La revolución se terminó.
Con los resultados de las elecciones generales de octubre
se concretó el fin del gobierno de Cambiemos. O la debacle de la Revolución
Macrista que anunciamos aquí en junio(1), basados en lo que adelantamos oportunamente que produciría la
jugada maestra de Cristina al ungir a Alberto Fernández como candidato a
presidente y colocarse ella como vice. Ese final, ese derrumbe del gobierno macrista derivará muy
probablemente en un posterior quiebre de la alianza electoral antikirchnerista denominada Cambiemos, nacida al calor de la
oposición al segundo gobierno de Cristina y conformada por el PRO y la UCR con
la misión tácita de ganarle las elecciones de 2015. Una vez en el gobierno, el macrismo
asumió el poder total de la coalición, ninguneó a la UCR y ejecutó la que aquí(2)
llamamos Revolución Macrista.
Los fríos números de
una elección caliente.
En los comicios de este año se produjo un fenómeno
electoral no deseado por la reforma electoral de 2009 con la creación de las
PASO. Diseñadas para funcionar como internas de todos los partidos o alianzas
electorales, con el propósito de definir las distintas candidaturas para las
elecciones generales primarias de cada turno electoral, la sociedad las utilizó
como verdadera primera vuelta electoral, colocando de facto al Frente para Tod@s y a Juntos por el Cambio como las dos
opciones más votadas, por lo tanto la verdadera primera vuelta electoral fungió de
cuasi-balotaje, repartiendo entre ambos casi el 89% de los votos. Esa fuerza
centrípeta de ambas agrupaciones logró disminuir y casi diluir a las otras cuatro
fuerzas políticas que competían. Y esa fue la causa por la cual los resultados
finales (con el 97% de las mesas escrutadas) causaron sorpresa en la mayoría de
los argentinos, al comparar las cifras con las producidas en las PASO. Para
evitar confusiones debido a que en las PASO los porcentajes se toman
considerando el total del padrón y en la primera y segunda vueltas sólo los votos afirmativos,
debemos considerar sólo la cantidad de votos obtenidos por cada candidato y no los
porcentajes. Un buen análisis de esto se encuentra en esta nota de Raúl Kollmann.
Así se explica el aumento de votos de cada
fuerza beneficiada en esta primera vuelta que funcionó como balotaje. El
macrismo supo atraer votos de los demás candidatos de la centro derecha y
derecha, más la gran mayoría de quienes no votaron en las PASO. El
kirchnerismo hizo lo propio con algunos votos de la izquierda y algunos de los
ausentes en las primarias.
Esto demuestra que el oficialismo, con su cambio
de estrategia electoral de último momento (abandonar los modos electorales de la dupla
Peña-Durán Barba y adoptar los del peronismo) supo sumar la mayoría del millón
y medio de nuevos votantes de octubre. Sin embargo, hay que relativizar este
logro, ya que (además de que faltan muchas mesas por relevar y que la gran
mayoría son del conurbano bonaerense donde los Fernández sacan mucha
diferencia) el macrismo contó para ello con una cobertura mediática inédita en
tiempos democráticos, los tres presupuestos propagandísticos más grandes del
país (nacional, de la provincia y de la ciudad de Buenos Aires), los servicios
de información y el apoyo multimillonario de dólares del FMI para mantener con alambres la economía nacional hasta las elecciones. Así y todo, es probable que se agrande la diferencia a
favor de la fórmula ganadora y veremos finalmente que Juntos por el Cambio fue vencido holgadamente por el
Frente de Tod@s, con una capacidad mediática ínfima y medios económicos
reducidos. Macri para ganarle a Scioli necesitó una segunda vuelta y lo hizo
por sólo 2,48%; en cambio fue derrotado en la primera vuelta por entre 8% y
10%, y estando a cargo de los tres principales oficialismos del país.
De todos modos, si comparamos los resultados de
las primeras vueltas de 2015 y 2019 podemos sacar algunas conclusiones
provisorias más, esperando los resultados finales. Con un porcentaje similar de
mesas escrutadas en ambos casos vemos que la jugada de CFK fue sumamente
acertada porque logró la unidad del peronismo (junto con algunos partidos satélites) y alcanzó casi 12.500.000 votantes y más del 48% de los votos, cuando en 2015 había sacado menos de 9.400.000 y el
37%.
Igualmente eficaz fue la táctica de último momento del oficialismo, que agregó al fichaje del camaleónico peronista Pichetto, impuso un énfasis al antikirchnerismo de sus filas y a la vez peronizó la campaña con una caravana populista en los últimos días, logrando captar el voto de derecha que no tuvo en las PASO. Por eso pudo mejorar los números logrados en 2015, y pasó de aproximadamente 8.601000 y el 34% de los votos a casi 10.500.000 y el 40% de los votos.
Veamos todas las cifras:
Igualmente eficaz fue la táctica de último momento del oficialismo, que agregó al fichaje del camaleónico peronista Pichetto, impuso un énfasis al antikirchnerismo de sus filas y a la vez peronizó la campaña con una caravana populista en los últimos días, logrando captar el voto de derecha que no tuvo en las PASO. Por eso pudo mejorar los números logrados en 2015, y pasó de aproximadamente 8.601000 y el 34% de los votos a casi 10.500.000 y el 40% de los votos.
