Juguemos al juego de las diferencias (históricas y económicas en este caso) entre dos períodos presidenciales: los años finales de Raúl Alfonsín y Cristina Fernández en cuanto a sus respectivas relaciones tirantes con los poderes fácticos y los medios concentrados. Para ello tomaremos sólo los temas señalados en el título: dólar, inflación, devauación y golpe de mercado.
Como bien señala Pablo Chena aquí:
Los economistas llaman sobrerreacción cambiaria (overshooting) a la reacción desmedida de los mercados financieros frente a noticias que no están directamente relacionadas con la evolución del tipo de cambio pero que, sin embargo, los operadores toman como ciertas y, por lo tanto, salen contagiados a comprar divisas masivamente en lo que se denomina "comportamiento en manada". Los rumores desestabilizadores son instalados por sectores dominantes que, luego de adquirir dólares y fugarlos al exterior, fogonean la idea generalizada de que la divisa está barata, que las reservas se van a acabar y que el gobierno no sabe cómo enfrentar la crisis. De esta forma alimentan la compra compulsiva de dólares adelantando sus propias compras a valores superiores a los de la cotización vigente.
Sin embargo, el objetivo, detrás de estos ataques especulativos, es la ganancia financiera de corto plazo y la desestabilización política. Por lo tanto, la solvencia de largo plazo queda de lado y lo importante es contar con la liquidez necesaria para soportar la corrida. En este aspecto, el nivel de reservas es fundamental y actualmente presenta niveles relativamente elevados para hacer frente a la crisis.
Como bien señala Pablo Chena aquí:
Los economistas llaman sobrerreacción cambiaria (overshooting) a la reacción desmedida de los mercados financieros frente a noticias que no están directamente relacionadas con la evolución del tipo de cambio pero que, sin embargo, los operadores toman como ciertas y, por lo tanto, salen contagiados a comprar divisas masivamente en lo que se denomina "comportamiento en manada". Los rumores desestabilizadores son instalados por sectores dominantes que, luego de adquirir dólares y fugarlos al exterior, fogonean la idea generalizada de que la divisa está barata, que las reservas se van a acabar y que el gobierno no sabe cómo enfrentar la crisis. De esta forma alimentan la compra compulsiva de dólares adelantando sus propias compras a valores superiores a los de la cotización vigente.
Sin embargo, el objetivo, detrás de estos ataques especulativos, es la ganancia financiera de corto plazo y la desestabilización política. Por lo tanto, la solvencia de largo plazo queda de lado y lo importante es contar con la liquidez necesaria para soportar la corrida. En este aspecto, el nivel de reservas es fundamental y actualmente presenta niveles relativamente elevados para hacer frente a la crisis.
Realicemos, entonces, un repaso y una comparación entre lo sucedido en los dos últimos años del
período de Raúl Alfonsín y los dos últimos de Cristina Fernàndez. A pesar de las diferencias entre ambos protagonistas
presidenciales y partidos políticos involucrados, es sumamente interesante
observar las coincidencias entre ambos casos tanto como sus diferencias. Es por
eso que en los textos periodísticos elegidos para ilustrar ambas épocas hemos
destacado las evidentes coincidencias en color rojo
y las diferencias en color verde. De esta
manera se podrá apreciar mejor porque llamamos la atención en las coincidencias
que nos muestra la historia, de la que debemos aprender porque, como dice el
poeta: quien olvida su pasado está condenado a repetirlo…
Empecemos
por repasar los sucesos del actual período presidencial en relación a los temas
ya señalados:
El Gobierno debió
enfrentar, esta semana, su decisión más
complicada en materia económica en más de diez años en el poder: aplicar un
instrumento de política del cual renegaba por sus previsibles consecuencias
regresivas –la devaluación–, pero sin perder los objetivos de crecimiento,
empleo e inclusión social. Lo primero, la devaluación, fue el resultado de una
prolongada y sangrienta (medida por el drenaje de reservas) pulseada con
poderosas corporaciones económicas y financieras que desarrollaron, de todos
los modos posibles, su artillería para acorralar a las autoridades.
