5 de julio de 2011

WikiPis: Artigas, ¿héroe demócrata o traidor? + Borges, ¿observador descarnado o elitista?


WikiPis (el Wikileaks basurero).

Wikipis no es otra cosa que el compendio de las “deposiciones” de funcionarios, políticos y periodistas de hoy y de siempre, que cimentaron el sentido común vernáculo.

Basurero Nacional continua aquí con la publicación de cables, cartas y mensajes que consideramos necesario que sean conocidos por todos. Como comprenderán, no podemos revelar las fuentes de nuestros informes, pero nadie podrá desmentir ni negar la veracidad de los mismos. La cuadrilla de jaquers basureros de este blog, acostumbrados a lidiar con filtraciones y derrames de información, se dedicará no a “hackear” sino a “chorear” este material de los medios de difusión, portales de internet de toda laya, correos, correos electrónicos, memorias y pasillos de todo el país, con el único propósito de dar a conocer lo que generalmente no estaba destinado a ser conocido por el gran público (es decir: el pueblo).

En esta oportunidad, WikiPis publica hoy las instrucciones que Artigas entrega a los diputados que representarán al territorio que gobierna él ante el congreso constituyente de 1813, los que no fueron admitidos por el gobierno de Buenos Aires con excusas infundadas, y luego las órdenes de ese mismo gobierno porteño que muestra las verdaderas intenciones "democráticas" de Buenos Aires, lo que demuestra la interna entre revolucionarios y contrarrevolucinarios de entonces; y además tres textos del mejor escritor de nuestra historia, Jorge Luis Borges, que muestran que las calidades literarias no tienen por qué ir de la mano con las calidades, aptitudes o coherencia democráticas o políticas, algo que hemos visto también hace poco con el último premio nobel de literatura. Pero, vayamos de una vez a los documentos:
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Instrucciones dadas por Artigas a los diputados artiguistas a la Asamblea del año XIII.

Art. 1° Primeramente pedirá la declaración de la independencia absoluta de estas colonias, que ellas están absueltas de toda obligación de fidelidad a la Corona de España y familia de los Borbones y que toda conexión política entre ellas y el estado de la España debe ser totalmente disuelta.
Art. 2° No admitirán otro sistema que el de la Confederación para el pacto reciproco con las provincias que forman nuestro estado.
Art. 3° Promoverá la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable.
Art. 4° Como el objeto y fin del gobierno debe ser conservar la igualdad, libertad y seguridad de los ciudadanos y de los pueblos, cada provincia formará su gobierno supremo de la nación.
Art. 5° Así este como áquel se dividirán en Poder Legislativo, Ejecutivo y Judicial.
Art. 6° Estos tres resortes jamás podrán estar unidos entre sí y serán independientes en sus facultades.
Art. 7° El gobierno supremo entenderá solamente en los negocios generales del estado. El resto es peculiar al gobierno de cada provincia.
(...)
Art. 16° Que esta provincia tendrá su constitución territorial y que ella tiene el derecho de sancionar la General de las Provincias Unidas que forme la Asamblea Constituyente.
Art. 17° Que esta provincia tiene el derecho a levantar los regimientos que necesite, nombrar los Oficiales de Compañía, reglar la milicia de ella para la seguridad de su libertad, por lo que no podrá violarse el derecho de los pueblos para guardar y tener armas.
Art. 18° El despotismo militar será precisamente aniquilado con trabas constitucionales que aseguren inviolable la soberanía de los pueblos.
Art. 19° Que precisa e indispensablemente, sea fuera de Buenos Aires donde resida el sitio del gobierno de las Provincias Unidas.
Art. 20° La Constitución garantirá a las Provincias Unidas una forma de gobierno republicana y que asegure a cada una de ellas de las violencias domésticas, usurpación de sus derechos, libertad y seguridad de su soberania...
Dadas delante de Montevideo, el 13 de abril de 1813
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Decreto declarando traidor a Artigas
Fuente: Asambleas Constituyentes Argentinas, T. VI, 2° parte, pág. 72.
Art. 1 - Se declara a Don José de Artigas infame, privado de sus empleos, fuera de la ley, y enemigo de la patria.
Art. 2 - Como traidor a la patria será perseguido, y muerto en caso de resistencia.
Art. 3 - Es un deber de todos los pueblos, y las justicias, de los comandantes militares, y de los ciudadanos de las provincias unidas perseguir al traidor por todos los medios posibles. Cualquier
auxilio que se le dé voluntariamente será considerado como crimen de alta traición. Se recompensará con seis mil pesos al que entregue la persona de D. José Artigas vivo o muerto.
Art. 4 - Los comandantes oficiales, sargentos y soldados que siguen al traidor Artigas conservarán sus empleos, y optarán a los ascensos y sueldos vencidos, toda vez que se presenten al general del Ejército sitiador, o a los comandantes y justicias de la dependencia de mi mando en el término de 40 días contados desde la publicación del presente decreto.
Art. 5 - Los que continúen en su obstinación y rebeldía, después del término prefijado, son declarados traidores y enemigos de la patria. De consiguiente, los que sean aprehendidos con armas, serán juzgados por una comisión militar y fusilados dentro de 24 horas.
Art. 6 - El presente decreto se circulará a todas las provincias, a los generales y demás autoridades a quienes corresponda: se publicará por bando en todos los pueblos de la Unión, y se archivará en mi Secretaría de Estado y de Gobierno.
Buenos Aires, febrero 11 de 1814.


