Repasemos entonces algunos textos y fotografías de ambas épocas y veamos qué coincidencias encontramos:
Los empresarios que apoyaron al nazismo:
Hitler y Krupp
Gustav Krupp von Bohlen und Halbach (7 de agosto de 1870 – 16 de enero de 1950). Diplomático y empresario de la industria del acero alemán, gestor del grupo de industria pesada Krupp AG desde 1909 a 1941. Fue procesado en el Juicio de Núremberg por prácticas esclavistas con presos.
Se opuso a la llegada del nazismo hasta que en 1933 sus miembros lo ayudaron a desahacerse de los molestos sindicatos en las empresas del grupo. Más tarde firmó sustanciosos contratos con la Alemania nazi para el vertiginoso programa de rearme emprendido por Hitler. En la Segunda Guerra Mundial mantuvo en sus empresas un gran número de mano de obra esclava forzada de distintos países ocupados y de campos de concentración, teniendo incluso industrias cerca del campo de concentración de Auschwitz.
Sus problemas de salud a partir de 1939 lo llevaron a una parálisis en 1951, entregando el funcionamiento formal del negocio a su hijo Alfred Krupp en 1943. Aunque fue capturado para ser juzgado en Núremberg, su postración y senilidad impidieron el procesamiento.
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Fascismo y grandes negocios (traducido también como Fascismo y gran capital) es un libro escrito por primera vez en 1936 por el historiador y anarquista francés Daniel Guérin sobre el complejo industrial-militar en el fascismo. El libro, que fue escrito antes de dar inicio la Segunda Guerra Mundial, examina el desarrollo del fascismo en Alemania e Italia y sus relaciones con las familias y círculos capitalistas de esos países.
Su tesis central es que los Estados fascistas favorecieron directamente al sector de la industria pesada (representada por Krupp, Emil Kirdorf, etc.), en gran parte dedicada a la construcción de infraestructura y armamento, que requiere mayores niveles de inversión, en detrimento del sector de la industria ligera dedicada a la producción de bienes de consumo. Señala los males del "corporativismo", que en efecto significó el desmantelamiento de los sindicatos y la imposibilidad de los trabajadores de escoger a sus propios representantes, que en cambio eran nominados por los Estados fascistas.
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Admiradores del Führer.
Mussolini disfrutó una gran admiración por parte de las empresas estadounidenses desde el momento en el que llegó al poder merced a un golpe de Estado que fue aclamado en toda la nación como “una revolución buena y joven”. Hitler, por otra parte, enviaba señales contradictorias. Como sus homólogos alemanes, los hombres de negocios de EE. UU. llevaban un tiempo preocupados por las intenciones y los métodos de este plebeyo advenedizo cuya ideología se denominaba nacional-socialismo, cuyo partido se identificaba con los trabajadores y que provocaba la inquietud hablando de provocar un cambio revolucionario. Sin embargo, a algunos cabecillas prominentes de las empresas estadounidenses como Henry Ford les gustaba Hitler y lo admiraron desde una etapa temprana. Otros precoces admiradores de Hitler fueron el patrón de la prensa William Randolph Hearst e Irénée Du Pont, directora de la organización Du Pont quien, según Charles Higham, ya había “seguido con entusiasmo la carrera del futuro Führer en los años veinte” y le respaldaba económicamente. Tarde o temprano, todos los capitanes de la industria estadounidense aprendieron a adorar al Führer.
Henry Ford condecorado por la Alemania nazi.
A menudo se insinúa que la fascinación con Hitler era un asunto de personalidades, cuestión de psicología. Las personalidades autoritarias no podían evitar su cariño y admiración por un hombre que predicaba las virtudes del “principio de liderazgo”, las cuales más tarde puso en práctica, primero en su partido y después en toda Alemania. Aunque también cita otros factores, es en esos términos en los que Edwin Black, autor del por otra parte excelente libro “IBM y el Holocausto”, explica el caso del presidente de IBM Thomas J. Watson, quien se encontró con Hitler en varias ocasiones en los años treinta y quedó fascinado con el nuevo y autoritario gobernante de Alemania. No obstante, no es la psicología, sino la economía política, lo que puede explicarnos por qué las empresas estadounidenses recibieron a Hitler con los brazos abiertos.