Pulseada en la que el Gobierno debió
finalmente ceder. Lo segundo, la decisión de no abandonar los objetivos de política, es
el eje de la disputa que se le abre ahora al Gobierno, en una
previsible puja con los mismos sectores del poder económico en torno de cómo se
distribuirán los costos y beneficios de la corrección cambiaria.
El episodio Shell en el mercado mayorista de
cambios, pagando por una compra de dólares un sobreprecio del 15 por ciento
nada más que para inducir a una brusca suba del valor del billete, es elocuente en diversos sentidos. Con fundamentos,
se sospechaba de conductas desestabilizadoras de la política oficial de parte de
importantes corporaciones empresarias, pero hasta acá no había
habido evidencias tan transparentes.
Este hecho se sumó a la actitud
reticente de los exportadores a liquidar las divisas de la última cosecha,
a la que ayer el ministro Axel Kicillof le puso precio: serían 4000 millones de dólares de la
reciente campaña agrícola los que tendría retenida la exportación,
que se agregan a otros 2500 millones de dólares de financiación externa a la cual
habitualmente recurren productores exportadores que, esta vez, no ingresaron al país como crédito
externo. Los exportadores especularon con una devaluación que iba a caer en
algún momento no tan lejano. Con su actitud la indujeron.
Entre los desafíos
inmediatos del Gobierno está, en principio, el de lograr estabilizar el mercado cambiario en los nuevos valores del dólar
oficial (en el entorno de los 8 pesos o no muy por encima de esa línea) y
poder responder, a su vez, a la demanda de los ahorristas en el reabierto
mercado de venta de divisas para atesoramiento, de forma de quitarle
expectativas al mercado marginal. Para lograrlo, necesitará que los exportadores-especuladores
acepten este nuevo valor y empiecen a liquidar los fondos retenidos.
Ello en cuanto a los
equilibrios cambiarios. Pero, además, las autoridades tendrán que ponerle dique a los intentos de trasladar a
precios el envión de la devaluación. Esta es la llave que cierra (o deja
escapar) los fantasmas de la inflación y el deterioro del poder adquisitivo de
los salarios.
Este es otro frente en el
que el Gobierno tendrá que volcar una parte importante de su esfuerzo para
evitar las zancadillas de un sector que,
tras ganar la pulseada por la devaluación, podría suponer que está en
condiciones de dar el “golpe final”: obligar a ejecutar un recorte del gasto
público, la fórmula perfecta para provocar una recesión.
No es ocioso que los
habituales voceros del establishment relativicen los beneficios de la
devaluación, aunque ellos mismos hasta ahora la impulsaban y la reclamaban. El discurso de
estos sectores es que, para lograr “estabilidad”, “previsibilidad”, una
situación de “equilibrio” monetario y financiero, es necesario que el Gobierno
“ajuste” sus cuentas y deje de emitir. De las consecuencias sociales
no hablan.
En la medida que siete grandes empresas comercializan el 80% de la soja que se produce en nuestro país, tienen una enorme incidencia en el mercado cambiario, al igual que otros sectores también altamente concentrados. Si a ello se suman la tendencia a ahorrar en productos agropecuarios de muchos productores, y conductas al extremo individualistas.
(...) se genera una presión especulativa sobre los distintos mercados que altera el normal funcionamiento de la economía.
Nota completa
Tenemos que saber quiénes estuvieron detrás de esa corrida, de la que además participó otro banco extranjero", indicó Kicillof, y agregó que "a Aranguren se lo conocerá como el hombre que perdió $ 4 millones en 20 segundos por operar con el precio. Estaban pulseando, como lo han hecho tantas veces".
Kicillof, por su parte, enumeró en detalle los distintos embates de los mercados: así las cosas, apuntó que hubo una corrida en los primeros años de este gobierno, otro con posterioridad, luego de la Resolución 125 que pretendía instaurar retenciones móviles a las exportaciones de granos; y señaló también lo acaecido en las vísperas de las elecciones presidenciales de 2011. "Decían que la presidenta perdía, que íbamos a confiscar los depósitos y otras cosas, y finalmente Cristina ganó con el 54% de los votos", recordó Kicillof.