Gervasio Antonio de Posadas - Nicolás de Herrera, Secretario.
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Nota sobre los argentinos
Por Jorge Luis Borges.

La asidua reverencia que nuestras escuelas dedican a la historia argentina ha servido para borrarla o, mejor dicho, para simplificarla y endurecerla curiosamente. Las Invasiones Inglesas, la Revolución de 1810, la Guerra de la Independencia, las otras guerras, la larga sombra de la primera dictadura, las anteriores y ulteriores contiendas civiles y la Conquista del Desierto, han dejado de ser hechos humanos; son las bolillas de un programa o los capítulos de un libro de texto. Los días han decaído en aniversarios o en sesquicentenarios, los hombres que vivieron en próceres, los próceres en calles y en mármoles. Nuestra historia es un frígido museo. No la sentimos o la sentimos de manera elegíaca. Una de las razones es el hecho de que ahora somos otros. Aquel tiempo arriesgado y azaroso ya no es el nuestro; algo, silenciosamente se ha roto.
Hablar del argentino es hablar de un tipo genérico; soy, a la manera inglesa, nominalista y descreo de los tipos genéricos. Aventuraré, sin embargo, alguna observación aproximativa, con la convicción resignada de que centenares y aun miles de objeciones podrán alegarse en su contra.
A partir de los actos que dieron el gobierno a los radicales (es decir, a la mayoría) es notoria la declinación gradual del país. Naturalmente, es imposible precisar una fecha; los relojes no marcan un instante en que el azul se vuelve gris. El nadir lo marcó la dictadura. (Cada cien años, Buenos Aires engendra un dictador que de algún modo siempre es el mismo. Al cabo de un plazo variable, las provincias —conste que soy porteño— tienen que venir a salvarnos. En 1852 fue Entre Ríos; en 1955 Córdoba.) La blandura rayana en complicidad que ahora nos define hizo que la obra de la revolución quedara inconclusa.
Dos rasgos afligentes exhibe el argentino de nuestro tiempo. El primero es la penuria imaginativa. Las ciudades de nuestro territorio son modestos fragmentos de Buenos Aires, desparramados en mitad de la pampa; el arquetipo viene a ser, asimismo, una costosa réplica de París o, esporádicamente, de Nueva York. La facultad imitativa es el complemento o si se prefiere, el reverso de la escasa imaginación.
Más grave que la falta de imaginación es la falta de sentido moral. Un americano, imbuido de tradición protestante, se preguntará en primer término si la acción que le proponen es justa; un argentino, si es lucrativa. Se da, también, una suerte de picardía desinteresada; ante un reglamento, nuestro hombre se pone a conjeturar de qué manera podría burlarlo. Nos cuesta concebir la realidad de las relaciones impersonales. El Estado es impersonal; por consiguiente no debemos tratarlo con exceso de escrúpulos; por consiguiente el contrabando y la coima son operaciones que merecen el respeto y, sin duda, la envidia.
Anoto sin alegría estas reflexiones. También sin ira; dada mi condición de contemporáneo, es inevitable que me parezca de algún modo a quienes denuncio.


Buenos Aires, 23 de octubre de 1968.
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"Es sabido que Cámpora ganó las elecciones porque la mayoría de los argentinos son tontos", afirmó el escritor Jorge Luis Borges al corresponsal del Excelsior de esta capital. En su despacho de la Biblioteca Nacional de Buenps Aires, cuya dirección ejercía, Borges señaló que "la crisis política en la Argentina se inició en 1910, cuando se instituyó el voto obligatorio. Es absurdo que todos voten; que todo el mundo pretenda intervenir en las cosas del estado. Agregó que los peronistas son sus enemigos y que el gobierno lo perseguirá. Perón -dijo- ganó las elecciones con el voto masivo de los jóvenes, pero ellos no saben nada de esa época oprobiosa, de sus crímenes, persecuciones y robos. Súmele a eso la exaltación de un hombre y la carencia absoluta de doctrina. Son todos snobs”. Afirmó estar arrepentido de haber votado, por indicación de su madre que le entregó el sobre conla boleta de Nueva Fuerza para depositarlo en la urna el 11 de marzo, pero no por razones ideológicas "sino porque fue un voto perdido, ya que el partido de Alsogaray no alcanzó siquiera el 3%. Me hubiera gustado darle el voto a los radicales para aumentar el dique de contención delperonismo". Votó por quien ella le indicó para no contradecirla. Tiene 96 años.
Por Jorge Luis Borges.
La Opinión, 20 de junio de 1973
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Si hay miseria, que no se note.

