a un año de la aplicación plena de su dogma, parece que los postulados por los cuales fue aceptado por la mayoría de la población no estarían cumpliéndose. Aunque, no está de más recordar que en nuestra historia nacional nunca se cumplieron. No obstante lo cual, repasemos la situación actual de dichas premisas.
Los profetas del neoliberalismo anunciaron la llegada de la “pobreza cero”, de una baja inflación, de una lluvia de inversiones extranjeras debido al prodigioso "clima de negocios" y confianza en las instituciones en general y al presidente Macri en particular, el crecimiento del PBI, el empleo y las exportaciones, un acercamiento al “mundo”, la llegada de la verdad en materia de funcionamiento del estado, etc.

Pero veamos ahora lo que ha sucedido efectivamente hasta hoy.
Las estimaciones del propio gobierno señalan que, si todo va sobre ruedas, este año tendremos una inflación superior al 40% (casi el doble de la de 2015 y la más alta en 25 años) y una caída en el PBI de un par de puntos, y llegaremos a fines de 2017 con una tasa inflacionaria de alrededor del 25% y con un leve crecimiento de la economía. Es decir que el macrismo practicando su credo neoliberal lograría, en la hipótesis más optimista, que a fines del segundo año de su administración haya una tasa de inflación similar a la del denostado populismo kirchnerista y un crecimiento del PBI similar a los 2,4 puntos que el INDEC macrista le reconoce al tándem Cristina Fernández/Kicillof. Pero el país ya no será el mismo, ya se habrá producido una enorme transferencia de ingresos desde las clases subalternas hacia la clase alta, la clase empresarial. El país se habrá endeudado como nunca en un solo año (alrededor de U$S 40.000 millones) para compensar los desequilibrios que afectan los gastos corrientes, no para inversión en infraestructura. El déficit fiscal pasó a ser el doble del que tenía el gobierno anterior, debido a la caída de la recaudación, con el agravante de que ahora es un déficit que no ayuda para impulsar el mercado interno, por lo que el consumo no para de caer mes a mes. El desempleo ya saltó del 5,9% en 2015 al 9,9% en 2016. Dos millones de argentinos cayeron en la pobreza y aumentaron la indigencia y la desigualdad.
Así y todo, “la lluvia de inversiones” prometidas por Cambiemos al llegar al gobierno no aparecieron. Al contrario, aumentó la fuga de capitales con relación al promedio anual de todo el kirchnerismo. El famoso “derrame” de la riqueza acumulada en las clases empresariales hacia las clases subalternas pronosticado, no sólo no sucedió sino que nadie seriamente puede anunciarlo para los años próximos.

El más exitoso predicador/propagandista del mito macrista
Como ya hemos señalado, un mito no acepta pruebas en contrario a sus verdades reveladas, y por eso vemos hoy que el gobierno y los sacerdotes del mito neoliberal paradójicamente señalan como el culpable de esas carencias no a su administración del estado ni a su programa de gobierno o a su error de diagnóstico sino al mismo “populismo” que gobernó el país hasta 2015, aduciendo además que los capitales externos no llegarían “por temor a que vuelva al poder el peronismo”. De esta manera se crea un relato similar a la serpiente que se muerde la cola o al mito del eterno retorno, ya que los benéficos capitales vendrían sólo si rige el mito neoliberal pero no vienen porque temen el retorno del mito peronista/kirchnerista... Ergo, la concreción del principal postulado del mito hegemónico es imposible.