Hitler y el CEO de IBM
En los años veinte, muchas grandes sociedades estadounidenses disfrutaban de considerables inversiones en Alemania. IBM fundó una filial alemana, Dehomag, antes de la I Guerra Mundial; en los años veinte, General Motors absorbió al mayor productor de coches de Alemania, Adam Opel AG; y Ford fundó una sucursal en Colonia, más adelante conocida como Ford-Werke. Otras sociedades de EE. UU. establecieron asociaciones estratégicas con empresas alemanas. La Standard Oil de Nueva Jersey —La Exxon de hoy en día— desarrolló íntimos lazos con la organización alemana IG Farben. A principios de los años treinta, una élite de alrededor de veinte de las mayores sociedades estadounidenses ya tenía una conexión alemana: Du Pont, Union Carbide, Westinghouse, General Electric, Gillette, Goodrich, Singer, Eastman Kodak, Coca-Cola, IBM y ITT. Por último, muchos despachos de abogados, empresas de inversión y bancos estaban profundamente involucrados en la ofensiva inversora estadounidense en Alemania, entre ellos el renombrado despacho de abogados de Wall Street Sullivan & Cromwell, además de los bancos J. P. Morgan y Dillon, Read and Company, así como el Union Bank of New York, propiedad de Brown Brothers & Harriman. El Union Bank estaba íntimamente relacionado con el imperio financiero e industrial del magnate del acero Thyssen, cuyo apoyo económico posibilitó el ascenso al poder de Hitler. Este banco estaba dirigido por Prescott Bush, abuelo de George W. Bush. Supuestamente, Prescott Bush también era un partidario entusiasta de Hitler, le canalizó dinero por medio de Thyssen y a cambio consiguió enormes ganancias con sus negocios en la Alemania nazi; ganancias que utilizó para lanzar a su hijo, que más adelante sería presidente, en el negocio del petróleo.
Hitler y el abuelo de Bush
Hitler con Thyssen
Las operaciones estadounidenses en el extranjero no funcionaron demasiado bien a principios de los años treinta, ya que la Gran Depresión golpeó Alemania con especial dureza. La producción y los beneficios cayeron en picado, la situación política era extremadamente inestable, continuamente había huelgas y batallas callejeras entre nazis y comunistas, y muchos temían que el país estaba listo para una revolución “roja” como la que había encumbrado al poder a los bolcheviques en Rusia en 1917. Sin embargo, apoyado por el poder y el dinero de los industriales y banqueros alemanes como Thyssen, Krupp y Schacht, Hitler llegó al poder en enero de 1933, dando un drástico vuelco no solo a la situación política, sino también a la socioeconómica. Las filiales alemanas de las empresas estadounidenses no tardaron en volver a ser rentables. ¿Por qué? Tras la llegada al poder de Hitler, los jefes de los negocios estadounidenses con activos en Alemania descubrieron, sumamente satisfechos, que su presunta revolución respetaba el statu quo socioeconómico. El estilo teutónico de fascismo del Führer, al igual que cualquiera de las otras variedades del fascismo, era reaccionario por naturaleza y extremadamente útil para los propósitos del capitalismo. Izado al poder por los principales hombres de negocios y banqueros, Hitler sirvió a los intereses de sus “facilitadores”. Su primera iniciativa seria fue la disolución de los sindicatos y el internamiento de los comunistas, así como de muchos militantes socialistas, en cárceles y en los primeros campos de concentración, levantados específicamente para alojar la sobreabundancia de prisioneros políticos izquierdistas. Esta implacable medida no solo eliminó la amenaza del cambio revolucionario —personificado en los comunistas alemanes— sino que también debilitó al proletariado alemán, transformándolo en una impotente “masa de seguidores” (Gefolgschaft, en la jerga nazi), incondicionalmente a disposición de sus patrones, los Thyssen y los Krupp.
