30 de enero de 2014

El "Juego de las Diferencias": Dólar, inflación, devaluación y “golpe de mercado” en 1989 y en 2014.

Juguemos al juego de las diferencias (históricas y económicas en este caso) entre dos períodos presidenciales: los años finales de Raúl Alfonsín y Cristina Fernández en cuanto a sus respectivas relaciones tirantes con los poderes fácticos y los medios concentrados. Para ello tomaremos sólo los temas señalados en el título: dólar, inflación, devauación y golpe de mercado.

Como bien señala Pablo Chena aquí:

Los economistas llaman sobrerreacción cambiaria (overshooting) a la reacción desmedida de los mercados financieros frente a noticias que no están directamente relacionadas con la evolución del tipo de cambio pero que, sin embargo, los operadores toman como ciertas y, por lo tanto, salen contagiados a comprar divisas masivamente en lo que se denomina "comportamiento en manada". Los rumores desestabilizadores son instalados por sectores dominantes que, luego de adquirir dólares y fugarlos al exterior, fogonean la idea generalizada de que la divisa está barata, que las reservas se van a acabar y que el gobierno no sabe cómo enfrentar la crisis. De esta forma alimentan la compra compulsiva de dólares adelantando sus propias compras a valores superiores a los de la cotización vigente.
Sin embargo, el objetivo, detrás de estos ataques especulativos, es la ganancia financiera de corto plazo y la desestabilización política. Por lo tanto, la solvencia de largo plazo queda de lado y lo importante es contar con la liquidez necesaria para soportar la corrida. En este aspecto, el nivel de reservas es fundamental y actualmente presenta niveles relativamente elevados para hacer frente a la crisis.

Realicemos, entonces, un repaso y una comparación entre lo sucedido en los dos últimos años del período de Raúl Alfonsín y los dos últimos de Cristina Fernàndez. A pesar de las diferencias entre ambos protagonistas presidenciales y partidos políticos involucrados, es sumamente interesante observar las coincidencias entre ambos casos tanto como sus diferencias. Es por eso que en los textos periodísticos elegidos para ilustrar ambas épocas hemos destacado las evidentes coincidencias en color rojo y las diferencias en color verde. De esta manera se podrá apreciar mejor porque llamamos la atención en las coincidencias que nos muestra la historia, de la que debemos aprender porque, como dice el poeta: quien olvida su pasado está condenado a repetirlo…
Empecemos por repasar los sucesos del actual período presidencial en relación a los temas ya señalados:


El Gobierno debió enfrentar, esta semana, su decisión más complicada en materia económica en más de diez años en el poder: aplicar un instrumento de política del cual renegaba por sus previsibles consecuencias regresivas –la devaluación–, pero sin perder los objetivos de crecimiento, empleo e inclusión social. Lo primero, la devaluación, fue el resultado de una prolongada y sangrienta (medida por el drenaje de reservas) pulseada con poderosas corporaciones económicas y financieras que desarrollaron, de todos los modos posibles, su artillería para acorralar a las autoridades. Pulseada en la que el Gobierno debió finalmente ceder. Lo segundo, la decisión de no abandonar los objetivos de política, es el eje de la disputa que se le abre ahora al Gobierno, en una previsible puja con los mismos sectores del poder económico en torno de cómo se distribuirán los costos y beneficios de la corrección cambiaria.
El episodio Shell en el mercado mayorista de cambios, pagando por una compra de dólares un sobreprecio del 15 por ciento nada más que para inducir a una brusca suba del valor del billete, es elocuente en diversos sentidos. Con fundamentos, se sospechaba de conductas desestabilizadoras de la política oficial de parte de importantes corporaciones empresarias, pero hasta acá no había habido evidencias tan transparentes.
Este hecho se sumó a la actitud reticente de los exportadores a liquidar las divisas de la última cosecha, a la que ayer el ministro Axel Kicillof le puso precio: serían 4000 millones de dólares de la reciente campaña agrícola los que tendría retenida la exportación, que se agregan a otros 2500 millones de dólares de financiación externa a la cual habitualmente recurren productores exportadores que, esta vez, no ingresaron al país como crédito externo. Los exportadores especularon con una devaluación que iba a caer en algún momento no tan lejano. Con su actitud la indujeron.
Entre los desafíos inmediatos del Gobierno está, en principio, el de lograr estabilizar el mercado cambiario en los nuevos valores del dólar oficial (en el entorno de los 8 pesos o no muy por encima de esa línea) y poder responder, a su vez, a la demanda de los ahorristas en el reabierto mercado de venta de divisas para atesoramiento, de forma de quitarle expectativas al mercado marginal. Para lograrlo, necesitará que los exportadores-especuladores acepten este nuevo valor y empiecen a liquidar los fondos retenidos.
Ello en cuanto a los equilibrios cambiarios. Pero, además, las autoridades tendrán que ponerle dique a los intentos de trasladar a precios el envión de la devaluación. Esta es la llave que cierra (o deja escapar) los fantasmas de la inflación y el deterioro del poder adquisitivo de los salarios.
Este es otro frente en el que el Gobierno tendrá que volcar una parte importante de su esfuerzo para evitar las zancadillas de un sector que, tras ganar la pulseada por la devaluación, podría suponer que está en condiciones de dar el “golpe final”: obligar a ejecutar un recorte del gasto público, la fórmula perfecta para provocar una recesión.
No es ocioso que los habituales voceros del establishment relativicen los beneficios de la devaluación, aunque ellos mismos hasta ahora la impulsaban y la reclamaban. El discurso de estos sectores es que, para lograr “estabilidad”, “previsibilidad”, una situación de “equilibrio” monetario y financiero, es necesario que el Gobierno “ajuste” sus cuentas y deje de emitir. De las consecuencias sociales no hablan.