Retomando la definición de mito, recordemos que un mito forma parte del sistema de creencias compartida por una comunidad, pero en toda sociedad compleja todos sus miembros no piensan o creen en lo mismo, ese sistema no es homogéneo, y puede contener distintos mitos conviviendo, o incluso mitos contrapuestos; y que en una democracia quien decide en definitiva qué mito rige en ella (cuál es el mito hegemónico) es la mayoría del pueblo mediante las urnas. Es decir que el mito que rige hoy puede no ser el mismo que lo haga mañana. Como ha sucedido tantas veces en nuestra historia. Por lo tanto, su continuidad depende de que la mayoría de los habitantes (votantes) siga creyendo en ese mito. En caso de que la mayoría de la sociedad deje de creer en el mito neoliberal porque no vea que lo que expresa o simboliza no se refleja en la realidad cotidiana de sus respectivas vidas y decaiga la cantidad de creyentes en él, se producirá una reacción del conjunto de sacerdotes, ideólogos o teólogos de la religión o creencia neoliberal hegemónica y de los demás difusores paraoficiales (el llamado establishment) con el propósito de ratificar a como dé lugar las verdades del mito, y amenazar con la llegada o retorno de los apóstatas o de las maldiciones del ignominioso “populismo kirchnerista”.


En ese caso se daría la paradoja de que los predicadores del mito neoliberal macrista deberán esforzarse mucho en probar que la realidad postulada por su relato mítico y político es real y que la realidad que el pueblo vivió desde mayo de 2003 hasta diciembre de 2015 -y que los fríos números de la economía demuestran- se trataba de una impostura, una ficción… una leyenda.

4 de diciembre de 2016

Primer año de gobierno: sin sorpresas, la revolución macrista va viento en popa.

A un año del triunfo de Cambiemos en las presidenciales de 2015 y casi uno de gobierno macrista, algunos argentinos se vieron sorprendidos con las medidas tomadas por el Poder Ejecutivo o con los resultados de las mismas (entre ellos, muchos de sus votantes), y a muchos más les llamó la atención la velocidad en que el macrismo las implementó (entre los que se encuentra este humilde servidor público). Los sorprendidos fueron víctimas del conveniente y oportuno camuflaje de su discurso conservador y neoliberal luego del triunfo del PRO en la segunda vuelta en el distrito de la capital de Argentina, por escaso margen, que colocó a su candidato, Rodriguez Larreta, en el gobierno de la ciudad. A partir de ese momento, el macrismo abandonó su oposición frontal al kirchnerismo y prometió mantener y mejorar todo lo que estaba bien y corregir todo lo que estaba mal. Sin embargo, luego de tan solo un año en el gobierno, Cambiemos empeoró lo que estaba mal y abolió o arruinó lo que estaba bien durante los gobiernos kirchneristas.
Las medidas tomadas por el presidente Macri no nos sorprendió a nosotros ni a algunos periodistas o humildes blogueros, ya que habíamos advertido el año anterior a quien quisiera escucharnos/leernos sobre el modelo o proyecto de país que Macri y sus socios políticos en Cambiemos se aprestarían a instalar en Argentina en caso de ganar las elecciones. Desafortunadamente, estábamos en lo cierto.
Un breve análisis luego de un año de gobierno de Cambiemos nos muestra que el macrismo ha obtenido una gran parte de los objetivos que se había impuesto, no los que expresó en la campaña, por supuesto. Pero no es tiempo de reproches o autobombo, sino de advertir que lo que sucedió con el país no era imprevisible ni inevitable. Y que lo mismo o algo peor puede pasar a partir de 2017 si las urnas ratifican este rumbo y Cambiemos obtiene mayoría en Diputados.
Pero para probar que lo que decimos es así, repasaremos aquí algunas de las advertencias que desde Basurero Nacional hicimos antes de las elecciones con la intención de evitar la debacle que se venía si Macri arribaba a la presidencia... cosa que efectivamente sucedió.
Pero basta ya de prolegómenos y vayamos a repasar brevemente lo que algunos decíamos antes de las elecciones sobre una probable presidencia macrista para ver si se cumplió o no. Por ejemplo, dijimos entonces, basados en la palabra de quienes saben más que nosotros, por supuesto, que:

Las razones por las cuales cada ciudadano escoge su candidato son muy variadas, y nada modifica este análisis. No obstante, si lo que el votante quiere es un cambio en el estilo de gobierno, en la orientación política del país o en su rumbo económico para los próximos cuatro años, indudablemente es el macrismo el indicado para hacerlo. Su proyecto de país es verdaderamente opuesto al actual. Pero es conveniente aclarar en qué se opone, y cuál es ese proyecto de país, a qué apunta ese modelo económico, qué intereses y sectores de la economía prioriza, para elegir sobre datos seguros y no sobre supuestos o eslóganes difusos. Nunca estuvieron tan claras como en estos comicios las diferencias políticas y económicas entre los dos proyectos en juego en una elección nacional.


