26 de diciembre de 2012

El fin del mundo de los Maya, la Navidad cristiana y Bombita Rodriguez...

Este 2012 que termina nos trajo, entre otras cosas, el intento de revivir los saqueos del 2001, el intento de creación de un "Lula argentino" y el fogoneo de un "default técnico" de parte de los llamados "fondos buitres" y sus fans mediáticos locales (secuestro de la fragata Libertad incluída). Ante esta ola tradicionalista y dejà vù forzado, este humilde servidor público prefiere reproducir estos textos relacionados a otras tradiciones más respetables, como la Navidad cristiana, el "fin del mundo" de los Mayas, más un video de Navidad de Bombita Rodriguez.


Empecemos con la opinión de Gabriel García Marquez sobre la Navidad:


Ya nadie se acuerda de Dios en Navidad.

Hay tantos estruendos de cornetas y fuegos de artificio, tantas guirnaldas de focos de colores, tantos pavos inocentes degollados y tantas angustias de plata para quedar bien por encima de nuestros recursos reales, que uno se pregunta si a alguien le queda un instante para darse cuenta de que semejante despelote es para celebrar el cumpleaños de un niño que nació hace dos mil años en una caballeriza de miseria, a poca distancia de donde había nacido, unos mil años antes, el rey David; 954 millones de cristianos creen que ese niño era Dios encarnado, pero mucho lo celebran como si en realidad no lo creyeran. Lo celebran además muchos millones que no lo han creído nunca, pero les gusta la parranda, y muchos otros que estarían dispuestos a voltear el mundo para que nadie lo siguiera creyendo. Sería interesante averiguar cuántos de ellos creen también en el fondo de su alma que la Navidad de ahora es una fiesta abominable. Y no se atreven a decirlo por un prejuicio que ya no es religioso sino social.

Lo más grave de todo es el desastre cultural que estas navidades pervertidas están causando en América Latina. Antes, cuando sólo teníamos costumbres heredadas de España, los pesebres domésticos eran prodigios de la imaginación familiar. El Niño Dios era más grande que el buey, las casitas encaramadas en las colinas eran más pequeñas que la virgen y nadie se fijaba en anacronismos: el paisaje de Belén era completado con un tren de cuerda, con un pato de peluche más grande que un león que nadaba en el espejo de la sala, o con un agente de tránsito que dirigía un rebaño de corderos en una esquina de Jerusalén. Encima de todo se ponía una estrella de papel dorado con una bombilla en el centro y un rayo de seda amarilla que había de indicar a los reyes magos el camino de salvación. El resultado era más bien feo, pero se parecía a nosotros y desde luego era mejor que tantos cuadros primitivos mal copiados del aduanero Rousseau.

La mistificación empezó con la costumbre de que los juguetes no los trajeran los reyes magos —como sucede en España con toda razón— sino el Niño Dios. Los niños nos acostábamos más temprano para que los regalos llegan pronto y éramos felices oyendo las mentiras poéticas de los adultos. Sin embargo, yo no tenía más de cinco años cuando alguien en mi casa decidió que ya era tiempo de revelarme la verdad. Fue una desilusión, no sólo porque yo creía de veras que era el Niño Dios quien traía los juguetes, sino también porque habría querido seguir creyéndolo. Además, por pura lógica de adulto, pensé entonces que los otros misterios católicos eran inventados por los padres para entretener a los niños y me quedé en el limbo. Aquel día —como decían los maestros jesuitas en la escuela primaria— perdería la inocencia. Pues descubrí que tampoco a los niños los traían las cigüeñas de París, que es algo que todavía me gustaría seguir creyendo para pensar más en el amor y menos en la píldora.