En la medida que siete grandes empresas comercializan el 80% de la soja que se produce en nuestro país, tienen una enorme incidencia en el mercado cambiario, al igual que otros sectores también altamente concentrados. Si a ello se suman la tendencia a ahorrar en productos agropecuarios de muchos productores, y conductas al extremo individualistas.
(...) se genera una presión especulativa sobre los distintos mercados que altera el normal funcionamiento de la economía.
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Tenemos que saber quiénes estuvieron detrás de esa corrida, de la que además participó otro banco extranjero", indicó Kicillof, y agregó que "a Aranguren se lo conocerá como el hombre que perdió $ 4 millones en 20 segundos por operar con el precio. Estaban pulseando, como lo han hecho tantas veces".
Kicillof, por su parte, enumeró en detalle los distintos embates de los mercados: así las cosas, apuntó que hubo una corrida en los primeros años de este gobierno, otro con posterioridad, luego de la Resolución 125 que pretendía instaurar retenciones móviles a las exportaciones de granos; y señaló también lo acaecido en las vísperas de las elecciones presidenciales de 2011. "Decían que la presidenta perdía, que íbamos a confiscar los depósitos y otras cosas, y finalmente Cristina ganó con el 54% de los votos", recordó Kicillof.
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La habilitación que estamos dando nos llama a la reflexión sobre lo ocurrido entre agosto y noviembre de 2011, un momento electoral, donde la corrida cambiaria se llevó 3300 millones de dólares. Todos vivimos corridas cambiarias y bancarias.
Entre agosto y septiembre de 2011 decían que el Gobierno iba a perder las elecciones, o que si las ganaba tomaría medidas desesperadas. Me refiero a notas de diarios y otros mecanismos de desinformación como las redes sociales, que decían que se iba a instalar un corralito o avanzar con una pesificación de depósitos. Incluso llegaron a decir que se estaban comprando aparatos de rayos X para abrir las cajas de seguridad. Es en ese momento que se decidió inhabilitar paulatinamente la compra de dólares para tenencia de particulares.

La principal cuestión es que ante esa situación de una puja importante inducida sobre las reservas se tomó la decisión de inhabilitar paulatinamente la compra de dólares. Esa medida, a fines de 2011, fue acertada porque la corrida en curso se detuvo de cuajo.
–¿Cuál es el costo estimado que tuvieron las corridas cambiarias desde 2007?
Esos episodios explican 62.000 millones de dólares de fuga en un contexto donde los mismos que no avisaron que venía el corralito o la pesificación de los depósitos difundían ideas descabelladas. Durante las presidenciales de 2007, solo en agosto, se fueron 1800 millones de dólares. En el lockout de 2008, otros 3200 millones. Luego de la nacionalización de las AFJP, 3900 millones. En las legislativas de 2009, cerca de 2800 millones de dólares. En el conflicto del Banco Central con Martín Redrado, unos 1700 millones de dólares. Y, con la reelección de Cristina, 3300 millones de dólares. En 2011 nos encontramos con esa situación. Después de ganar las elecciones con el 54 por ciento de los votos, siguieron alimentando ese clima.