Adelantábamos que habría una brusca devaluación del peso y un fuerte aumento de las tarifas de los servicios públicos:

El índice de inflación, a su vez, pegará un salto cuando se corte la soga del ancla de los subsidios. Si al mismo tiempo se produce una devaluación, como anticipan con énfasis los mercados financieros desde las elecciones del domingo, la puja distributiva será intensa y los riesgos de derrumbe de la capacidad de compra de devaluación y quita de subsidios provocarán una transferencia de dinero contante y sonante de sectores populares a prestadores de servicios públicos y exportadores.


Anticipábamos, además, que su política sobre la deuda externa y los fondos buitre sería la siguiente:

Macri es afín a volver a negociar créditos con el FMI, a endeudarse para financiar los desequilibrios fiscales y financieros, al igual que su equipo de economistas. Y lo mismo hizo en su gobierno en la ciudad: en 2007 la deuda externa de Buenos Arres era el 1,4% del producto bruto de la ciudad. Hoy es del 8,6%, es decir que, contrariamente al kirchnerismo que lo disminuyó notablemente, Macri sextuplicó la deuda externa de la ciudad, y en dólares. Si un gobierno macrista devalúa el peso de golpe en un 50%,  entonces el próximo gobierno de Rodriguez Larreta y los porteños verán aumentada en ese mismo 50% su deuda externa.

Éste es el plan de Macri para cerrar un acuerdo con los buitres.
Los hombres que aconsejan al candidato presidencial hablan de que intentarán cerrar un acuerdo antes que termine el año. Según la visión de los especialistas en finanzas internacionales que acompañan a Mauricio Macri, la mayoría adelantados el jueves por el diario Ámbito Financiero, el principal problema que tendría Cambiemos para encauzar su idea de volver a los mercados mundiales y "racionalizar" la política cambiaria y fiscal (vía un incremento de las reservas y la colocación de deuda voluntaria) se solucionaría a través de una estrategia en varios frentes.
Inmediatamente después, la Argentina se mostraría ante Griesa dispuesta a reabrir formalmente las negociaciones de manera inmediata, pero solicitaría como condición y mensaje de "buena fe" de los acreedores y del juez la aplicación del "stay".
Luego de repasar estas medidas que proyecta el macrismo, se comprende por qué ese plan  económico es tan elogiado por Domingo Cavallo (como hemos probado aquí). En realidad, parece haber sido diseñado por él mismo. Incluso, el programa de gobierno macrista no sólo es similar al del gobierno Menem-Cavallo sino que también al de la última dictadura de Videla-Martinez de Hoz. 


Además, a días de la segunda vuelta electoral entre Macri y Scioli, en otra nota brindamos 10 razones para votar a cada uno de los candidatos. Vemos un resumen de ellas:


10 razones para votar a Macri y 10 razones para votar a Scioli.