Nota completa
(...) se genera una presión especulativa sobre los distintos mercados que altera el normal funcionamiento de la economía.
Nota completa
Tenemos que saber quiénes estuvieron detrás de esa corrida, de la que además participó otro banco extranjero", indicó Kicillof, y agregó que "a Aranguren se lo conocerá como el hombre que perdió $ 4 millones en 20 segundos por operar con el precio. Estaban pulseando, como lo han hecho tantas veces".
Kicillof, por su parte, enumeró en detalle los distintos embates de los mercados: así las cosas, apuntó que hubo una corrida en los primeros años de este gobierno, otro con posterioridad, luego de la Resolución 125 que pretendía instaurar retenciones móviles a las exportaciones de granos; y señaló también lo acaecido en las vísperas de las elecciones presidenciales de 2011. "Decían que la presidenta perdía, que íbamos a confiscar los depósitos y otras cosas, y finalmente Cristina ganó con el 54% de los votos", recordó Kicillof.
Nota completa
La habilitación que
estamos dando
nos llama a la reflexión sobre lo ocurrido entre agosto y noviembre de 2011, un
momento electoral, donde la corrida cambiaria se llevó 3300 millones de
dólares. Todos vivimos corridas cambiarias y bancarias.
Entre agosto y septiembre
de 2011 decían
que el Gobierno iba a perder las elecciones, o que si las ganaba tomaría
medidas desesperadas. Me refiero a notas de diarios y otros
mecanismos de desinformación como las redes sociales, que decían que se iba a instalar un corralito o
avanzar con una pesificación de depósitos.
Incluso llegaron a decir que se estaban
comprando aparatos de rayos X para abrir las cajas de seguridad. Es
en ese momento que se decidió inhabilitar paulatinamente la compra de
dólares para tenencia de particulares.
La principal cuestión es
que ante esa situación de una puja importante inducida sobre las reservas se
tomó la decisión de inhabilitar paulatinamente la compra de dólares. Esa medida, a
fines de 2011, fue acertada porque la corrida en curso se detuvo de cuajo.
–¿Cuál es el costo
estimado que tuvieron las corridas cambiarias desde 2007?
–Esos episodios explican 62.000 millones de
dólares de fuga en un contexto donde
los mismos que no avisaron que venía el corralito o la pesificación de los
depósitos difundían ideas descabelladas. Durante las presidenciales de 2007, solo en agosto, se fueron 1800
millones de dólares. En el lockout de 2008, otros 3200 millones. Luego de la
nacionalización de las AFJP, 3900 millones. En las legislativas de 2009, cerca
de 2800 millones de dólares. En el conflicto del Banco Central con Martín
Redrado, unos 1700 millones de dólares. Y, con la reelección de Cristina, 3300
millones de dólares. En 2011 nos encontramos
con esa situación. Después de ganar las elecciones con el 54 por ciento de los
votos, siguieron alimentando ese clima.
–Algunos exportadores empezaron a guardar su
mercadería para especular y presionar una devaluación. El acopio de cereales,
particularmente soja, son dólares que no ingresan a las reservas por no ser
exportados. Tenemos muy bien
documentado que la parte declarada de la cosecha anterior no exportada alcanza
a los 8 millones de toneladas, que
equivalen a 4000 millones de dólares. Sabemos dónde están porque están
declaradas: en silobolsas en campos, esperando.
A eso se suma la actitud de las
cerealeras, las empresas exportadoras de granos, que suspendieron créditos
internacionales por aproximadamente 2500 millones de dólares. Lo
cambiaron por financiamiento en pesos.