Algunos exportadores empezaron a guardar su mercadería para especular y presionar una devaluación. El acopio de cereales, particularmente soja, son dólares que no ingresan a las reservas por no ser exportados. Tenemos muy bien documentado que la parte declarada de la cosecha anterior no exportada alcanza a los 8 millones de toneladas, que equivalen a 4000 millones de dólares. Sabemos dónde están porque están declaradas: en silobolsas en campos, esperando.
A eso se suma la actitud de las cerealeras, las empresas exportadoras de granos, que suspendieron créditos internacionales por aproximadamente 2500 millones de dólares. Lo cambiaron por financiamiento en pesos.


–Lo que hicimos nosotros fue abortar una maniobra especulativa que intentaba armar una escalera para llevar el dólar en principio a 9 pesos. Es una maniobra porque las operaciones se estaban cerrando a 7,20 pesos y de pronto vino alguien y puso una orden de compra de dólares a 8,40 pesos. Es como si una persona entra al supermercado, ve que el tomate está a 11,50 pesos y dice que lo quiere comprar a 40 pesos. El vendedor se lo va a vender a 40 pesos. Después esa persona sale y dice: “Esto es un escándalo, el tomate está a 40 pesos”. Es una operación pequeña, pero genera un escalón cambiario muy fuerte y después vienen los demás a convalidarlo. Así la ronda iba a terminar a 8,40 pesos o más, porque nos llegaron a hablar de 9 pesos. Estaban disparando una corrida cambiaria en el mercado oficial.
–Pero el Banco Central puede impedir eso.
Lo impidió poniendo una oferta muy por debajo de eso. Intervino en el mercado. El día anterior nosotros habíamos dejado jugar al mercado y la cotización se había deslizado unos centavos y ahí vieron la oportunidad y armaron un movimiento especulativo para llevar la cotización mucho más arriba, aun a pérdida. El señor de Shell perdió 70 centavos por dólar porque HSBC compró dólares a 8,40 pesos y después se los vendió a 8,70 pesos porque, según ellos, intervinieron con una orden de Shell.


En este contexto complejo, el gobierno cuenta con numerosas herramientas de emergencia para abastecer de liquidez al mercado de cambios doméstico. Por ejemplo, puede avanzar en negociaciones para acceder a fondos frescos provenientes de nuevos acuerdos bilaterales que permitan fortalecer las reservas; emitir títulos en dólares para el mercado doméstico, renegociar los vencimientos de deuda de este año; controlar el mercado de oferta de divisas nacionalizando el comercio exterior de granos; fortalecer la alianza con grandes jugadores institucionales que operan volúmenes significativos de fondos y que pueden contrarrestar, en parte, la tendencia dominante; revisar los contratos mineros y acordar con las automotrices, responsables del 26% del gasto de divisas en importaciones en 2013, un aporte extraordinario de dólares a cuenta del pago de futuros impuestos.
Finalmente, si el proyecto político actual sortea con éxito este nuevo golpe de mercado, logrará mayores márgenes de maniobra para impulsar políticas económicas que sigan en el camino de generar empleo, industrialización e inclusión social.