1) El macrismo va a liberar el dólar para que el precio lo fije el mercado, y dejar que cualquier persona o empresa compre la cantidad que quiera. Aunque haya que devaluar un 40 ó 50% o más, como dicen sus economistas.
2) El macrismo va a atraer capitales contrayendo deuda con la banca internacional y el FMI (aceptando sus típicas recetas económicas) para pagar las cuotas de la deuda externa actual, financiar los problemas fiscales del estado y costear la compra de dólares que haga la población y las empresas.
3) El macrismo va a pagarle a los Fondos Buitre lo que dictaminó el juez Griesa, para lo que contraeremos deudas con la banca internacional o el FMI.
5) El macrismo va a quitar los subsidios al gas, la luz, el agua y el transporte, para achicar los gastos del estado, porque ya no se puede subsidiar el consumo y todos debemos pagar el precio total de lo que consumimos.
6) El macrismo va a liberar los precios de las mercaderías y los servicios, anulando los Precios Cuidados y cualquier otro tipo de control de precios, para que los fije el mercado o las empresas de acuerdo a sus intereses.
7) El macrismo va a contener los aumentos salariales (congelando las paritarias) y de los haberes jubilatorios, más un probable aumento de la edad jubilatoria y privatización de la administración de los fondos jubilatorios, para que cierren los números del estado achicando el gasto público, y para enfriar la economía reduciendo el consumo interno para combatir la inflación que genere la brusca devaluación que se produzca.
8) El macrismo va a ajustar los gastos del estado en ciencia y tecnología, y emprendimientos como Tecnópolis, centros culturales y demás gastos superfluos; para achicar el gasto público que se utiliza en subvenciones para la ciencia y la cultura, como la construcción de satélites, radares o en la promoción de  investigadores o universidades públicas creadas por todas partes, algo que se dejará en manos de la iniciativa privada.
9) El macrismo va a entregar a manos privadas el manejo de Fútbol para Todos, Aerolíneas Argentinas, los fondos de las jubilaciones, etc.


Y, una vez que Macri estaba en la Casa Rosada, el 1° de julio caracterizamos a su gobierno como una revolución conservadora, asemejándolo a los de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. No sólo ejemplificamos esa revolución macrista sino que la poníamos como ejemplo a seguir para la izquierda nacional. Veamos lo que dijimos entonces:



Quienes no votaron a Mauricio Macri imaginaban o sospechaban cuáles serían las medidas políticas y económicas que tomaría, pero lo que no imaginaban es la velocidad en que lo haría, ya sea porque no contaba con las mayorías en ambas cámaras o porque la sociedad las resistiría en alguna medida. Sin embargo, aún antes de asumir, cuando apeló a la complicidad de algunos jueces para forzar la salida de la presidenta doce horas antes para que no se produzca la transmisión del mando, Macri le imprimió a su gobierno un ritmo acelerado imprevisto, con el propósito de aprovechar los primeros días para tomar las medidas más profundas antes de que la sociedad y la oposición política puedan reaccionar. Es así cómo el macrismo logró objetivos impensados por la mayoría de la población. Los cambios estructurales que puso en funcionamiento en la sociedad en tan poco tiempo pueden ser catalogados como una verdadera revolución, tomando como definición de revolución como un cambio brusco o radical en el ámbito político, social o económico de una sociedad. Y si analizamos las medidas tomadas por el gobierno en estos pocos meses veremos que, independientemente de los resultados finales en la población, la elección de ese concepto no es descabellado. Repasemos, entonces, esas medidas.
Las estimaciones del propio gobierno señalan que, si todo va sobre ruedas, este año tendremos una inflación de 42% y llegaremos al 2017 con una tasa de alrededor del 25%. A nadie se le escapa que esa ansiada tasa de inflación era la que tuvo el último año de gobierno kirchnerista, y que el macrismo denostaba por considerarla demasiado elevada y perjudicial para la economía nacional. Es decir que el macrismo logrará en dos años de una administración “seria, ordenada y con clima de negocios” que el país tenga la misma inflación que la “dispendiadora, desordenada y espantadora del clima de negocios” administración kirchnerista. Pero el país ya no será el mismo.



Como señala Roberto Caballero: “En apenas seis meses de gobierno macrista el endeudamiento de la Argentina creció un 11%, la proyección oficial de inflación es del 42% para el año y no el 25 que prometían, ya se perdieron 250 mil puestos de trabajo y la incertidumbre sobre el futuro domina los hogares del país, azotados a su vez por un inclemente tarifazo en los servicios públicos que modifica negativamente el mapa de gastos y expectativas de todas las familias. La situación económica es mala, en progresión agravada, y nada indica que vaya a mejorar, porque todos saben que si la inflación baja en algún momento será producto de una recesión profunda y las consecuencias para el aparato productivo, en términos de empleo y consumo, serán mucho peores que las actuales. (…) El objetivo es esterilizar políticamente, aislar un proyecto que triplicó favorablemente la distribución del ingreso entre los deciles más bajos de la pirámide social al tiempo que produjo una resignación de privilegios inédita contra el 10% más rico del país, de las mayorías que lo hicieron electoralmente posible”.



