A pesar de la euforia o los festejos del elenco estable de Cambiemos (funcionarios, políticos, medios y periodistas), la caída del modelo económico macrista en las garras del FMI demuestra la impericia de los gestores del neoliberalismo de turno en Argentina, más allá de la remanida falibilidad de este modelo en los países que habitan los arrabales de la economía mundial. Como enseñaba el profesor emérito de la UBA, Aldo Ferrer, si acordamos que la globalización es inevitable, "cada país tiene la globalización que se merece en virtud de la calidad de sus políticas nacionales".(1) Y el macrismo (o Cambiemos) ha elegido una globalización sometida para nuestro país. Un tipo de dependencia económica (y su dramático efecto inmediato en lo social) similar a la escogida por el establishment criollo durante los gobiernos autoritarios de la "década infame", el "Proceso de Reorganización Nacional" o en la década democrática del menemato. Pero, a diferencia de aquellos protagonistas, los actuales parecen ser una legión de astutos empresarios o financistas oportunistas que se lanzaron a improvisar en la economía política, creyendo que quien conoce los resquicios de la economía empresarial o financiera puede conducir un país. Es por eso que la que llamamos "revolución macrista"(2) tiene objetivos muy claros, plazos limitados, un pésimo uso de las herramientas económicas y un descaro para tomar medidas tan grande como su ignorancia de las consecuencias sociales y políticas de las mismas.
Toda la parafernalia macrista de propaganda, marketing, uso novedoso de las redes sociales con fines propagandísticos y el big data alcanzaron para ganar elecciones y llegar hasta acá. Pero se llegó a un límite, el de la realidad social y política. Blandir la “no política” para gobernar es similar a utilizar la (si se me permite el neologismo) “no medicina” para curar: una contradicción en sus términos. Las políticas que alcanzaron a Macri para gobernar exitosamente durante dos períodos la próspera ciudad de Buenos Aires no fueron sólo las propias sino, fundamentalmente, las políticas nacionales aplicadas por el gobierno nacional (el kirchnerismo), con su crecimiento constante del PBI y del mercado interno. Acabada esa savia que llenaba los bolsillos de porteños y arcas públicas porteñas, la mencionada parafernalia macrista pasó a ser sólo espejitos de colores. El sueño terminó, el juguete con el que los CEOs y empresarios jugaron a la política se rompió y la lluvia de inversiones con que soñaron e hicieron soñar a la mitad de los electores en 2015 pasó a ser una lluvia de deuda externa, Lebacs, inflación, desempleo, pobreza, tarifazos y, finalmente, el FMI.
Empezaron creyendo que las inversiones extranjeras (que para ellos son las únicas que valen) sumado a la prosperidad del “campo” impulsaría la economía. Pero eso falló.
Siguieron con el plan de endeudarse a una velocidad inusitada y un ajuste “gradual”. Pero eso también falló.
Probaron entonces con un generoso blanqueo (en especial para ellos mismos) y una reforma jubilatoria como anzuelo para los reacios legisladores de la oposición. Pero, oh casualidad, eso también falló.
Después hicieron uso de las famosas Lebacs y un ajuste socializado entre las provincias. Pero eso también falló.
Y, finalmente, apelaron a la “original” y “salvadora” jugada de arrodillarse ante el FMI y sus receta (similar al plan económico macrista original). Recurso que tanto ortodoxos como heterodoxos de la economía (y la historia nacional e internacional) representa en sí mismo un fracaso de las medidas macristas, y la mayoría de ellos auguran que fallará.(3)
Como señala Luis Tonelli: “Por más de dos años, el PRO aparecía como lo impetuosamente nuevo, que iba a barrer con las “viejas y vetustas formas de hacer política”. Se imponía la comunicación a través de imágenes, despolitizada, simple, desideologizada. Había llegado el tiempo de rostros jóvenes, sonrientes, despreocupados, alegres. Se acaban los rictus dramáticos, los discursos tribuneros, las declaraciones destempladas. Era el momento de los curriculums y no de las historias. De los postgrados y no de los experimentados. De los exitosos en la actividad privada y no de los mediocres de la actividad pública”.(4)
Por todo eso, no es necesario adivinar qué es lo que vendrá. Nuestra historia económica es demoledora con los ejemplos del fracaso de estas recetas. Además, no solo la historia nos ilustra sobre las andanzas del FMI: en 2010, mientras Argentina festejaba el bicentenario de su revolución, en medio de un júbilo y una economía que crecía y distribuía entre todos, Grecia recurría al FMI y sus recetas para salir de una crisis. Hoy, ocho años después, se debate en un estancamiento y retroceso socioeconómico feroz que deberíamos analizar seriamente. “Grecia cumplió con todas las condiciones que impuso el Fondo pero terminó hundida no solo en la peor recesión de su historia sino también en la más dramática depresión económica que haya experimentado una nación en el último siglo sin haber atravesado una guerra. Un desplome del PBI del 27%, caídas del 40% del salario real, las jubilaciones y los planes sociales, una desocupación que supera el 22% y araña el 50% entre los jóvenes y una inversión real fija que bajó a la mitad en relación al PBI”.(5)
Sin embargo, la historia no es mecánica ni rígida, es plástica, no la hacen los líderes ni las instituciones, la hacen los pueblos (perdón por el arcaísmo) y su circunstancia. No es una ciencia dura, y es dinámica y multicausal, para analizarla no sirven las matemáticas ni las planillas Excel. Pero no debemos obviar las referencias históricas y culturales; y menos las nuestras, tan abundantes en relación a movimientos populares protagonistas, que surgen sin avisar y barren con las cadenas del status quo impuesto por los círculos rojos, los establishment o las oligarquías de turno, dependiendo de la semántica de época.