–Lo que hicimos nosotros
fue abortar una
maniobra especulativa que intentaba armar una escalera para llevar el dólar en
principio a 9 pesos. Es una maniobra porque las operaciones se estaban cerrando
a 7,20 pesos y de pronto vino alguien y puso una orden de compra de dólares a
8,40 pesos. Es como si una persona entra al supermercado, ve que el
tomate está a 11,50 pesos y dice que lo quiere comprar a 40 pesos. El vendedor
se lo va a vender a 40 pesos. Después esa persona sale y dice: “Esto es un
escándalo, el tomate está a 40 pesos”. Es una operación pequeña, pero genera un
escalón cambiario muy fuerte y después vienen los demás a convalidarlo. Así la ronda iba a terminar a 8,40 pesos
o más, porque nos llegaron a hablar de 9 pesos. Estaban disparando una corrida
cambiaria en el mercado oficial.
–Pero el Banco Central
puede impedir eso.
–Lo impidió poniendo una oferta muy por
debajo de eso. Intervino en el mercado. El día anterior nosotros habíamos dejado jugar al
mercado y la cotización se había deslizado unos centavos y ahí vieron la
oportunidad y armaron un movimiento especulativo para llevar la cotización
mucho más arriba, aun a pérdida. El
señor de Shell perdió 70 centavos por dólar porque HSBC compró dólares a 8,40
pesos y después se los vendió a 8,70 pesos porque, según ellos, intervinieron con
una orden de Shell.
En este contexto complejo, el gobierno cuenta con numerosas herramientas de emergencia para
abastecer de liquidez al mercado de cambios doméstico. Por ejemplo,
puede avanzar en negociaciones para acceder a fondos frescos provenientes de
nuevos acuerdos bilaterales que permitan fortalecer las reservas; emitir
títulos en dólares para el mercado doméstico, renegociar los vencimientos de
deuda de este año; controlar el mercado de oferta de divisas nacionalizando el
comercio exterior de granos; fortalecer la alianza con grandes jugadores
institucionales que operan volúmenes significativos de fondos y que pueden
contrarrestar, en parte, la tendencia dominante; revisar los contratos mineros
y acordar con las automotrices, responsables del 26% del gasto de divisas en
importaciones en 2013, un aporte extraordinario de dólares a cuenta del pago de
futuros impuestos.
Finalmente, si el
proyecto político actual sortea con éxito este nuevo golpe de mercado, logrará
mayores márgenes de maniobra para impulsar políticas económicas que sigan en el
camino de generar empleo, industrialización e inclusión social.
En medio del golpe de mercado "a dos
bandas" de la semana pasada
–corrida cambiaria y venta masiva de las acciones de empresas públicas–, el
gobierno tomó la determinación de cerrar la brecha entre el tipo de cambio
oficial y el ilegal con la doble estrategia de, por un lado, dejar depreciar el
tipo de cambio oficial y, por otro, permitir que las demandas de atesoramiento
de divisas de personas físicas, que antes se cursaban por el mercado ilegal y
promovían su alza, hoy pasen a canalizarse en el mercado oficial. Esta flexibilización es positiva porque desconecta el
micro-atesoramiento de las clases medias del andamiaje especulativo que está
detrás del dólar ilegal.
(...) en los momentos en los cuales se firmaron los
acuerdos de precios para alimentos el dólar
cotizaba alrededor de $ 6,5 y que, por lo tanto, el nuevo precio del dólar
implica una devaluación de casi un 25% en menos de un mes. Esta medida era reclamada como bandera por un grupo
importante de capitales concentrados. La incógnita a partir de ahora
es saber si van a hacer lo que vienen pregonando mediáticamente, invertir en
mejorar la competitividad, incrementar las exportaciones y sustituir
importaciones, o si, por el contrario, vuelven al viejo comportamiento de
aumentar los precios en el mercado interno, quitarle poder adquisitivo al
trabajador, concentrar el ingreso en sus manos y fogonear el proceso
inflacionario hasta la desestabilización.
Las devaluaciones no se trasladan a
precio de forma automática sino que depende de la relación de fuerzas de cada
momento. La lucha por la
distribución del ingreso es permanente y se juega en los mercados todos los
días.
En definitiva, el goteo
de dólares se aceleró en el último período y el
Banco Central decidió utilizar una medida de shock para cortar esta tendencia y
mejorar la capacidad competitiva de las economías regionales y de las pymes
exportadoras. Sin embargo, la pulseada final es política y nuestro
éxito va a depender de fortalecer la densidad de un proyecto nacional que nos
contenga a todos.