A su vez, Horacio Verbitsky subraya el “grado de audacia que contribuye a entender el estado de parálisis que aqueja a la oposición ante su carrera arrolladora.
El endeudamiento externo contraído entre la Nación y las provincias por más de 30.000 millones de dólares tendrá consecuencias desastrosas en el futuro, pero por el momento ha permitido financiar en un trimestre la fuga de 4.000 millones que el Banco Central contabiliza como formación de activos externos, suprimir cualquier restricción al ingreso y egreso de divisas, transferir utilidades de empresas trasnacionales a sus sedes y proporcionar atractivos negocios financieros con el clásico subibaja del tipo de cambio y la tasa de interés. 

La reforma impositiva transfirió miles de millones de dólares de muchas a pocas manos, ya que dentro de un esquema ortodoxo en el que el déficit fiscal y su monetización son considerados como la causa única de la inflación, la merma de lo detraído al comercio exterior de cereales debe compensarse con la reducción en otros rubros, como la planta de trabajadores estatales y los subsidios al transporte y a las distintas formas de energía, que benefician a los más vulnerables y a las pequeñas y medianas empresas. 


También el sociólogo Artemio López acerca más cifras sobre esta revolución conservadora y sus “logros”:

Caída de 2 puntos del PBI, inflación por sobre el 43%, salarios convencionales pactados a la baja en torno al 30% anual y 250 mil nuevos desempleados con un aumento inédito de la pobreza, que sumó 1,7 millones de nuevos pobres sólo en el Gran Buenos Aires, pasando del 22% en diciembre al 35,5% en abril de 2016.
Según la actualización de abril del relevamiento de pobreza del Instituto Germani de la UBA, oportunamente publicado en PERFIL, si se toma como población de referencia el GBA (Conurbano más CABA), en valores cercanos a 12,8 millones de personas, entre diciembre y finales de abril las personas en situación de pobreza pasaron de 2.816.000 a 4.544.000. Y las que viven en la indigencia aumentaron de 752 mil personas a 985.600, un crecimiento sin antecedentes en sólo seis meses para ambas carencias.

En paralelo a este deterioro de indicadores sociales, la valorización financiera marca la etapa con gran intensidad y el endeudamiento ya supera los 23 mil millones de dólares. Deuda improductiva, contraída para pagar deuda o gastos corrientes tras el notable impacto del vergonzoso pago a los buitres y el desfinanciamiento estatal que produjo la actual gestión neoliberal con su política de Hood Robin: darles a los ricos –quita o reducción de impuestos y retenciones, quita o reducción de las restricciones a la compra y fuga de dólares– para sacarles a los pobres –actualizaciones de asignación universal, jubilaciones, pensiones a la mitad de la inflación, despidos masivos, tasas por la nubes, para imposibilitar el acceso al crédito–.


Parte de la estrategia utilizada por el establishment en sociedad con el gobierno, que es a su vez parte del mismo (su mano política más eficaz en esta revolución conservadora), es la demolición, deslegitimación del movimiento popular que gobernó el país en estos últimos doce años, recurriendo principalmente al argumento de la corrupción. Sobre esto tema dice Caballero:

Frente a esto, el nuevo gobierno ofrece cotidianamente un capítulo nuevo de la novela de criminalización de funcionarios de la anterior administración que distrae de los problemas centrales y sus responsables, y hace foco en los asuntos accesorios, aunque no por eso menos llamativos.
Hacen fila en los canales de TV los panelistas para sostener el nuevo relato, que asocia maliciosamente 12 años de políticas inclusivas y desafiantes del orden conservador con la venalidad y la corrupción administrativa generalizada, donde no habría nada positivo para rescatar y todo pasa a la condición de desechable por ominoso.

Para los dueños del poder y del dinero, la satanización y criminalización del kirchnerismo es un asunto estratégico. El objetivo es esterilizar políticamente, aislar un proyecto.