Ya definimos aquí las características de esta revolución autóctona conservadora o restauradora(6), y las distintas etapas que recorrió hasta hoy(7). Pero en esta nueva y turbulenta etapa, que comienza con el apresurado y sorpresivo anuncio del regreso del FMI a tallar en el país, el panorama que se atisba no es tan claro como en los casos anteriores. No sólo porque las sociedades no se comportan mecánicamente ni repiten conductas cíclicas (como gustan afirmar los aprendices de hechiceros puestos a pronosticar en ciencias sociales), sino que avanzan o retroceden a lo sumo en forma de oleadas, imprecisas e imprevistas muchas veces, pero seguramente sin obedecer o respetar leyes o certezas de comentaristas o panelistas de TV. No obstante, sí podemos afirmar que las próximas medidas del gobierno de Cambiemos (que dijo llegar para mejorar la vida de todos, que no iba a quitarnos nada y mejorar lo que estaba bien y cambiar lo que estaba mal) serán resistidas por el pueblo. Cómo será esa resistencia popular no puede pronosticarse, pero seguramente será similar y tan innovadora como las experiencias históricas que atravesó la Argentina. No obstante, lo que sí podemos afirmar es que los tiempos que vienen serán económicamente duros, socialmente movidos y políticamente intensos. El estallido de 2001 no va a repetirse (la historia nunca se repite); tampoco lo hará la larga crisis de los 90, ya que las circunstancias políticas y económicas son diferentes. Pero no deben descartarse movilizaciones y represión similares, el desprestigio de la política y los políticos, la caída en desgracia de liderazgos actuales (del oficialismo y de la oposición) y el surgimiento de nuevos. Sin embargo, como venimos afirmando aquí, no debemos obviar los hechos y los movimientos históricos al analizar el presente y menos al pronosticar el futuro. El entusiasmo de analistas, panelistas de TV y políticos en soslayar el papel futuro de quien gobernó hasta 2015 (Cristina Fernández) y se retiró con una plaza llena e índices de aprobación envidiados por todos los presidentes anteriores (menos Néstor Kirchner) es envidiable. Más aún cuando ignoran (voluntariamente o no) nuestra propia historia política. No vamos a repetir acá los hechos y conceptos sobre el tema que hemos analizado oportunamente, pero sí subrayar una característica de nuestra sociedad: el surgimiento de líderes políticos populares que en el libre juego de las urnas son reelectos, y que los defensores del status quo deben derrocarlos, encarcelarlos o proscribirlos para que no regresen al gobierno. Es que los votantes argentinos suelen ser caprichosos e insistir en votarlos a pesar de las cruzadas de desprestigio en su contra. Ya decíamos en julio de 2017:
"Para evitar el regreso del kirchnerismo, el círculo rojo y el gobierno (que forma parte del mismo) utilizarán cualquier método a mano, como lo han hecho en los casos anteriores. Para mencionar tan sólo algunos, recordemos la proscripción, persecución o encarcelamiento de Yrigoyen y muchos de sus funcionarios y partidarios, y la persecución, encarcelamiento o proscripción de Perón y muchos de sus funcionarios y partidarios. Sin embargo, en esos casos ambos gobiernos populares fueron derrocados por la fuerza, cosa que no es viable en este siglo. No obstante, en estos últimos meses suena cada vez más probable las otras dos variantes, la cárcel y la proscripción para los miembros del actual movimiento popular, independientemente de que sea justificadas o no las causas judiciales impulsadas".(6)
Esta característica de nuestra sociedad de reciclar sus movimientos populares, de resurgir de las cenizas en las que la convirtió el establishment de turno, debe sopesarse muy bien antes de barajar y dar de nuevo en el juego de la política electoral que se avecina. No sea cosa que nos distraigamos con los fuegos de artificio de los medios hegemónicos (y los no tanto) y el drama de los padecimientos socioeconómicos o la represión de todo tipo que se adivina en el horizonte y nos sorprendamos nuevamente con la regeneración o remozamiento en 2019 de un neokirchnerismo, del mismo modo que surgieron un neoperonismo en 2003 o un neoyrigoyenismo en 1945.
Aunque nada es seguro, la posibilidad de la repetición de este fenómeno autóctono existe. Y, según, parece, como hemos dicho más de una vez, el gobierno parece estar dando pasos firmes e involuntarios en ese sentido, y tal vez aproximarse peligrosamente la pesadilla menem-delarruísta o tal vez una resaca macrista. Esa parece ser la causa por la que el círculo rojo está preocupado por los últimos acontecimientos y apurado para tomar medidas anticipatorias ante esa posibilidad. Al parecer, adivina que su sueño macrista (y el de gran parte de los votantes de Cambiemos del 2015) ya ha terminado. Obviamente, esta es la foto del momento; por lo tanto hay que esperar y ver toda la película. Pero creemos, humildemente, que esta película ya la hemos visto antes. Y más de una vez.