En medio del golpe de mercado "a dos bandas" de la semana pasada –corrida cambiaria y venta masiva de las acciones de empresas públicas–, el gobierno tomó la determinación de cerrar la brecha entre el tipo de cambio oficial y el ilegal con la doble estrategia de, por un lado, dejar depreciar el tipo de cambio oficial y, por otro, permitir que las demandas de atesoramiento de divisas de personas físicas, que antes se cursaban por el mercado ilegal y promovían su alza, hoy pasen a canalizarse en el mercado oficial. Esta flexibilización es positiva porque desconecta el micro-atesoramiento de las clases medias del andamiaje especulativo que está detrás del dólar ilegal.
(...) en los momentos en los cuales se firmaron los acuerdos de precios para alimentos el dólar cotizaba alrededor de $ 6,5 y que, por lo tanto, el nuevo precio del dólar implica una devaluación de casi un 25% en menos de un mes. Esta medida era reclamada como bandera por un grupo importante de capitales concentrados. La incógnita a partir de ahora es saber si van a hacer lo que vienen pregonando mediáticamente, invertir en mejorar la competitividad, incrementar las exportaciones y sustituir importaciones, o si, por el contrario, vuelven al viejo comportamiento de aumentar los precios en el mercado interno, quitarle poder adquisitivo al trabajador, concentrar el ingreso en sus manos y fogonear el proceso inflacionario hasta la desestabilización.
Las devaluaciones no se trasladan a precio de forma automática sino que depende de la relación de fuerzas de cada momento. La lucha por la distribución del ingreso es permanente y se juega en los mercados todos los días.
En definitiva, el goteo de dólares se aceleró en el último período y el Banco Central decidió utilizar una medida de shock para cortar esta tendencia y mejorar la capacidad competitiva de las economías regionales y de las pymes exportadoras. Sin embargo, la pulseada final es política y nuestro éxito va a depender de fortalecer la densidad de un proyecto nacional que nos contenga a todos.


El lunes 20, el dólar oficial cotizaba a 6,84 pesos, y el jueves 23 pasó la barrera de los 8. Es indudable que la sombra del dólar blue, tras haber llegado a los 13 pesos, empujó este cambio. Sin embargo, no fue un golpe de mercado, sino que la autoridad política tomó la iniciativa de fijar un nuevo escenario. Como corolario de esta decisión, desde ayer rige un nuevo sistema para que los particulares puedan hacerse con dólares para ahorro.
De todos los factores que empujaron, quizá el más trascendente, aunque no esté tan a la vista del gran público, sea la persistencia del sector agroexportador en no liquidar una parte importante de la cosecha de soja de la campaña 2013.
cabe preguntarse: ¿tanto poder tienen los sectores más concentrados del complejo agroalimentario como para poner al conjunto de los argentinos en este frenesí de cuánto vale un dólar? Y, directamente al ministro de Economía.
Al respecto, en una extensa entrevista publicada ayer en Ámbito, Capitanich dijo que dos tercios de las exportaciones están en manos de empresas transnacionalizadas. Entonces, por un cambio de la relación de fuerzas y más allá de la voluntad de la presidenta, un conjunto de acontecimientos llevaron a la devaluación de la semana pasada.
Pero hay una verdad –relativa– que no puede desconocerse: la política en esta última década logró un alto grado de autonomía del poder económico y cada vez que el Estado tuvo la determinación –recordar AFJP, YPF, Ley de Medios y varias otras– los lobbies económicos no pudieron avanzar.



Para saber cómo actúa el aparato desestabilizador de un gobierno, nada mejor que la explicación de alguien que lo hacía y que por motivos especiales debe develar su método.
(Se trata de Hernán Arbizu, ex hombre de la banca J.P. Morgan, cuyas razones y declaraciones sobre lavado de dinero explicamos aquí).

Veamos lo que nos aporta sobre golpes de mercado:






Repasemos ahora lo sucedido en aquellos años finales del alfonsinismo y las causas que lo llevaron a entregar el gobierno en forma anticipada a Carlos Menem, quien realizaría al pié de la letra lo que los mercados le exigían a Alfonsín y mucho más…:


El golpe hiperinflacionario.
La inflación de 1986 cerraría en 90% y en 1987 superaría el 130%. Los salarios del sector público y las jubilaciones se mantenían retrasados, pero esa situación no podía mantenerse con esos niveles de incremento de los precios. (…) Las causas del déficit estructural –principalmente los pagos de la deuda– no podían eliminarse.
Al mismo tiempo, los precios de las exportaciones argentinas declinaron durante dos años seguidos (1986 y 1987) y el volumen de las mismas también, debido a problemas climáticos. Ello redujo la recaudación al gravitar sobre las retenciones y generó una severa penuria de divisas que habría de agotar las reservas del Banco Central a comienzos de 1988.
El gobierno había perdido, a la sazón, las elecciones de 1987 en las que el peronismo recuperó la provincia de Buenos Aires, con lo que su situación política se debilitó. En julio de ese año otra vez la inflación mensual había alcanzado los dos dígitos.
Y el equipo económico comenzó a pensar en la privatización de empresas públicas como un camino para la reducción del déficit fiscal. Al promediar 1987 se anunció un plan de reforma del sector público que incluía este tipo de medidas, que sin embargo no alcanzaría concreción (en parte por la oposición parlamentaria del peronismo).
También se pensó en propiciar una mayor apertura de la economía para que las empresas formadoras de precios se vieran expuestas a la competencia externa, tal como había sucedido en tiempos de Martínez de Hoz.
En agosto de 1988 se anunció un nuevo plan –el Plan Primavera– que contemplaba un acuerdo de precios con empresas líderes agrupadas en la UIA y con la Cámara de Comercio, a cambio de una reducción del IVA. Y se reguló de nuevo el tipo de cambio, preanunciando su evolución futura. Además, el gobierno intervendría en el mercado, comprando divisas a los exportadores y vendiendo a los importadores.
Los precios agrícolas habían mejorado al promediar 1988. El gobierno no incrementó las retenciones pero intentó capturar parte de los mayores ingresos del agro desdoblando el tipo de cambio: las exportaciones se liquidarían a un tipo de cambio fijo, mientras que existiría otro mercado de divisas financiero donde el precio del dólar se establecía por flotación regulada. Pero los productores agrarios no estaban de acuerdo: fue entonces cuando el presidente Alfonsín recibió una ruidosa silbatina en la Sociedad Rural.
La inflación persistente –se mantuvo durante casi todo 1988 en dos dígitos mensuales fue retrasando el tipo de cambio oficial.
A comienzos de 1989 comenzó la corrida contra el Austral que obligó al Banco Central a desprenderse aceleradamente de dólares para evitar la devaluación. La embestida sobre el dólar se aceleró a lo largo de la primera mitad de 1989 y la cotización del dólar libre –un tercer mercado que se añadió al comercial y al financiero aumentó casi 200% en abril y más de 100% en mayo. No eran los pequeños ahorristas el factor decisivo sino las grandes empresas, dispuestas a torcer el brazo al gobierno. Los exportadores se negaron a negociar sus divisas en el mercado oficial y las retuvieron, agravando la escasez.
Y rápidamente, el aumento del dólar se trasladaba en forma automática a los precios internos: no solo de los bienes transables sino de todos, porque los precios internos se fijaban en función de esa pauta. La inflación mensual saltó de 33% en abril a 78% en mayo, 114% en junio y 197% en julio, mes en el que Alfonsín renunció y traspasó en forma adelantada el mando a Menem, que había sido elegido dos meses antes. En todo el fatídico año 1989 totalizaría 3080%, que quedaría como record histórico para la Argentina. (N.d.E.: en comparación, los más férreos opositores del kirchnerismo denuncian hoy una inflación del 25-30% anual.)
El gobierno radical había sufrido los alzamientos militares y los 13 paros generales de la GCT, además de la oposición parlamentaria del justicialismo. Pero en realidad el factor que decidió su debacle fue el insuperable peso de la deuda heredada de la dictadura militar y la decisión del nuevo núcleo hegemónico del poder económico –la alianza entre el campo, las finanzas y la industria multinacional– que le retiró su reticente confianza. Tensos los músculos, el nuevo protagonista dominante del escenario económico y social mostraba que podía imponer las condiciones y su propia agenda, sin tener que negociar con gobiernos que no se mostraban suficientemente receptivos a sus demandas. Ya no habría golpes militares pero existían otros medios de persuasión. El golpe hiperinflacionario había sido exactamente esa demostración de fuerza. El presidente que asumió en reemplazo de Alfonsín lo tomaría bien en cuenta.

Algunos autores atribuyen esta hiperinflación al resultado de un golpe de mercado preparado con la ayuda de la oposición, incluyendo una rebelión fiscal, con el fin de modificar el cauce político, como efectivamente ocurrió. Lo cierto es que pocos meses antes de la híper, en diciembre de 1988, un grupo de militares se alzó contra el gobierno constitucional; y en enero de 1989 civiles armados atacaron el cuartel de La Tablada, alegando que una nuevo golpe militar estaba en ciernes. Todos estos hechos, más la profunda y larga recesión, contribuían al malestar de la población y a enrarecer el clima político que precedió a esta hiperinflación. También es cierto que las reservas internacionales del Banco Central estaban exangües y que el gobierno carecía de los recursos para enfrentar los abultados vencimientos de la deuda pública que se avistaban en el horizonte cercano. Como se observa, las causas de la hiperinflación fueron múltiples y generaron gran controversia en la literatura económica, de la que puede concluirse que resulta simplista atribuirla a un solo factor. Antes bien, se trató de una confluencia de elementos, que, en conjunto, dieron lugar a una incontrolable corrida de los precios.