La mayoría de las empresas en Alemania, si no todas, incluyendo las sucursales estadounidenses, sacaron provecho entusiasmados de esta situación y recortaron drásticamente sus costes laborales. La Ford-Werke, por ejemplo, redujo sus costes de personal del 15 % de la facturación en 1933 a únicamente el 11 % en 1938. La planta embotelladora en Essen aumentó su productividad gracias a que, en el estado hitleriano, los trabajadores eran “poco más que siervos a quienes les estaba prohibido no solo la huelga, sino también cambiarse de trabajo”, obligados a “trabajar más duro y más rápido” mientras sus salarios “se mantenían deliberadamente en niveles muy bajos”. Efectivamente, en la Alemania nazi los salarios reales empeoraron rápidamente, en proporción inversa al aumento de los beneficios; pero no había problemas laborales dignos de mención, ya que cualquier intento de organizar una huelga desencadenaba rápidamente una respuesta armada por parte de la Gestapo, dejando como resultado detenciones y despidos. Este fue el caso de la fábrica de GM Opel en Rüsselsheim en junio de 1936. Como escribió el profesor de Turingia y miembro de la resistencia antifascista Otto Jenssen después de la guerra, los dirigentes empresariales estaban contentos de que «el miedo a los campos de concentración mantenía a los trabajadores alemanes tan sumisos como perritos falderos». Los propietarios y gerentes de las empresas estadounidenses con inversiones el Alemania estaban igual de encantados y, si expresaban abiertamente su admiración por Hitler —como el presidente de General Motors, William Knudsen, y el jefe de ITT, Sosthenes Behn—, era indudablemente debido a que había resuelto los problemas sociales de Alemania de una manera que beneficiaba sus intereses.
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Los empresarios que apoyaron a la dictadura fascista argentina 1976-1983:
Carta dirigida por el empresario Carlos Pedro Blaquier dueño del Ingenio Ledesma, al primer Ministro de Economía de la dictadura, Martínez de Hoz.
29 de junio de 1978.
Querido Joe:
Ayer por la tarde recibí la visita del doctor Horacio Agulla, quien venía acompañado del señor Harry Steinbreder Jr., que es director de la revista Time para special advertising projects, (...) El doctor Agulla explicó que vos habías sugerido una lista de empresas a ser visitadas con el objeto de obtener ocho carillas de avisos en el Time a un costo de aproximadamente 300.000 dólares a ser aportados por 30 o 40 empresas, esto es, a razón de ocho a diez mil dólares por empresa, para que esta revista publique en el mismo número un artículo de cuatro carillas en el que se daría una imagen real de la Argentina. Entonces yo mostré algunos ejemplares de Time donde tenía marcados con rojo los infundios que vienen divulgando sobre nuestro país, y les pregunté a los americanos cuánto habían cobrado por publicarlos. Me contestaron que nada, que se trataba de material periodístico habitual, y aclararon que ellos nada tenían que ver con esa área pues su misión específica era la de conseguir avisos. Que entre ambas secciones de Time existe una separación “como entre la iglesia y el Estado” (sic). Le respondí que, como previamente me habían hablado de publicar un artículo que daría la imagen real de la Argentina, yo suponía que Time había cambiado sus puntos de vista, en cuyo caso lo correcto era rectificar los errores sin cobrar por ello porque se trata de un acto que hace a la responsabilidad con que debe ser ejercida la libertad de prensa. Entonces el señor Steinbreder, sin más ambages, me explicó que de lo que se trataba era de comprar un artículo, porque de otro modo no podía publicarse. Ubicado así claramente el problema, le propuse que pagáramos el artículo directamente sin hacer ninguna clase de publicidad porque me parecía un tanto infantil que después de ocho carillas de avisos de empresas argentinas apareciera un artículo diciendo que en nuestro país ya no se comen los chicos crudos como lo han venido sosteniendo hasta ahora. El señor Lee Carny tuvo entonces la ingenuidad de explicarme que ello iba contra la “ética periodística”, por lo cual se veían precisados a facturarnos publicidad. Contesté que, con la misma franqueza con que ellos me habían propuesto el negocio, yo les decía que Ledesma no estaba dispuesta a hacer publicidad en una revista que ha venido deformando la realidad argentina a un punto tal que cabe preguntarse si es sólo atribuible a un error o si es que hay algo más detrás de ello. Que desde ya, los aproximadamente 10.000 dólares que tendría que aportar Ledesma estaban a disposición dado el interés invocado del Ministerio de Economía, por quien siento una profunda admiración por todo lo que está haciendo para la recuperación de la Argentina en medio de enormes dificultades. Que una salida podría ser que Ledesma entregase su aporte a otra empresa que quisiese aparecer en Time, y que sumados ambos aportes esta empresa pudiese hacer un aviso de doble tamaño. (...)