Todo aquello cambió en los últimos treinta años, mediante una operación comercial de proporciones mundiales que es al mismo tiempo una desgastadora agresión cultural. El Niño Dios fue destronado por el Santa Claus de los gringos y los ingleses, que es el mismo Papá Noel de los franceses, y a quienes conocemos demasiado. Nos llegó con todo: el trineo tirado por un alce y el abeto cargado de juguetes bajo una fantástica tempestad de nieve. En realidad, este usurpador de nariz de cervecero no es otro que el buen San Nicolás, un santo al que yo quiero mucho porque es el de mi abuelo el coronel, pero que no tiene nada que ver con la Navidad, y mucho menos con la Nochebuena tropical de América Latina. En la leyenda nórdica, San Nicolás construyó y revivió a varios escolares que un oso había descuartizado en la nieve y por eso le proclamaron el patrón de los niños. Pero su fiesta se celebra el 6 de diciembre y no el 25. La leyenda se volvió institucional en las provincias germánicas del norte a fines del siglo XVIII, junto con el árbol de los juguetes, y hace poco más de cien años pasó a Gran Bretaña y a Francia.

Luego pasó a Estados Unidos y éstos nos lo mandaron para América Latina, con toda una cultura de contrabando: la nieve artificial, las candilejas de colores, el pavo relleno y estos quince días de consumismo frenético a los que muy pocos nos atrevemos a escapar. Con todo, tal vez lo más siniestro de estas navidades de consumo sea la estética miserable que trajeron consigo: esas tarjetas postales indigentes, esas ristras de foquitos de colores, esas campanitas de vidrio, esas coronas de muérdago colgadas en el umbral, esas canciones de retrasados mentales que son los villancicos traducidos del inglés, y tantas otras estupideces gloriosas, para las cuales ni siquiera valía la pena haber inventado la electricidad.

Todo eso, en torno a la fiesta más espantosa del año. Una noche infernal en que los niños no pueden dormir con la casa llena de borrachos que se equivocaron de puerta buscando donde desaguar, o persiguiendo a la esposa de otro que acaso tuvo la buena suerte de quedarse dormido en la sala: no es una noche de paz y de amor, sino todo lo contrario: es la ocasión solemne de la gente que no se quiere. La oportunidad prudencial de salir por fin de los compromisos aplazados por indeseables: la invitación al pobre ciego que nadie invita, a la prima Isabel que se quedó viuda hace 15 años, a la abuela paralítica que nadie se atreve a mostrar. Es la alegría por decreto, el cariño por lástima, el momento de regalar porque nos regalan o para que nos regalen, y de llorar en público sin dar explicaciones. Es la hora feliz de que los invitados se beban todo lo que sobró de la Navidad anterior: la crema de menta, el licor de chocolate, el vino de plátano. No es raro, como sucede a menudo, que la fiesta termine a tiros. Ni es raro tampoco que los niños —viendo tantas cosas atroces— terminen por creer de veras que el Niño Jesús no nació en Belén sino en los Estados Unidos.

Gabriel García Márquez.
Fuente



Pasemos ahora a la supuesta profecía maya sobre el fin del mundo:

Sobre la profecía maya y el supuesto fin del mundo: Posicionamiento de la Escuela de Historia ante las celebraciones del Oxlajuj B’ak’tun ó 13 B’ak’tun

Desde hace tiempo, y en estos días con más fuerza, se viene hablando de la profecía establecida por los mayas en relación a un importante evento que tendrá lugar este 21 de diciembre.

En realidad se trata de un acontecimiento astronómico que los sabios de Mesoamérica pudieron establecer con precisión hace ya largos siglos, y que nada tiene que ver con el presunto fin del mundo. Esta visión apocalíptica, más que un temor verdadero que circula por ahí, es parte de un bien montado mercadeo que hace de los pueblos mayas un atractivo turístico. Publicitar “el fin del mundo”, invitando a visitar las tierras donde los mayas aún sobreviven –en condiciones paupérrimas, por cierto– es un buen negocio para algunos. Pero no para los pueblos mayas precisamente.

En ánimo de aclarar todo esto, nos parece pertinente reproducir ahora un comunicado de la Escuela de Historia de la Universidad de San Carlos de Guatemala, una de las más viejas de todo el continente americano, que en forma escueta pero muy precisa echa luz sobre este asunto, ya demasiado manoseado.


