1 de noviembre de 2019

El nuevo paradigma político argentino.

Así como 2015 marcó un cambio de época con la derrota electoral del peronismo (o una etapa del peronismo: el kirchnerismo) y el arribo franco de la derecha al gobierno por primera vez por los votos (salvo de la derecha camuflada de peronismo durante los años 90 del siglo pasado), las elecciones de 2019 marcan el regreso del tercer movimiento histórico argentino a la Rosada. Esto implica la aparición de un nuevo paradigma político en nuestro país ya que luego de dos fracasos consecutivos de la UCR en hacer pie en el panorama político estando en el poder (con el gobierno fallido de la Alianza y el papel despreciable en el de Cambiemos) creemos que se ha conformado una nueva doble hegemonía política electoral: el kirchnerismo-peronismo por un lado y el antikirchnerismo-peronismo por otro, representado desde 2015 por el macrismo pero que de ahora en adelante tomará quizás otra identidad. Esta bipolaridad política probó su fuerza con los resultados de agosto y octubre y parece proyectarse hacia el futuro con fuerza.


La revolución se terminó.

Con los resultados de las elecciones generales de octubre se concretó el fin del gobierno de Cambiemos. O la debacle de la Revolución Macrista que anunciamos aquí en junio(1), basados en lo que adelantamos oportunamente que produciría la jugada maestra de Cristina al ungir a Alberto Fernández como candidato a presidente y colocarse ella como vice. Ese final, ese derrumbe del gobierno macrista derivará muy probablemente en un posterior quiebre de la alianza electoral antikirchnerista denominada Cambiemos, nacida al calor de la oposición al segundo gobierno de Cristina y conformada por el PRO y la UCR con la misión tácita de ganarle las elecciones de 2015. Una vez en el gobierno, el macrismo asumió el poder total de la coalición, ninguneó a la UCR y ejecutó la que aquí(2) llamamos Revolución Macrista.


Los fríos números de una elección caliente.

En los comicios de este año se produjo un fenómeno electoral no deseado por la reforma electoral de 2009 con la creación de las PASO. Diseñadas para funcionar como internas de todos los partidos o alianzas electorales, con el propósito de definir las distintas candidaturas para las elecciones generales primarias de cada turno electoral, la sociedad las utilizó como verdadera primera vuelta electoral, colocando de facto al Frente para Tod@s y a Juntos por el Cambio como las dos opciones más votadas, por lo tanto la verdadera primera vuelta electoral fungió de cuasi-balotaje, repartiendo entre ambos casi el 89% de los votos. Esa fuerza centrípeta de ambas agrupaciones logró disminuir y casi diluir a las otras cuatro fuerzas políticas que competían. Y esa fue la causa por la cual los resultados finales (con el 97% de las mesas escrutadas) causaron sorpresa en la mayoría de los argentinos, al comparar las cifras con las producidas en las PASO. Para evitar confusiones debido a que en las PASO los porcentajes se toman considerando el total del padrón y en la primera y segunda vueltas sólo los votos afirmativos, debemos considerar sólo la cantidad de votos obtenidos por cada candidato y no los porcentajes. Un buen análisis de esto se encuentra en esta nota de Raúl Kollmann.
Así se explica el aumento de votos de cada fuerza beneficiada en esta primera vuelta que funcionó como balotaje. El macrismo supo atraer votos de los demás candidatos de la centro derecha y derecha, más la gran mayoría de quienes no votaron en las PASO. El kirchnerismo hizo lo propio con algunos votos de la izquierda y algunos de los ausentes en las primarias.
Esto demuestra que el oficialismo, con su cambio de estrategia electoral de último momento (abandonar los modos electorales de la dupla Peña-Durán Barba y adoptar los del peronismo) supo sumar la mayoría del millón y medio de nuevos votantes de octubre. Sin embargo, hay que relativizar este logro, ya que (además de que faltan muchas mesas por relevar y que la gran mayoría son del conurbano bonaerense donde los Fernández sacan mucha diferencia) el macrismo contó para ello con una cobertura mediática inédita en tiempos democráticos, los tres presupuestos propagandísticos más grandes del país (nacional, de la provincia y de la ciudad de Buenos Aires), los servicios de información y el apoyo multimillonario de dólares del FMI para mantener con alambres la economía nacional hasta las elecciones. Así y todo, es probable que se agrande la diferencia a favor de la fórmula ganadora y veremos finalmente que Juntos por el Cambio fue vencido holgadamente por el Frente de Tod@s, con una capacidad mediática ínfima y medios económicos reducidos. Macri para ganarle a Scioli necesitó una segunda vuelta y lo hizo por sólo 2,48%; en cambio fue derrotado en la primera vuelta por entre 8% y 10%, y estando a cargo de los tres principales oficialismos del país.
De todos modos, si comparamos los resultados de las primeras vueltas de 2015 y 2019 podemos sacar algunas conclusiones provisorias más, esperando los resultados finales. Con un porcentaje similar de mesas escrutadas en ambos casos vemos que la jugada de CFK fue sumamente acertada porque logró la unidad del peronismo (junto con algunos partidos satélites) y alcanzó casi 12.500.000 votantes y más del 48% de los votos, cuando en 2015 había sacado menos de 9.400.000 y el 37%.
Igualmente eficaz fue la táctica de último momento del oficialismo, que agregó al fichaje del camaleónico peronista Pichetto, impuso un énfasis al antikirchnerismo de sus filas y a la vez peronizó la campaña con una caravana populista en los últimos días, logrando captar el voto de derecha que no tuvo en las PASO. Por eso pudo mejorar los números logrados en 2015, y pasó de aproximadamente 8.601000 y el 34% de los votos a casi 10.500.000 y el 40% de los votos.
Veamos todas las cifras:



Incluso vemos que se repite la distribución geográfica de los votos de 2015, hasta casi iguala la distribución regional, lo que demuestra que la división ideológica-económica de las preferencias políticas no han variado a pesar del desastroso gobierno macrista, y repite el mapa electoral donde Cambiemos/Juntos por el Cambio tiene primacía en las zonas de mayor producción agropecuaria e ideológicamente antiperonista o antikirchnerista; división nacida luego del conflicto por la 125 ocurrido en 2008.
Veamos sendas comparaciones de mapas por provincias y por regiones, a la izquierda los resultados de 2015 y a su lado los de 2019:





El gran cambio entre 2015 y 2019 se da en los resultados de la provincia de Buenos Aires, donde vemos que el kirchnerismo-peronismo pasó de menos de 3.100.000 votos y el 35% de los votos y una exigua distribución regional a más de 5 millones de votos y más del 52% de los votantes, gracias quizás (además del paso del tsunami macrista por la economía nacional) a que contaba con un mejor candidato, una campaña bien peronista, la unidad partidaria y la ineficacia de las campañas mediáticas en su contra. Superando incluso la suma de votantes de Aníbal Fernández y de Sergio Massa en 2015.
Veamos los resultados:





En la capital del país, en cambio, Macri logró el 52% de los votos con un poco más de un millón de votos, mejorando su 50% de votos con 990.000 votantes de 2015, y al kirchnerismo-peronismo unido a pesar de abrir generosamente sus filas a nuevos partidos y sus candidaturas a figuras extrapartidarias, no le alcanzó con superar su 24% de votos y 470.000 votantes de 2015 y alcanzar el 35% de votos y poco más de 700.000 votantes; incluso no atrajo la totalidad de los casi 300.000 votantes que tuvo Massa en 2015.
Veamos las cifras:




A rey muerto, rey puesto.

Este importante triunfo, además de realzar la estratégica y sorpresiva jugada de Cristina Fernández y el elaborado entretejido de alianzas de Alberto Fernández, genera un nuevo paradigma político en Argentina. La fuerza que llegó al gobierno con la misión tácita de borrar al kirchnerismo del panorama político nacional llega a su final sin lograrlo y habiendo empeorado todos los problemas recibidos del kirchnerismo, todos y cada uno de los guarismos económicos y sociales y se retira enemistado con casi todos los poderes económicos que le ayudaron a llegar a la Rosada. Sólo lo apoyaran los dos o tres sectores altamente beneficiados con sus políticas económicas y algunos gobiernos extranjeros.
El nuevo movimiento político nacido al calor de la debacle macrista consigue ganar en el resto del país, gobernará la mayoría de las provincias, y se propone conformar un acuerdo político-económico-social para enfrentar los grandes problemas que deja el gobierno. Esto no sólo lo dota de la iniciativa política en los primeros meses de gobierno sino que contará con la fuerza política en ambas cámaras del Congreso (con legisladores propios o con alianzas) para consolidar su programa de gobierno.
Del otro lado, la alianza macrista seguramente enfrentará un período de crisis política (la que ya se vislumbra) más aún observando los resultados electorales. El radicalismo no seguirá callado frente al ninguneo presidencial de estos 4 años de gobierno de Macri; Rodriguez Larreta seguramente disputará el liderazgo del presidente, envalentonado por sus propios guarismos en el principal distrito del PRO, donde incluso obtuvo un envidiable 55% de votos, algo que Macri nunca arañó en primera vuelta. La gobernadora Vidal, luego de su derrota estrepitosa y en el llano, deberá recostarse en el Jefe de Gobierno de CABA, su mentor y aliado interno.

Este presente nos ofrece un panorama futuro donde aparecen dos grandes polos, uno de centroderecha (el actual oficialismo) y uno de centroizquierda (el nuevo oficialismo), orbitados por grupos menores de derecha e izquierda que no afectarán los rendimientos electorales de los polos mayores por varios años. No será un bipartidismo, sino un sistema similar al de la argentina del siglo XX, donde la centroderecha ocupará el lugar del viejo conservadurismo de principios de siglo o del radicalismo que enfrentó al peronismo, y la centroizquierda, personificada por el fernandecismo (por ambos Fern@ndez), ocupará el lugar del yrigoyenismo, peronismo o kirchnerismo en sus respectivas épocas.
Como dijimos aquí(3), este nuevo movimiento cuenta con varios posibles líderes para suceder a los fundadores, algo que no pudieron lograr los movimientos populares anteriores (yrigoyenismo, peronismo, kirchnerismo). Esto también contribuye a que arriesguemos que ha aparecido un nuevo paradigma político en nuestro país, y que esta irrupción política reconfigura no sólo al frente gobernante desde diciembre sino también el panorama de la oposición, la que deberá adaptarse ante esta nueva realidad si no desea diluirse y resignarse a perder elecciones o desaparecer.







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