Luego de leerlos pasaremos a analizarlos a la luz de un dato importante que brindaremos entonces.
1) La estremecedora avalancha de violencia criminal que está soportando la población en todas las regiones del país -y muy especialmente en la ciudad de Buenos Aires y su conurbano- amenaza con llevar a la Nación a un estado de virtual disolución social.
2) Todo aspecto de la realidad que se pretende negar u ocultar termina por reaparecer de la peor manera. Es lo que ocurre con el creciente drama de la inseguridad. Los lamentables y repudiables episodios en los que enardecidos vecinos de distintas ciudades del país intentaron llevar a cabo una injustificable justicia por mano propia al golpear y, en algunos casos, terminar asesinando a presuntos delincuentes e incluso un inocente es una consecuencia directa del absoluto fracaso del gobierno nacional en la lucha contra el delito.
3) Una delincuencia feroz, carente de toda inhibición moral, se ha adueñado de los lugares públicos y hasta invade con espeluznante impunidad la intimidad de los hogares, ante la incomprensible pasividad de un Estado débil e impotente, que ha renunciado a la más elemental de sus obligaciones: velar por la seguridad pública.
4) El Estado se retiró de las calles cediéndoselas a los delincuentes. Librados a sí mismos, desconfiando de instituciones como una policía ineficiente y a veces cómplice del delito, y una Justicia lenta y obligada a aplicar normas condescendientes con quienes delinquen, algunos ciudadanos quisieron reemplazar a esas instituciones sin advertir que, al hacerlo, se convertían en aquello que procuraban combatir.
5) Ante la gravedad de la situación que se está viviendo, La Nación incluye hoy su opinión editorial en primera página, haciéndose eco del profundo y excepcional estado de consternación que impera en el ánimo colectivo. Frente a la osadía y la agresividad de una ola delictiva que avanza con aterradora facilidad, alguien tiene que dar un paso adelante para decir ¡ basta !, alguien tiene que darle alguna respuesta mínimamente satisfactoria a una sociedad que siente que su confianza en las fuerzas de seguridad está dañada y se pregunta, a esta altura, quién o quiénes la van a defender.
6) Hablábamos de fracaso del Gobierno en la lucha con el delito, pero también puede ponerse en duda ese fracaso, pues la impresión que deja la actitud de las autoridades nacionales ante la creciente ola delictiva es más la de una indiferencia patológica que termina imprimiéndole un mayor impulso a esa ola.
7) La seguridad y la justicia son valores primordiales para cualquier comunidad. Sin ellos, ninguna sociedad puede subsistir como tal. En la Argentina de hoy, esos dos valores han perdido vigor como producto de la degradación del Estado en el cumplimiento de sus funciones irrenunciables. La sociedad clama por su inmediato fortalecimiento: nos lo está diciendo de todos los modos posibles. Y no en vano ha encomendado, en muchos casos, a legiones privadas cuidar lo que las instituciones públicas no pueden resguardar.
8) La primera mandataria sólo pareció darse por enterada de esta cuestión cuando se conoció que, en Rosario, un grupo de vecinos había linchado a un supuesto delincuente, y luego de que se produjeran episodios parecidos en distintos lugares de la Argentina. Pero la actitud de su Gobierno ha sido la de acallar esta realidad o repetir un discurso hipócrita, como hizo el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, el jueves pasado en la Cámara de Diputados, cuando expresó que "hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad será imposible erradicar la violencia".
9) Restablecer el pleno imperio de la seguridad no es tarea exclusiva de un gobierno ni de un partido político. Es una empresa que debe ser encarada como una política básica de Estado compartida y que debe comenzar por la reconstrucción de las fuerzas del orden, que hoy carecen de los atributos profesionales suficientes para hacer frente a la brutal escalada del crimen y que en muchos casos ven trabada su acción por falta de una adecuada legislación.
10) La indiferencia constante en lo que hace a enfrentar el delito se ha manifestado en la permanente improvisación ante la falta de una política de Estado.
En los once años de kirchnerismo, el azote de la droga ha crecido exponencialmente hasta convertirse en una realidad cotidiana en todas las latitudes de nuestro suelo, adquiriendo en varias provincias características que nos recuerdan las pesadillas que sufrió Colombia y hoy sufre México.