El lunes 20, el dólar oficial cotizaba a 6,84 pesos,
y el jueves 23 pasó la barrera de los 8. Es indudable
que la sombra del dólar blue, tras haber llegado a los 13 pesos, empujó este
cambio. Sin embargo, no fue
un golpe de mercado, sino que la autoridad política tomó la iniciativa de fijar
un nuevo escenario. Como corolario de esta decisión, desde ayer rige un nuevo
sistema para que los particulares puedan hacerse con dólares para ahorro.
De todos los factores que empujaron, quizá el más trascendente, aunque no esté tan a la vista del gran
público, sea la persistencia del sector agroexportador en no liquidar una parte
importante de la cosecha de soja de la campaña 2013.
cabe preguntarse: ¿tanto
poder tienen los sectores más concentrados del complejo agroalimentario como
para poner al conjunto de los argentinos en este frenesí de cuánto vale un
dólar? Y, directamente al ministro de Economía.
Al respecto, en una extensa entrevista publicada ayer
en Ámbito, Capitanich dijo que dos tercios de las
exportaciones están en manos de empresas transnacionalizadas. Entonces, por un cambio de la relación de fuerzas y más allá de la
voluntad de la presidenta, un conjunto de acontecimientos llevaron a la
devaluación de la semana pasada.
Pero hay una verdad –relativa– que no puede
desconocerse: la
política en esta última década logró un alto grado de autonomía del poder
económico y cada vez que el Estado tuvo la determinación –recordar AFJP, YPF,
Ley de Medios y varias otras– los lobbies económicos no pudieron avanzar.
Para saber cómo actúa el aparato desestabilizador de un gobierno, nada mejor que la explicación de alguien que lo hacía y que por motivos especiales debe develar su método.
(Se trata de Hernán Arbizu, ex hombre de la banca J.P. Morgan, cuyas razones y declaraciones sobre lavado de dinero explicamos aquí).
Veamos lo que nos aporta sobre golpes de mercado:
Repasemos ahora lo
sucedido en aquellos años finales del alfonsinismo y las causas que lo llevaron
a entregar el gobierno en forma anticipada a Carlos Menem, quien realizaría al pié de la letra lo que los mercados le exigían a Alfonsín y mucho más…:
El golpe
hiperinflacionario.
La
inflación de 1986 cerraría en 90% y en 1987 superaría el 130%. Los
salarios del sector público y las jubilaciones se mantenían retrasados, pero esa situación no podía mantenerse con esos
niveles de incremento de los precios. (…) Las causas del déficit estructural
–principalmente los pagos de la deuda– no podían eliminarse.
Al mismo tiempo, los precios de las exportaciones argentinas declinaron
durante dos años seguidos (1986 y 1987) y el volumen de las mismas también, debido
a problemas climáticos. Ello redujo la recaudación al gravitar sobre las
retenciones y generó una severa penuria de
divisas que habría de agotar las reservas del Banco Central a comienzos de
1988.
El gobierno había perdido, a la sazón,
las elecciones de 1987 en las que el peronismo
recuperó la provincia de Buenos Aires, con lo que su situación política se
debilitó. En julio de ese año otra vez la inflación mensual había alcanzado los
dos dígitos.
Y el equipo económico
comenzó a pensar en la privatización de empresas públicas como un camino para la reducción del
déficit fiscal. Al
promediar 1987 se anunció un plan de reforma del sector público que incluía
este tipo de medidas, que sin embargo no alcanzaría concreción (en parte por la
oposición parlamentaria del peronismo).
También se
pensó en propiciar una mayor apertura de la economía para que las empresas
formadoras de precios se vieran expuestas a la competencia externa, tal como había sucedido en tiempos de Martínez de
Hoz.