Posteriormente, el señor Steinbreder se explayó sobre la conveniencia para la Argentina de que la prensa internacional hable bien de ella y me recalcó que eso cuesta mucho dinero (por supuesto que hablar mal es gratis). Le contesté que tenía mis serias dudas sobre esa conveniencia porque los argentinos nunca nos hemos sentido tan unidos como ahora porque nos atacan desde afuera. Basta con haber visto cómo aplaudieron a rabiar en las canchas de fútbol al Presidente Videla y las ulteriores manifestaciones populares de adhesión que recibió. No sea que si la prensa extranjera empieza a decir que somos “chicos buenos”, agregué, desaparezca uno de los grandes factores aglutinantes de nuestro presente.
Les dije, para terminar, que había tratado de ser muy sincero para que pudieran llevarse una impresión muy clara de una manera de pensar que no es sólo mía sino de la gran mayoría de los argentinos por lo que a mí me consta, y que si otros empresarios a quienes visitan no les expresan cosas parecidas no crean que es porque opinan de un modo diferente sino simplemente porque son mejor educados.(...)
Antes de retirarse, en un aparte, el doctor Agulla, a requerimiento mío, me contestó que consideraba que la reunión había sido positiva porque es necesario que quienes nos atacan desde afuera sepan, además de la verdad, que los argentinos estamos indignados. También me aseguró que el artículo a publicarse en Time llevará tu visto bueno porque así ha sido convenido.
Me contó el doctor Agulla que el martes 27 estuvo con los funcionarios de Time hablando dos horas contigo. ¡Pobre de vos! Por si te interesa, te informo que el señor Steinbreder comió anoche en el restaurante Ligure, donde con un baby beef ingirió dos vasos tamaño whisky pero, detalle, conteniendo gin puro. Con el postre se tomó una botella de vino y sus compañeros de mesa tuvieron que sostenerlo discretamente para que pudiera salir del local sin mayores tropiezos.
Recibe un fuerte y cariñoso abrazo de tu amigo, Carlos Pedro.
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Carlos Pedro Blaquier
Apagón de Ledesma de 1976.
El apagón de Ledesma de 1976 fueron una seria de cortes del suministro eléctrico a través de la fábrica de Libertador General San Martín, ocasionados intencionalmente por la dictadura gobernante bajo el nombre de Proceso de Reorganización Nacional. Fue ocasionado entre el 20 y 27 de julio por los militares para así poder secuestrar unas 400 personas en Ledesma, las cuales eran estudiantes, militantes políticos o sociales, sindicalistas o alguna persona involucrada con la guerrilla.
Vinculación con la empresa Ledesma
Muchos vecinos que vivieron este hecho como también sobrevivientes testificaron y posteriormente denunciaron que directivos de la empresa agroindustrial Ledesma, proveyeron a los militares de personal y vehículos para la captura de personas. Se afirmó que en vehículos de la empresa Ledesma eran trasladados los detenidos, los cuales quedaban detenidos en galpones de mantenimiento de la fábrica, en donde permanecieron días y meses atados e incomunicados. Algunos eran torturados para "sacarles" información, otros fueron liberados, otros eran trasladados a distintos destinos como comisarías o centros clandestinos de detención, mientras que otros detenidos aparecieron en cárceles de distintas provincias.