Y Verbitsky señala sobre el mismo recurso:

La demolición del anterior gobierno avanza sin obstáculos, para satisfacción del actual. Hasta ahora nadie se pregunta si en algún momento esa maquinaria no se volverá también contra su instigador y contra el sistema político en su conjunto, como ya ocurrió en Brasil. Tiempo al tiempo.


Este sistema de legitimación del ajuste revolucionario macrista apelando a la desligitimación sistemática de la única fuerza política que puede obstruir sus medidas, ya lo hemos catalogado en notas anteriores, como La construcción de la “Tercera Tiranía”. Pero esta especie de “limpieza étnica” de la política a la manera de un fanatismo religioso, de parte de supuestos miembros impolutos de una élite superior de la sociedad, expertos en cada una de las ramas del gobierno (“el mejor equipo de los últimos cincuenta años”, como anunció el propio Macri), además de descabellada e increíble es falsa. Todos y cada uno de los funcionarios macristas tienen un pasado conocido, y que dista de ser impoluto y bendecido con el agua bendita de la honestidad.

El panorama actual, a horas de llegar al “segundo semestre” salvador prometido por el macrismo en las primeras semanas de gobierno es, a nuestro humilde entender, desolador. La revolución macrista, similar a la menemista, aunque mucho más eficaz en lograr sus objetivos económicos en el corto plazo y en minoría en ambas cámaras, conduce al país rumbo hacia una sociedad más desigual, más injusta, con menos industria, con un modelo agroexportador similar al de la Argentina conservadora de princípios de siglo XX; es decir, no sólo pre-peronista sino pre-yrigoyenista, cuando la población era mucho menor y había una tasa de desocupación y pobreza mucho mayores.


Y días después, el 13 de julio, planteábamos sobre el mismo tema:


Una revolución no le pide permiso al status quo para modificarlo, actúa con todos los medios a su alcance. No pinta con el delgado pincel de fileteador porteño sino con una brocha gorda, ya habrá tiempo de corregir los errores. Sintoniza a grosso modo otro canal para después apelar a la sintonía fina. Un régimen  revolucionario no tiene pruritos para forzar las instituciones, porque viene a cambiarlas de raíz, al menos hasta donde la burocracia estatal se lo permita. No tiene delicadeza para presionar a los factores de poder, institucionales o económicos, para doblegar su voluntad, ya que una revolución viene para cambiar esos mismos agentes sociales. Precisamente, esto es lo que hizo y seguirá haciendo el macrismo, porque es un gobierno revolucionario, como señalamos en nuestra nota anterior, La revolución macrista.
Los límites al accionar de un gobierno revolucionario son los que le impongan esos factores que vino a cambiar, mediante los controles constitucionales o institucionales que la sociedad política tiene (que dependen de la burocracia estatal) o por medio de la resistencia de la sociedad misma, ejercida por la “opinión pública” o la movilización popular. Es decir que la dinámica revolucionaria no se adecua a la teorización abstracta o moralista de los análisis o debates de “expertos” o periodistas, ni a los optimistas deseos de legalismos principistas: una revolución arrasa con los posibilismos y voluntarismos que se le enfrentan. Encara, derrumba, demuele todo lo posible y construye su proyecto sobre los escombros resultantes de la sociedad en la que actúa. Al mismo tiempo escribe el relato que le da sentido, que la explica y enmarca. Y todo esto al mismo tiempo, porque el tiempo de la revolución es siempre corto, su futuro es el presente: debe pegar primero, sorprender y dañar enseguida para lograr los primeros rounds que le den fuerza y sentido. Su accionar es vertiginoso en esencia, de lo contrario se detendría y podría ser vencida; y no siempre coincide con los objetivos fijados antes de asumir el poder, al menos en sus detalles. Y eso es lo que sucede con la revolución macrista, la revolución de la derecha conservadora del siglo XXI en Argentina.