En agosto de
1988 se anunció un nuevo plan –el Plan Primavera– que contemplaba un acuerdo de
precios con empresas líderes agrupadas en la UIA y con la Cámara de Comercio, a cambio de una reducción
del IVA. Y se reguló de nuevo el tipo de cambio, preanunciando su evolución
futura. Además, el gobierno intervendría en el mercado, comprando divisas a
los exportadores y vendiendo a los importadores.
Los precios agrícolas
habían mejorado al promediar 1988. El
gobierno no incrementó las retenciones pero intentó capturar parte de los
mayores ingresos del agro desdoblando el tipo de cambio: las exportaciones se
liquidarían a un tipo de cambio fijo, mientras que existiría otro mercado de
divisas financiero donde el precio del dólar se establecía por flotación
regulada. Pero los productores agrarios no estaban
de acuerdo: fue entonces cuando el presidente Alfonsín recibió una ruidosa
silbatina en la Sociedad Rural.
La inflación persistente –se mantuvo
durante casi todo 1988 en dos dígitos mensuales–
fue retrasando el tipo de cambio oficial.
A comienzos de
1989 comenzó la corrida contra el Austral que obligó al Banco Central a
desprenderse aceleradamente de dólares para evitar la devaluación.
La embestida sobre el dólar se aceleró a lo largo de la primera mitad de 1989 y la cotización del dólar libre –un
tercer mercado que se añadió al comercial y al financiero– aumentó casi 200% en abril y más de 100% en mayo.
No eran los pequeños ahorristas el factor decisivo sino
las grandes empresas, dispuestas a torcer el brazo al gobierno. Los
exportadores se negaron a negociar sus divisas en el mercado oficial y las retuvieron,
agravando la escasez.
Y rápidamente, el aumento del dólar se trasladaba en forma automática a
los precios internos: no solo de los bienes transables sino de todos, porque
los precios internos se fijaban en función de esa pauta. La inflación mensual saltó de 33% en abril a 78% en
mayo, 114% en junio y 197% en julio, mes en el que Alfonsín renunció
y traspasó en forma adelantada el mando a Menem, que había sido elegido dos
meses antes. En
todo el fatídico año 1989 totalizaría 3080%,
que quedaría como record histórico para la Argentina. (N.d.E.: en comparación, los más férreos opositores del kirchnerismo denuncian hoy una inflación del 25-30% anual.)
El gobierno radical había
sufrido los alzamientos militares y los 13 paros generales de la GCT, además de
la oposición parlamentaria del justicialismo. Pero en realidad el factor que decidió su debacle fue el insuperable peso
de la deuda heredada de la dictadura militar y la
decisión del nuevo núcleo hegemónico del poder económico –la alianza entre el
campo, las finanzas y la industria multinacional– que le retiró su reticente
confianza. Tensos los músculos, el nuevo
protagonista dominante del escenario económico y social mostraba que podía
imponer las condiciones y su propia agenda, sin tener que negociar con
gobiernos que no se mostraban suficientemente receptivos a sus demandas.
Ya no habría golpes militares pero existían otros medios de persuasión. El golpe hiperinflacionario había sido exactamente esa
demostración de fuerza. El presidente que asumió en reemplazo de
Alfonsín lo tomaría bien en cuenta.
Algunos autores atribuyen esta hiperinflación al resultado de un golpe de mercado preparado con la ayuda de
la oposición, incluyendo una rebelión fiscal, con el fin de modificar el cauce
político, como efectivamente ocurrió. Lo cierto es que pocos meses antes de la híper, en
diciembre de 1988, un grupo de militares se alzó contra el gobierno
constitucional; y en enero de 1989 civiles armados atacaron el cuartel de La
Tablada, alegando que una nuevo golpe militar estaba en ciernes. Todos estos
hechos, más
la profunda y larga recesión, contribuían al malestar de la
población y a enrarecer el clima político que precedió a esta hiperinflación.
También es cierto que las reservas internacionales del Banco Central
estaban exangües y que el gobierno carecía de los recursos para enfrentar los
abultados vencimientos de la deuda pública que se avistaban en el horizonte
cercano. Como se observa, las causas de la hiperinflación fueron
múltiples y generaron gran controversia en la literatura económica, de la que
puede concluirse que resulta simplista atribuirla a un solo factor. Antes bien,
se trató de una confluencia de elementos, que, en conjunto, dieron lugar a una
incontrolable corrida de los precios.