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Periodismo nazi-fascista:
Ernst "Putzi" Hanfstaengl (Múnich, Alemania; 2 de febrero de 1887 – 6 de noviembre de 1975) fue un periodista-editor, músico, e hijo de un rico editor de arte alemán, Edgar Hanfstaengl, y madre estadounidense que tuvo una gran cercanía e influencia en la ascensión hacia el poder por parte de Adolf Hitler durante la República de Weimar.
Hitler y Ernst Hanfstaengl
Al servicio del nazismo.
Volviendo a Alemania en 1922, vivía en su ciudad natal de Baviera la primera vez que oyó hablar de Hitler en una cervecería de Múnich. Un miembro de la Harvard Hasty Pudding Club que trabajaba en la Embajada de los EE.UU., pidió a Hanfstaengl que observara la escena política en Múnich. Justo antes de regresar a Berlín el agregado, el capitán Truman Smith, sugirió que fuera Hanfstaengl a un mitin nazi como un favor e informe de sus impresiones de Hitler. Hanfstaengl quedó tan fascinado por Hitler que pronto se convirtió en uno de sus más íntimos seguidores, aunque no se unió formalmente al partido nazi hasta 1931.
Hanfstaengl quedó tan impresionado que según él, - "Debido a su milagroso discurso, fue capaz de crear una rapsodia de histeria. Con el tiempo, se convirtió en el soldado desconocido de Alemania"-.
Hanfstaengl se presentó a Hitler después de la intervención y comenzó una estrecha amistad y de asociación política que se prolongaría a través de los años 20 y principios de la década de 1930. Después de participar en el fallido golpe de Estado (Putsch de Múnich) de 1923, Hanfstaengl brevemente huyó a Austria, mientras que el herido Hitler buscó refugio en la casa de Hanfstaengl en Uffing, fuera de Múnich. La esposa de Hanfstaengl, Helene, al parecer, evitó que Hitler se suicidara cuando la policía llegó a detenerlo.
Ernst Hanfstaengl a la izquierda de la fotografía, junto a Hitler y Göring.
Durante gran parte de la década de 1920, Hanfstaengl presentó a Hitler a la alta sociedad de Múnich y ayudó a pulir su imagen actuando como una especie de asesor de imagen.
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El periodismo y la dictadura fascista de Videla.
Cuando el genocidio se abatió sobre nuestro país, fue Nueva Presencia (un diario judío) el que se animó a establecer paralelismos con el nazismo (pese a las críticas de numerosas instituciones judías) buscando iluminar la gravedad del aniquilamiento.
La prensa argentina (y muy en especial La Nación) no sólo calló sino que publicó infinidad de editoriales elogiosos de la dictadura que secuestró, torturó y asesinó a decenas de miles de personas, emulando muchas de las técnicas nazis.
Eso otorga una gravedad inédita al editorial de La Nación del 27 de mayo, en el que se pretende homologar al actual gobierno (sean cuales fueren las críticas que se tenga hacia él) con el nazismo. No hay un solo dato empírico que amerite la comparación.
Por el contrario, la nota culmina con la preocupación por la “distorsión de los valores esenciales de la República”. Y cabe preguntarse si dichos “valores” no son precisamente los que buscó imponer el genocidio argentino (¿la occidentalidad cristiana?), algunos de cuyos autores están siendo sometidos a la Justicia (proceso que La Nación, lejos de avalar, ha criticado profusamente en sus páginas).
El problema principal del editorial de La Nación, a mi juicio, no es que compare al nazismo con otra experiencia histórica. La historia nunca es sagrada. El problema es el cinismo de que los cómplices de los genocidas pretendan apropiarse del vocabulario que los condena para generar admoniciones y justificar nuevamente el ejercicio del terror.
Mi confianza radica en la madurez del pueblo argentino para desenmascarar el cinismo de aquellos que callando y avalando a los verdaderos genocidas, quieren hacernos creer que el peligro radica allí donde sólo hay una disputa política democrática.
Los fantasmas siguen vivos, pero en el posible ejercicio de la violencia estatal. Esa violencia que La Nación nunca ha dejado de avalar.
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El periodismo de La Nación muestra su hilacha nazi-fascista:
Carlos Pagni, el nazi-fascista que desplazó a Morales Solá.