La izquierda nacional (por caso, el kirchnerismo, el primer alfonsinismo), al contrario de la derecha nacional (por caso, el macrismo, el menemismo), siente pruritos al momento de actuar y frente a los métodos a utilizar en caso de llegar al gobierno. La izquierda nacional no se propone como un movimiento revolucionario, respeta mucho los legalismos y tiene resquemores al acometer contra las instituciones, respeta por demás el qué dirán los editoriales y los analistas políticos más “reconocidos” por el establishment, hasta quedar presa de ellos muchas veces. Tiene pudor por sus propios métodos históricos para disciplinar a los factores de poder que se le enfrentan, temor, o al menos un respeto excesivo al poder de los medios hegemónicos, a la opinión publicada (que a su vez trabaja sobre la “opinión pública” de la sociedad) como para apelar a medidas drásticas que afecten los intereses del establishment.
Frente a estas debilidades tácticas de la izquierda nacional, la derecha nacional es mucho menos quisquillosa, menos legalista, menos republicana, como lo demuestra no sólo la historia política nacional sino el presente gobierno. Actúa generalmente con acciones de facto, pega primero y negocia después. Por ejemplo, el macrismo no tiene empacho en cooptar diputados y senadores del anterior gobierno mediante carpetazos, dádivas o promesas, en presionar jueces o fiscales mientras los medios hegemónicos le hacen la tarea sucia de denunciar, inventar o agrandar casos de corrupción del gobierno anterior para ocultar sus pecados. La derecha apela siempre al “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”, y sus intereses están siempre por encima de los intereses o derechos de las mayorías; y para ella el fin siempre justificó los medios.

Las estimaciones del propio gobierno señalan que, si todo va sobre ruedas, este año tendremos una inflación superior al 40% y una caída del PBI de un par de puntos y llegaremos al 2017 con una tasa de alrededor del 25% y con un leve crecimiento de la economía. Es decir que el macrismo logrará, en la hipótesis más optimista, que a fines del segundo año de su administración lograr una tasa de inflación similar a la del denostado kirchnerismo y un crecimiento del PBI similar a los 2,4 puntos que el INDEC macrista le reconoce al tándem Cristina/Kicillof. Pero el país ya no será el mismo, y se habrá producido una enorme transferencia de ingresos desde las clases subalternas hacia la clase alta, la clase empresarial.
Clase que sembró los diversos ministerios de este “gobierno empresarial” (de empresarios y para los empresarios) con sus mejores representantes para, en el corto plazo, cosechar los frutos como estamos viendo desde el diez de diciembre.