El dictamen francés de que la hipocresía es el tributo que el vicio paga a la virtud corresponde con precisión a Tartufo o a ciertos personajes de Dickens, no a la hipocresía argentina, que es de otro orden. El hipócrita, entre nosotros, se jacta de esa miseria necesaria, el dinero, o de esa otra miseria, la fama. Consideremos una de sus obsesiones: la imagen argentina. Adelina del Carril, viuda de Ricardo Güiraldes, vivió diez años en la India, cuya cultura es una de las más complejas del orbe.
A su vuelta, le preguntaron: ¿Qué dicen de nosotros en la India? Nada le preguntaron sobre las tierras que había conocido. Yo tuve una experiencia análoga. En un aula de Nueva York hablé sobre la obra de Kafka. Un compatriota, a quien muy poco le interesaría esa obra, me dio las gracias porque yo había mejorado, esa tarde, la imagen argentina.
El culto de esa imagen nos ha llevado a una profusión de eufemismos. Un grupo de cambiantes militares se encarama al poder y nos maltrata durante unos siete años; esa calamidad se llama el proceso. Los terroristas arrojaban sus bombas; para no herir sus buenos sentimientos, se los llamó activistas. El terrorismo estrepitoso fue sucedido por un terrorismo secreto; se lo llamó la represión.
Los mazorqueros que secuestraron, que a veces torturaron y que invariablemente asesinaron a miles de argentinos, obtuvieron el título general de fuerzas parapoliciales. Hubo una invasión y hubo una derrota; las autoridades hablaron de anticolonialismo y de un cese de hostilidades. Un ministro, acaso deliberadamente, arruina la Patria; se lo denomina un economista. La Patria fue degradada, expoliada y éticamente corrompida; se la apodó Argentina Potencia. El viaje de una viuda de Perón se llama operativo retorno. Gremialista es el mote que se otorga a ciertos matones. Un negocio turbio es un negociado y, a veces un ilícito. Cobrar excesivamente un trabajo es hacerse valer. La disputa con Chile se apodó conflicto limítrofe.
En la esquina de Charcas y Maipú había, hasta hace poco, un alto y hondo conventillo. Los vecinos recordarán las paredes amarillas, el portón, el entrevisto patio y su pileta y el balcón de fierro al que salía una pareja de viejitos y una nochera; tal era el eufemismo que usaba el barrio. El hecho nada tiene de singular; lo singular es que nadie hablaba de conventillo, porque se entiende que no los hay en el centro y menos en el norte.
No importa que haya pobres; lo que importa es que no se sepa. En vísperas de un certamen de fútbol, apodado el Mundial, las autoridades repartieron ropa a la gente, para que los turistas no advirtieran que hay pobres en Buenos Aires. A los rancheríos de las orillas, popularmente llamados villas miserias, se los llama ahora villas de emergencia. Sé de familias que durante los meses de diciembre, de enero y de febrero, vivían escondidas en su casa para que la gente creyera que estaban veraneando en el Uruguay.
Otra especie del género son los eufemismos pomposos. El presidente es el primer mandatario, su mujer es la primera dama, palabra de la jerga teatral. Un ministro es el titular de la cartera, curioso gongorismo. Un ciego (yo lo soy) es un no vidente. Una cuadrilla de parientes y de pistoleros es ahora un séquito. Un plagio es una reminiscencia. A los maestros se los llama docentes; a los psicoanalistas, psicólogos; a los porteros, encargados; a los basurales, cinturón ecológico; a las batidas policiales, vastos operativos; a los controles de vehículos, Operativo Sol. Desde hace poco, la venta lucrativa (toda venta lo es) de obscenidades y la exhibición de desnudos se llama democracia o, a la española, destape.
Ofrezco este primer borrador, sin duda incompleto, del vocabulario habitual de nuestra hipocresía. La Academia Argentina de Letras bien puede ampliarlo.

Jorge Luis Borges . 8 de marzo de 1984. Suplemento Cultura y Nación de Clarín.
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Compilación de WikiPis anteriores aquí.


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