"Kicillof es un académico marxista. Más allá de un remoto asesoramiento a un par de pymes, su vida profesional ha sido la de un francotirador de la Universidad de Buenos Aires y el Conicet, donde se especializó en historia de la teoría económica."
"En los últimos tiempos Kicillof se concentró más en Marx. Está aprendiendo alemán para leerlo en su versión original. Hijo de un psicoanalista, bisnieto de un legendario rabino llegado de Odessa, la genealogía de Kicillof parece ser una sucesión de dogmáticas.
Kicillof desembarcó en el segundo escalón del Palacio de Hacienda con una cofradía (Alvarez Agis, Costa, Arceo, Paula Español, Marongiu), formada en la universidad. En poco tiempo se convirtió en inspirador del discurso económico de la Presidenta, sobre todo de su argumento principal: la última dictadura proyectó un ciclo de desmantelamiento, sobre todo industrial, que sólo se interrumpió con la llegada de los Kirchner al poder.
En principio, son profesores propensos a la abstracción, aunque poco detallistas en la implementación de sus ideas. Carecen de experiencia administrativa y empresarial.
Kicillof representa el abandono del cinismo. Y la ruptura con una técnica de gobierno. Kirchner mantuvo siempre una cautelosa distancia entre el ala más ideológica de su grupo y quienes, con la única religión del pragmatismo, debían lidiar con el mundo material: De Vido, Uberti, Jaime, también Moreno. Su viuda, en cambio, puso aspectos centrales de la relación con las empresas en manos de Kicillof, quien no renuncia a la lucha de clases como categoría explicativa de la vida pública."
Así, luego de asociar al viceministro de economía con los peores fantasmas de la derecha argentina (marxismo, judaísmo, extranjeros, inmigrantes, etc.) agitados durante los años de la última dictadura
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El empresariado periodístico hoy hegemónico apoyó y pactó con la dictadura fascista 1976/1983:
Mitre (La Nación), Magnetto (CLarín) y Herrera de Noble (Clarín) con Videla
Herrera de Noble brindando con Videla tras la entrega de Papel Prensa
Relfejo del apoyo de Clarín y La Nación a la dictadura de Videla.
Por eso, finalmente tomaremos algunas frases del editorial de La Nación "1933" y veamos qué significado toman luego de este nuevo contexto que le hemos dado.
Dijo Bartolomé Mitre sobre el nazismo, aunque puede aplicarse muy bien a nuestra última dictadura:
Hace 80 años el mundo fue testigo, silencioso y tolerante, de la gradual desaparición de una república y, en pocos meses, de la instalación de una dictadura (...). La República de Weimar fue reemplazada por un régimen totalitario que concentró en una persona los tres poderes del Estado, eliminó los derechos individuales, controló la justicia, suprimió la prensa independiente y, finalmente, ejecutó el terrible Holocausto.
Salvando enormes distancias, hay ciertos paralelismos entre aquella realidad y la actualidad argentina que nos obligan a mantenernos alerta.
El 27 de febrero ocurrió el recordado incendio del Reichstag (...) la firma de un decreto para la "protección del pueblo y del Estado" suspendiendo las libertades individuales, de expresión, prensa, asociación, reunión y comunicaciones, autorizando a la autoridad política a realizar allanamientos de domicilios, detención de personas y a confiscar bienes privados.
Todo esto ocurrió en un solo año (...) Es importante que todas las naciones del mundo recuerden cómo surgió ese régimen y las terribles consecuencias que la cobardía o la conveniencia de los dirigentes y el temor o desinterés de la población pueden provocar al debilitarse los valores colectivos y la vigencia plena de las instituciones democráticas.
Y tomemos ahora algo que también dijo el editor de La Nación sobre el gobierno pero que calza perfectamente a la oposición mediática de hoy:
Salvando, como decíamos, las enormes distancias, los argentinos deberíamos reparar en los rasgos autoritarios que, cada vez con mayor frecuencia, pone de manifiesto (...), al tiempo que distorsiona los valores esenciales de la República y promueve enfrentamientos dentro de la sociedad.
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