El gobierno de Macri habrá cambiado la estructura de distribución de la riqueza, el modelo económico y el proyecto de país de forma revolucionaria. Como hemos dicho antes, como ni en 2014 ni en 2015 se produjo la crisis que tanto presagió la derecha argentina a través de sus voceros, y que necesitaba el modelo económico que enarbolaba para ejecutar la política de shock neoliberal, de ajuste salvaje similar al de la década de los noventa, el gobierno macrista la produjo en 2016 para así “menemizar” al país en 2017. Así, este verdadero macri-menemismo mediante decretos, leyes y medidas ejecutivas desmanteló en pocos meses organismos y desbarató logros que al gobierno anterior le tomaron doce años cimentar. Y todo esto en menos de un año. Pero lo que se atisba en el horizonte de este gobierno de la derecha conservadora (como de cualquier gobierno de este tipo) es más desolador todavía, tanto por el poderoso relato que se está construyendo desde el poder, desde el “círculo rojo” aliado con el gobierno, como por el escaso tiempo que le llevó al macrismo lograr lo que logró. En forma revolucionaria, desprolija, produjo un megatarifazo en los servicios públicos con la excusa de quitar los subsidios y reducir el déficit fiscal, primero, de mejorar las arcas de las empresas proveedoras, luego, cuando no alcanzó la primera explicación, y finalmente con la excusa del ahorro de energía con propósitos ecológicos. De esta manera, el esfuerzo recae sobre los usuarios, la parte más delgada del hilo de la relación en lugar de exigir esfuerzo o inversiones a las empresas o el estado. Nuevamente debemos citar el fino pincel del fileteador porteño y la brocha gorda. Por eso este es un gobierno revolucionario. Pero como cualquier revolución gestada en una sociedad democrática y con libertad, debe contar con la aceptación del pueblo, al menos de la mayor parte de él. A siete meses de haber asumido, el gobierno cuenta aún con esa mayoría, y con la casi unanimidad de la “opinión pública” (la opinión publicada), a pesar de que los efectos devastadores de sus políticas ya pueden verse claramente. El macrismo cuenta, además, con el poder de las pautas publicitarias de los tres estados más ricos del país: la del estado nacional, la de la provincia de Buenos Aires y la de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Y dirige las fuerzas de seguridad o militares de esos mismos estados, además de la ex SIDE.
Aún antes del diez de diciembre comenzó su revolución cultural, su cambio de paradigma, cuyos ejemplos más evidentes fueron los desfiles militares para festejar el bicentenario del nueve de julio y el cambio de alianzas internacionales sometiendo la soberanía decisoria nacional a los gustos de las potencias, principalmente los Estados Unidos. Esos hechos trasuntan la ideología conservadora que tiñe todos los estratos del gobierno y sus voceros, quienes a su vez tratan de difundir la creencia caprichosa de que un empleado medio con un sueldo medio no tiene derecho a tener un auto, un moderno televisor de LEDs, usar aire acondicionado o calefacción, mantener un celular por miembro de la familia y gozar de vacaciones en el exterior, porque eso no es normal, sólo pueden hacerlos los miembros de las clases más acomodadas. Esa visión clasista de la sociedad, típica de partido conservador, busca justificación en una economía “seria”, “racional”, respetuosa del libre mercado y del “clima de negocios”, que no fue, precisamente, la que rigió en los últimos años, la que a su vez trata de demonizar sistemáticamente.



Finalmente, repasando lo que dijimos entonces queda claro que lo sucedido en este año de gobierno de Cambiemos no es sorpresivo; al menos para quienes estaban advertidos de lo que pensaban realmente los miembros de Cambiemos, no lo que esbozaban con medias tintas en la campaña presidencial, para consumo de la mayoría de votantes menos interesados en la política y en los políticos. Una excelente campaña de lavado de ideología diseñada por el grupo de marketing político de Cambiemos dotó al macrismo de una pátina de cualunquismo proselitista, bañado con eslóganes y discurso polisémicos, mezcla de relato new age y de autoayuda con el que convencieron a muchos de sus posibles votantes, los necesarios para derrotar en las elecciones al kirchnerismo,
Sin embargo, gobernar es otra cosa, por supuesto, pero también lo son los medios efectivos para imponer las medidas de gobierno (y principalmente los efectos) no anunciadas. Pero este es otro debate, el que dejamos para más adelante. Una cosa es si el macrismo alcanzó o no sus objetivos originales y otra muy distinta si sus votantes votaron ese programa o si los resultados del mismo benefician a las grandes mayorías. Por eso, hasta este momento podemos afirmar, analizando los logros de su programa de gobierno conservador y neoliberal, que, como dice el título de esta entrada, luego de este primer año de gobierno de Cambiemos, la revolución macrista va viento en popa.


Los textos fueron extractados algunas de las siguientes notas de Basurero Nacional:

Macrieconomía. El plan económico del macrismo.

10 razones para votar a Macri y 10 razones para votar a Scioli.

¿Sucia campaña del miedo? Macri recibe el apoyo de Cavallo por su política económica.

Cambiemos. Ya llega el "Mauricio's Fantasy World".

El macrismo asegura que devaluar un 50 ó 60% no producirá inflación y deterioro del salario. ¿Es creible?

"Que 20 años no es nada...", 1995-2015: libertad de mercado vs estado de bienestar.

Cuando los macristas vinieron...

La revolución macrista.

La revolución macrista, una lección para la izquierda nacional.



Otras basuras en oferta

DELIVERY BASURERO

DELIVERY BASURERO
Si querés que te avisemos cuando publicamos una nota, pedilo a basureronacional@gmail.com