A su vez, los medios más poderosos ejercían su
habitual poder de presión ante el presidente de turno. El diario
Clarín, ya decano en estas lides de presionar gobiernos, lo hacía desde sus
páginas y personalmente, ante lo cual el radicalismo respondió con los medios
con que contaba:
Clarín pidió esto a Alfonsín una y
otra vez, y, al no obtenerlo, lo presionó de todos los modos que pudo: públicamente, desde
el diario y desde asociaciones empresarias que controlaba; en privado, en
reuniones con miembros del gobierno, incluso en los desayunos y comidas anuales
con el Presidente. Y, por supuesto, con el sesgo de la información que
publicaba. (…)
Alfonsín
condenó a Clarín públicamente por jugar un rol de “opositor” a su gobierno;
amenazó con impulsar en el Congreso un proyecto de ley de medios (de hecho,
presentó un proyecto que creaba un Consejo Nacional de Radiodifusión, según el
cual los dueños de medios gráficos podrían acceder a licencias de radio y
televisión “si se resguarda la libertad
de expresión o el pluralismo infomativo en la zona de cobertura”, al que
Clarín se opuso y que no fue aprobado); envió a un grupo de inspectores
de la Dirección General Impositiva, predecesora de la actual AFIP, a
instalarse en Clarín y revisar cada transacción y documento –el
grupo permaneció en el periódico… durante tres años–. Magnetto llegó a
denunciar que agentes de la SIDE seguían sus movimientos (era
cierto). En
respuesta, el diario hizo coberturas ferozmente opositoras (no sólo críticas),
en especial a partir de 1987. Alfonsín interpretó la cobertura de la
crisis económica y social que estalló en 1987 como
parte de una maniobra destituyente.
Para sorpresa de muchos, Cafiero
perdió ante Carlos Menem, el pintoresco gobernador de La Rioja al que
muy pocos –y Magnetto no estaba entre ellos– se habían tomado en serio hasta
ese momento.
En este
punto, Magnetto decidió asegurarse y se dirigió a todos los candidatos que
competirían en las presidenciales del 89 para comunicarles los deseos de
Clarín.
Menem, persuadido por dos de sus principales asesores, su hermano Eduardo y el
mendocino Eduardo Bauzá, de que le convenía tener a la prensa de su lado, envió a Clarín la promesa de que, si ganaba las
presidenciales, derogaría el artículo 45 y privatizaría los canales y radios
estatales. (…) El 12 de junio, invitó a
Magnetto a su residencia de gobernador en La Rioja. Sin rodeos, le
confirmó que privatizaría los canales; le interesaba que Clarín participara.
Y, finalmente, alguien que sabe mucho sobre el ejercicio del poder ejecutivo y los embates de las corporaciones y los intereses trasnacionales contra la economía nacional, nos agrega información desde el pasado no remoto, desde el 2004, que nos sirven para prevenirnos sobre este tipo de golpes de mercado.
El ex presidente Raúl Alfonsín denuncia un intento desestabilizador contra el gobierno de Néstor Kirchner. Veamos:
Pasan los años y los problemas, aunque tal vez con distintos titulares, siguen siendo los mismos. El poder mediático, el fantasma de un golpe de estado y la inconforme clase media, temas que el expresidente Raúl Alfonsín ya denunciaba en el primer gobierno de Néstor Kirchner en la teve, hoy continúan sucediendo.
Una cinta notablemente vieja dictamina cuestiones que en la actualidad laten en la agenda nacional. “La clase media tiene que tener mucho cuidado con lo que hace”, comentó preocupado Alfonsín en esta entrevista.
Albert Einstein decìa sabiamente: "Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo", y eso parece ser lo que Argentina está haciendo en relación a los temas analizados aquí. Esperemos que los resultados sean bien distintos entre 1989 y 2014, pero mucho de eso depende también de cada uno de nosotros mismos.