1. Aunque ya diversas instituciones, tanto nacionales como internacionales, se han pronunciado para desmentir la creencia difundida, sobre todo a través de Internet, de que el 21 de diciembre según el Oxlajuj B’ak’tun, sería el fin del mundo, nosotros como unidad académica dedicada al estudio, investigación, docencia y divulgación del quehacer científico de la historia, la antropología, la arqueología, la enseñanza de las Ciencias Sociales y la Archivística, exhortamos al público en general a no dejarse sorprender por la difusión de estas visiones apocalípticas y carentes de fundamento, ya que no existen pruebas de ningún tipo que sustenten este tipo de ideas distorsionadas sobre el Oxlajuj B’ak’tun, el cual no es más que un fin de ciclo, según la cuenta del tiempo elaborada por sabios mayas de la antigüedad.

2. Rechazamos el carácter mercantil y comercial, y la poca veracidad que se le está dando a esta conmemoración, pues mientras se hace uso del Oxlajuj B’ak´tun en términos economicistas, a la vez se sigue excluyendo a la población maya.

3. Para nosotros como Escuela de Historia el Oxlajuj B’ak’tun es visto como la finalización de un ciclo en el calendario maya de la cuenta larga o Choltun. Este calendario tenía como objetivo registrar las fechas de eventos importantes, tanto históricos, como míticos, así como los acontecimientos vinculados a la vida de los K’ul Ajaw (Señores Sagrados). Todos los calendarios del mundo empiezan la cuenta del tiempo en una fecha era. Para los antiguos mayas la fecha era corresponde al momento de la creación, que ellos situaban en un día 4Ajaw 8 Kumku, y que corresponde al 11 de agosto del año 3114 a.C. El final del ciclo de 13 B’ak’tun que se inició entonces será el 20 de diciembre de 2012, por lo que el inicio del nuevo ciclo, es decir del comienzo del 13 B’ak’tun será el 21 de diciembre de 2012, que corresponde al solsticio de invierno en el hemisferio norte de la tierra. Este día el Choltun marcará la fecha 13.0.0.0.0 (13 B’ak’tun, 0 K’atun, 0 Tun 0 Winal 0 K’in), que es la misma de la fecha de la creación, 11 de agosto de 3114 a.C. Habrán transcurrido aproximadamente 5200 tun o bien, 5125 años solares del calendario gregoriano.

4. El término Oxlajuj B’ak’tun está formado por dos vocablos: Oxlajuj, que significa 13 y B’ak’tun, que se deriva del prefijo B’ak’, que en idioma maya yukateko y maya chol, significa literalmente conjunto o muchedumbre, y específicamente cuenta de 400 en 400. El otro componente, tun, que significa piedra, es el período de 360 días. Por lo tanto, Oxlajuj B’ak’tun significa 13 períodos de 400 tun, es decir 5 mil 200 tun.

5. Como Escuela de Historia consideramos que la conmemoración del fin de ciclo e inicio de otro, debe ser la ocasión para lograr una reflexión que genere espacio, recursos y conciencia para promover la conservación, investigación y protección del patrimonio cultural del país y promover el desarrollo de las culturas vivas.

6. La Escuela de Historia tiene asimismo la responsabilidad de aportar al fortalecimiento de la conciencia histórica de la sociedad guatemalteca, y de contribuir a la valoración de las bases epistemológicas de la cosmovisión del pueblo maya en este caso, como lo son sus saberes tradicionales, tal el caso del registro del tiempo, que es un legado civilizatorio de este pueblo.

7. La Escuela de Historia recomienda que la celebración del Oxlajuj B’ak’tun se haga respetando las prácticas tradicionales de la espiritualidad maya contemporánea, orientada por sus guías espirituales.

Por todo lo dicho y más, en la Escuela de Historia denunciamos y protestamos por los usos irresponsables que el Estado y la Iniciativa Privada están haciendo de una fecha memorable de la civilización maya que debe respetarse por todo lo que en sí vale para los guatemaltecos y para la historia mundial.

Escuela de Historia,
Universidad de San Carlos de Guatemala.
Noviembre de 2012.
Fuente


Y terminemos con un toque alegre sobre estas fechas:

La Navidad Peronista por Bombita Rodríguez.



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