A su vez, los medios más poderosos ejercían su habitual poder de presión ante el presidente de turno. El diario Clarín, ya decano en estas lides de presionar gobiernos, lo hacía desde sus páginas y personalmente, ante lo cual el radicalismo respondió con los medios con que contaba:
Clarín pidió esto a Alfonsín una y otra vez, y, al no obtenerlo, lo presionó de todos los modos que pudo: públicamente, desde el diario y desde asociaciones empresarias que controlaba; en privado, en reuniones con miembros del gobierno, incluso en los desayunos y comidas anuales con el Presidente. Y, por supuesto, con el sesgo de la información que publicaba. (…)
Alfonsín condenó a Clarín públicamente por jugar un rol de “opositor” a su gobierno; amenazó con impulsar en el Congreso un proyecto de ley de medios (de hecho, presentó un proyecto que creaba un Consejo Nacional de Radiodifusión, según el cual los dueños de medios gráficos podrían acceder a licencias de radio y televisión “si se resguarda la libertad de expresión o el pluralismo infomativo en la zona de cobertura”, al que Clarín se opuso y que no fue aprobado); envió a un grupo de inspectores de la Dirección General Impositiva, predecesora de la actual AFIP, a instalarse en Clarín y revisar cada transacción y documento –el grupo permaneció en el periódico… durante tres años–. Magnetto llegó a denunciar que agentes de la SIDE seguían sus movimientos (era cierto). En respuesta, el diario hizo coberturas ferozmente opositoras (no sólo críticas), en especial a partir de 1987. Alfonsín interpretó la cobertura de la crisis económica y social que estalló en 1987 como parte de una maniobra destituyente.
Para sorpresa de muchos, Cafiero perdió ante Carlos Menem, el pintoresco gobernador de La Rioja al que muy pocos –y Magnetto no estaba entre ellos– se habían tomado en serio hasta ese momento.
En este punto, Magnetto decidió asegurarse y se dirigió a todos los candidatos que competirían en las presidenciales del 89 para comunicarles los deseos de Clarín. Menem, persuadido por dos de sus principales asesores, su hermano Eduardo y el mendocino Eduardo Bauzá, de que le convenía tener a la prensa de su lado, envió a Clarín la promesa de que, si ganaba las presidenciales, derogaría el artículo 45 y privatizaría los canales y radios estatales. (…) El 12 de junio, invitó a Magnetto a su residencia de gobernador en La Rioja. Sin rodeos, le confirmó que privatizaría los canales; le interesaba que Clarín participara.


Y, finalmente, alguien que sabe mucho sobre el ejercicio del poder ejecutivo y los embates de las corporaciones y los intereses trasnacionales contra la economía nacional, nos agrega información desde el pasado no remoto, desde el 2004, que nos sirven para prevenirnos sobre este tipo de golpes de mercado.
El ex presidente Raúl Alfonsín denuncia un intento desestabilizador contra el gobierno de Néstor Kirchner. Veamos:


Pasan los años y los problemas, aunque tal vez con distintos titulares, siguen siendo los mismos. El poder mediático, el fantasma de un golpe de estado y la inconforme clase media, temas que el expresidente Raúl Alfonsín ya denunciaba en el primer gobierno de Néstor Kirchner en la teve, hoy continúan sucediendo.
Una cinta notablemente vieja dictamina cuestiones que en la actualidad laten en la agenda nacional. “La clase media tiene que tener mucho cuidado con lo que hace”, comentó preocupado Alfonsín en esta entrevista.




Albert Einstein decìa sabiamente: "Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo", y eso parece ser lo que Argentina está haciendo en relación a los temas analizados aquí. Esperemos que los resultados sean bien distintos entre 1989 y 2014, pero mucho de eso depende también de cada uno de nosotros mismos.




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