Veamos todas las cifras:
Incluso vemos que se repite la distribución geográfica de los votos de 2015, hasta casi iguala la distribución regional, lo que
demuestra que la división ideológica-económica de las preferencias políticas no
han variado a pesar del desastroso gobierno macrista, y repite el mapa electoral donde Cambiemos/Juntos por el Cambio tiene primacía en las zonas de mayor producción
agropecuaria e ideológicamente antiperonista o antikirchnerista; división nacida luego del
conflicto por la 125 ocurrido en 2008.
Veamos sendas comparaciones de mapas por provincias y por regiones, a la izquierda los resultados de 2015 y a su lado los de 2019:
El gran cambio entre 2015 y 2019 se da en los resultados de la provincia de Buenos Aires, donde vemos
que el kirchnerismo-peronismo pasó de menos de 3.100.000 votos y el 35% de los
votos y una exigua distribución regional a más de 5 millones de votos y más del 52% de los votantes, gracias quizás (además del paso del tsunami macrista por la economía nacional) a que contaba con un mejor candidato, una
campaña bien peronista, la unidad partidaria y la ineficacia de las campañas
mediáticas en su contra. Superando incluso la suma de votantes de Aníbal Fernández
y de Sergio Massa en 2015.
Veamos los resultados:
Veamos los resultados:
En la capital del país, en cambio, Macri logró el 52% de los
votos con un poco más de un millón de votos, mejorando su 50% de votos con
990.000 votantes de 2015, y al kirchnerismo-peronismo unido a pesar de abrir generosamente sus filas a nuevos partidos y sus candidaturas a figuras extrapartidarias, no le alcanzó con
superar su 24% de votos y 470.000 votantes de 2015 y alcanzar el 35% de votos
y poco más de 700.000 votantes; incluso no atrajo la totalidad de los casi 300.000
votantes que tuvo Massa en 2015.
Veamos las cifras:
Veamos las cifras:
Este importante triunfo, además de realzar la estratégica
y sorpresiva jugada de Cristina Fernández y el elaborado entretejido de alianzas de
Alberto Fernández, genera un nuevo paradigma político en Argentina. La fuerza
que llegó al gobierno con la misión tácita de borrar al kirchnerismo del
panorama político nacional llega a su final sin lograrlo y habiendo empeorado todos los
problemas recibidos del kirchnerismo, todos y cada uno de los guarismos económicos y sociales y se retira enemistado con casi todos los poderes económicos que le ayudaron a llegar a la Rosada. Sólo lo apoyaran los dos o tres sectores altamente beneficiados con sus políticas económicas y algunos gobiernos extranjeros.
El nuevo movimiento político nacido al calor de
la debacle macrista consigue ganar en el resto del país, gobernará la mayoría
de las provincias, y se propone conformar un acuerdo político-económico-social
para enfrentar los grandes problemas que deja el gobierno. Esto no sólo lo dota
de la iniciativa política en los primeros meses de gobierno sino que contará
con la fuerza política en ambas cámaras del Congreso (con legisladores propios o con alianzas) para consolidar su
programa de gobierno.
Del otro lado, la alianza macrista seguramente enfrentará
un período de crisis política (la que ya se vislumbra) más aún observando los
resultados electorales. El radicalismo no seguirá callado frente al ninguneo
presidencial de estos 4 años de gobierno de Macri; Rodriguez Larreta seguramente disputará
el liderazgo del presidente, envalentonado por sus propios guarismos en el principal
distrito del PRO, donde incluso obtuvo un envidiable 55% de votos, algo que Macri nunca
arañó en primera vuelta. La gobernadora Vidal, luego de su derrota estrepitosa y en el llano, deberá recostarse en el Jefe de Gobierno de CABA, su mentor y aliado interno.
Este presente nos ofrece un panorama futuro donde
aparecen dos grandes polos, uno de centroderecha (el actual oficialismo) y uno de centroizquierda (el nuevo oficialismo), orbitados por grupos menores de derecha e
izquierda que no afectarán los rendimientos electorales de los polos mayores por varios
años. No será un bipartidismo, sino un sistema similar al de la argentina
del siglo XX, donde la centroderecha ocupará el lugar del viejo conservadurismo de principios de siglo o del radicalismo que enfrentó al peronismo, y la centroizquierda, personificada por el fernandecismo (por ambos Fern@ndez), ocupará el lugar del yrigoyenismo, peronismo o kirchnerismo en sus respectivas épocas.
Como dijimos aquí(3), este nuevo movimiento cuenta con varios posibles líderes para suceder a los fundadores, algo que no pudieron lograr los movimientos populares anteriores (yrigoyenismo, peronismo, kirchnerismo). Esto también contribuye a que arriesguemos que ha aparecido un nuevo paradigma político en nuestro país, y que esta irrupción política reconfigura no sólo al frente gobernante desde diciembre sino también el panorama de la oposición, la que deberá adaptarse ante esta nueva realidad si no desea diluirse y resignarse a perder elecciones o desaparecer.
Como dijimos aquí(3), este nuevo movimiento cuenta con varios posibles líderes para suceder a los fundadores, algo que no pudieron lograr los movimientos populares anteriores (yrigoyenismo, peronismo, kirchnerismo). Esto también contribuye a que arriesguemos que ha aparecido un nuevo paradigma político en nuestro país, y que esta irrupción política reconfigura no sólo al frente gobernante desde diciembre sino también el panorama de la oposición, la que deberá adaptarse ante esta nueva realidad si no desea diluirse y resignarse a perder elecciones o desaparecer.
3) El inesperado “enroque de Dama K” o la solución para eleterno retorno de los movimientos populares.