11) Un factor de comprobada influencia en el crecimiento de la criminalidad es, sin duda, la pasmosa facilidad con que circula la droga, especialmente entre los más jóvenes. Si cualquier familia sabe dónde se venden las sustancias ilegales, ¿cómo la autoridad pública lo desconoce? La desfachatez y la impunidad con que se comercializa la droga no serían posibles si no hubiera corrupción. Del mismo modo, ¿cómo se explica el fácil acceso a las armas de tantos menores que transitan el camino del delito?
12) El panorama no puede omitir la creciente connivencia de agentes policiales con delincuentes y de guardiacárceles con presos que protagonizan fugas cada vez más frecuentes. Así, la impunidad le dio alas al delito y los delincuentes ganaron en osadía y en violencia.
13) Hay que poner ya mismo en su punto óptimo el funcionamiento de las fuerzas de seguridad, evitando así que sectores de la población civil sucumban a la tentación de armarse en defensa propia para repeler a los delincuentes. Alarma la sola idea de que pueda estar prosperando entre los particulares la tendencia a aplicar justicia por mano propia. ¿Quién para a una sociedad civil armada? ¿Quién la controla?
14) La ciudadanía observa, entonces, que parece existir una vía libre para robar al amparo del poder político, y que lo mismo ocurre en las calles, al amparo de la deserción de un Estado que no cumple con su obligación básica de brindar seguridad. En ambos niveles, la impunidad inyecta más combustible en la despiadada maquinaria del delito.
15) En un país que ha debido sufrir el escándalo de que quedaran sin esclarecer -por negligencias y omisiones imperdonables- los atentados terroristas contra la embajada de Israel y la sede de la AMIA, recomponer la credibilidad de las instituciones del Estado es algo más que un deber: es el paso ineludible para mantener los mínimos lazos de confianza que justifican la existencia de una comunidad civilizada.
16) Es lógica, entonces, la sensación de indefensión que padecen los ciudadanos. Pero de ningún modo se puede permitir que algunos de ellos quieran hacer justicia por mano propia. Lo que jamás podemos hacer como sociedad es consentir o justificar estos hechos tan graves como inadmisibles.
17) La sociedad ha agotado su paciencia. La situación no da para más. Nada es tan urgente hoy en el país como detener la oleada criminal que está arrinconando a la población contra los tenebrosos murallones del miedo y el espanto. Si las autoridades públicas nacionales, provinciales y de la jurisdicción porteña no son capaces de eso, la paz social y la convivencia republicana no serán posibles en la Argentina.
18) Si el Gobierno no reacciona y sigue optando por permitir el reinado del delito, la sociedad no puede convertirse en su cómplice. La sociedad no puede delinquir para enfrentar la delincuencia. Es imprescindible que evitemos caer en ese círculo vicioso que terminará por disolver los lazos sociales de un pueblo que se ha caracterizado por su solidaridad.
Analicemos ahora estos párrafos y su pertinencia al contexto político y temporal con los siguientes datos:
Los párrafos pares pertenecen al editorial del 6 de abril de 2014 titulado Inseguridad y justicia por mano propia.
Los párrafos impares pertenecen, en cambio, al editorial del 10 de abril de 1999, en pleno menemismo, titulado Sin garantías de seguridad, ninguna sociedad puede subsistir.
Si consideramos que entre ambos editoriales median 15 años y se trata de dos países totalmente distintos, tanto en lo económico, social como en los índices de criminalidad (sólo basta con comparar las estadísticas de cada tema), es interesante observar cómo La Nación los caracteriza de la misma manera. Tanto que se podrían intercambiar las fechas y eliminar los nombres de ambas editoriales y no se notaría la diferencia. Un verdadero método de Copy and Paste periodístico.
Como vemos, a la luz de la comparación entre ambos editoriales surgen las intenciones actuales de este medio de agrandar la incidencia de los hechos de inseguridad con el propósito de escandalizar, atemorizar a sus lectores y presionar o socavar al gobierno. Pero ¿por qué? Si recordamos la denuncia de José Pirillo, ex dueño del diario La Razón y socio del Grupo Clarín y La Nación en Papel Prensa, que revela la metodología de esos diarios para presionar a los gobiernos o directamente voltearlos si no aceptan sus exigencias, veremos claramente la conexión entre ambas editoriales, publicadas durante los dos últimos años de Menem y los dos últimos de Cristina Fernández.
Escuchemos ahora al propio ex dueño de La Razón y veamos una aplicación de la estrategia de los medios hegemónicos denunciada por él: