Entre voto y veto
hay mucho más que una vocal de diferencia. Y, más aún, si lo que alguien se arroga es el derecho a vetar el voto de los demás precisamente, como parece ser el caso de un par de jueces tucumanos y demasiados miembros de nuestra sociedad.
Parecería querer instalarse, naturalizarse la existencia de votos de primera y votos de segunda.
En efecto, los incidentes producidos en las últimas elecciones en Tucumán, entre ellos la quema de urnas que realizó un grupo de militantes del PRO, y que podríamos llamar el “incidente Tucumán”, derivó peligrosamente (fogoneado por la oposición mediática y política) en un debate de fondo sobre la legitimidad del voto de las clases bajas; lo que, en definitiva, cuestiona el voto universal.
Así es, aunque parezca mentira, en pleno siglo XXI la derecha vernácula contemporánea retoma los argumentos del conservadorismo oligárquico del siglo XIX e intenta vetar, impugnar o cuestionar el derecho a voto de los pobres, o de los más necesitados.
Parecería querer instalarse, naturalizarse la existencia de votos de primera y votos de segunda.
En efecto, los incidentes producidos en las últimas elecciones en Tucumán, entre ellos la quema de urnas que realizó un grupo de militantes del PRO, y que podríamos llamar el “incidente Tucumán”, derivó peligrosamente (fogoneado por la oposición mediática y política) en un debate de fondo sobre la legitimidad del voto de las clases bajas; lo que, en definitiva, cuestiona el voto universal.
Así es, aunque parezca mentira, en pleno siglo XXI la derecha vernácula contemporánea retoma los argumentos del conservadorismo oligárquico del siglo XIX e intenta vetar, impugnar o cuestionar el derecho a voto de los pobres, o de los más necesitados.
Sin embargo, más que demostrar un defecto del
sistema electoral argentino, esta ofensiva del establishment (hoy
rebautizado como Círculo Rojo por su mayor representante político) contra el
derecho de sufragio de quienes suelen votar al oficialismo nacional al intentar ponerle límites, pone en evidencia los límites
políticos del mismo poder fáctico concentrado para desplazar del gobierno
legalmente los movimientos populares mayoritarios, una característica propia
que se repite a través de nuestra historia.
Antes de arriesgar una conclusión sobre este
tema, repasemos las distintas posiciones que se pusieron en evidencia en los
medios alrededor del tema del fraude o el clientelismo, lo que oculta el
verdadero debate que es, por supuesto, el voto de los más necesitados de
nuestra sociedad.
* Argumentos sobre el fraude y clientelismo.
Luego del escándalo de las elecciones anuladas en
Tucumán, aparecieron las "explicaciones" judiciales sobre semejante medida:
El juez de la Cámara en lo Contencioso
Administrativo de Tucumán Salvador Ruiz aseguró hoy que la decisión de anular
los comicios en esa provincia no se basó en si hubo fraude o no, sino porque
todo el procedimiento electoral "estuvo viciado".
"No fue la materia de discusión sobre
cuántos votos tenía uno o tenía otro. Si está viciado el procedimiento, es
lógica consecuencia que se ordene que se vuelva a votar", expresó al ser
consultado sobre si habían constatado maniobras para modificar el resultado de
la elección.
Lo que hace la cámara tucumana es utilizar en
forma falaz argumentos judiciales equivocados para anular la voluntad popular expresada en
las urnas, beneficiando en este caso a la derecha de la provincia, la que
segura de perder las elecciones apeló a jueces amigos para embarrar la cancha,
suspender el partido al estilo del famoso “panadero” boquense. Pero las excusas
prolijamente camufladas en ropajes leguleyos, esgrimidas en la sentencia no
hace más que repetir antiguos y vetustos argumentos del siglo XIX para deslegitimar el derecho a voto de las "clases bajas" (que se
remontan al ofrecido por Alberdi al afirmar que el pobre para votar se deja
llevar por la panza, o al de Sarmiento que propone que “hay que educar al
soberano” [¿educar o adoctrinar?]).
No nos extenderemos aquí en enumerar las irregularidades (verdaderas o no) en las elecciones, denunciadas profusamente en distintos medios de difusión (las que debieron investigarse judicialmente más y mejor), ni los eternos prejuicios esgrimidos hasta el cansancio sobre los supuestos votos “a cambio de planes sociales” o la “compra de votos”, etcétera, sino que analizaremos directamente el fenómeno del fraude electoral, el llamado clientelismo y el derecho a voto, lo que nos remonta a un pasado pre democrático de nuestra historia.
No nos extenderemos aquí en enumerar las irregularidades (verdaderas o no) en las elecciones, denunciadas profusamente en distintos medios de difusión (las que debieron investigarse judicialmente más y mejor), ni los eternos prejuicios esgrimidos hasta el cansancio sobre los supuestos votos “a cambio de planes sociales” o la “compra de votos”, etcétera, sino que analizaremos directamente el fenómeno del fraude electoral, el llamado clientelismo y el derecho a voto, lo que nos remonta a un pasado pre democrático de nuestra historia.
* Fraude patriótico y conservador.
Repasemos la historia de este instrumento que
desvirtúa la voluntad popular mayoritaria. Como nos cuenta Felipe Pigna:
La primera ley electoral argentina fue sancionada
en 1821 en la provincia de Buenos Aires durante el gobierno de Martín
Rodríguez, bajo el impulso de su ministro de gobierno, Bernardino Rivadavia.
Esta ley establecía el sufragio universal masculino y voluntario para todos los
hombres libres de la provincia y limitaba exclusivamente la posibilidad de ser
electo para cualquier cargo a los propietarios. A pesar de su amplitud, esta
ley tuvo en la práctica un alcance limitado porque la mayoría de la población
de la campaña ni siquiera se enteraba de que se desarrollaban los comicios.
Así, en las primeras elecciones efectuadas con esta ley, sobre una población de
60.000 personas, sólo trescientas emitieron su voto.
Los días de elecciones los gobernantes de turno
hacían valer las libretas de los muertos, compraban votos, quemaban urnas y
falsificaban padrones. Así demostraba la clase dominante su desprecio por la
democracia real y su concepción de que eran los únicos con derecho a gobernar
un país al que consideraban una propiedad privada.
Puede decirse que todos los gobernantes de lo que
la historia oficial llama "presidencias históricas" -es decir, las de
Mitre, Sarmiento y Avellaneda; y las subsiguientes hasta 1916- son ilegítimas
de origen porque todos los presidentes de aquel período llegaron al gobierno
gracias al más crudo fraude electoral.
Recién cuando el yrigoyenismo le arrancó al régimen la ley de voto universal, secreto y obligatorio, el fraude de los
conservadores tuvo que retirarse a cuarteles de invierno. Al menos, por poco más de una década, durante la cual los radicales no paraban de ganar
elecciones en comicios libres. Sin embargo, cuando la derecha conservadora se dio cuenta que ya no
podía recuperar el poder formal, derrocó al gobierno de Yrigoyen y apeló nuevamente al
viejo truco del fraude, ahora perfeccionado por la primera dictadura del siglo
XX:
En abril de 1931, los radicales habían ganado las
elecciones para gobernador de la provincia de Buenos Aires. Ante esa situación,
el gobierno de José Félix Uriburu decidió desconocer el resultado y anularlas.
Así y todo, los radicales proclamaron una fórmula para los comicios
presidenciales de noviembre: la integraban el ex presidente Marcelo T. de
Alvear y el ex gobernador de Salta, Adolfo Güemes. El gobierno de Uriburu vetó
a los dos integrantes de la fórmula: a Alvear, argumentando que no se había
cumplido aún el plazo de seis años para que volviera a aspirar a la
presidencia-curioso prurito constitucional en un gobierno de facto-; a Güemes,
por su reconocida militancia yrigoyenista que lo hacía un representante
del régimen depuesto.
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Así terminaba la dictadura de Uriburu y comenzaba
el gobierno fraudulento de su colega Justo. Los generales se vanagloriaban del
resultado electoral y no tenían ningún problema en admitir que habían hecho
fraude, pero un "fraude patriótico", porque se hacía para salvar a la
patria de la chusma radical.
Justo será fiel al sistema que lo había llevado al poder aplicando "el fraude patriótico" y perfeccionándolo: a las clásicas amenazas a los votantes opositores y al "usted ya votó" se sumaban ahora el secuestro de las libretas de enrolamiento, la falsificación de las actas de votación, el cambio de urnas.
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Justo será fiel al sistema que lo había llevado al poder aplicando "el fraude patriótico" y perfeccionándolo: a las clásicas amenazas a los votantes opositores y al "usted ya votó" se sumaban ahora el secuestro de las libretas de enrolamiento, la falsificación de las actas de votación, el cambio de urnas.
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En ese
período se consolidaron los argumentos de la derecha “bienpensante” contra el
voto popular, descalificando las razones o preferencias de las clases
desprotegidas para emitir el voto. Lo que se cuestionaba (y se cuestiona hoy) es, en
realidad, que el derecho a elegir a los gobernantes sea universal, basado en la supuesta ineptitud de algunos (o muchos) para ejercerlo “correctamente”, "libremente".
* ¿En qué consta el “relato” antipopular del “voto
cautivo”?
La desvalorización de la capacidad de las clases populares para
elegir a sus gobernantes se basa en lo que podríamos llamar “voto cautivo”, o “voto
clientelar”, derivado del régimen de clientelismo político que sujetaría la
voluntad de las clases pobres a los punteros políticos del partido gobernante. Sin
embargo, las denuncias de “fraude estructural” y clientelismo y la consecuente
deslegitimación del voto de las clases más necesitadas se basan en presupuestos
falsos, como veremos más adelante. Más allá de que ambos fenómenos (fraude y
clientelismo) fueron creados por la misma derecha conservadora que ahora se
dice víctima de ellos, repasemos los argumentos contrarios a ese intento de
quitar legitimidad al voto universal, de mellar la validez de las mayorías de
los movimientos populares logradas en las urnas.
* El fraude y el asado de los conservadores.
El clientelismo y el fraude legalizados por la
costumbre, previo a la ley de voto universal, secreto y obligatorio, se ejercía
en forma burda en los mismos lugares de votación, mediante varias triquiñuelas
ejercidas y perfeccionadas por los partidos conservadores de entonces. Era
común ver que los partidos políticos del régimen organizaban encuentros en sus
comités, donde ofrecían opulentos asados para los asistentes, donde les
retiraban sus libretas de votación y algún puntero votaba
por ellos en las mesas de votación, mientras los votantes comían y se divertían en los comités. También contaban con vehículos para
pasar a buscarlos y llevarlos el día del comicio. Pero a partir de 1912, cuando
entró en vigencia la Ley del voto obligatorio, que el Yrigoyenismo le arrancó al régimen a fuerza de movilización y sedición armada durante años, se produjo un nuevo fenómeno que refleja una conocida anécdota que muestra la racionalidad, libertad y voluntad electoral de las clases medias y bajas de entonces. Cuenta la leyenda que los habituales electores que solían concurrir a los comités conservadores a comer y divertirse en los días de elecciones, entregando a cambio su documento, al calor de las nuevas reglas de votación seguían concurriendo a esos comilonas electorales, aceptando la fiesta, la comida, la boleta del partido conservador y el traslado hasta el lugar de votación, pero al llegar al nuevo cuarto oscuro donde nadie podía vigilar su voto, finalmente votaba por Yrigoyen. Así, el radicalismo se cansó de ganar elección tras elección.
entró en vigencia la Ley del voto obligatorio, que el Yrigoyenismo le arrancó al régimen a fuerza de movilización y sedición armada durante años, se produjo un nuevo fenómeno que refleja una conocida anécdota que muestra la racionalidad, libertad y voluntad electoral de las clases medias y bajas de entonces. Cuenta la leyenda que los habituales electores que solían concurrir a los comités conservadores a comer y divertirse en los días de elecciones, entregando a cambio su documento, al calor de las nuevas reglas de votación seguían concurriendo a esos comilonas electorales, aceptando la fiesta, la comida, la boleta del partido conservador y el traslado hasta el lugar de votación, pero al llegar al nuevo cuarto oscuro donde nadie podía vigilar su voto, finalmente votaba por Yrigoyen. Así, el radicalismo se cansó de ganar elección tras elección.
Pero no sólo el yrigoyenismo supo derrotar las
remanidas triquiñuelas electorales de los conservadores, también lo hizo el
peronismo. Leamos estas sabias palabras del general Perón en sus discursos de
campaña previos a las elecciones de 1946:
“No concurra a ninguna fiesta a que lo inviten
los patrones el día 23. Quédese en casa y el 24 bien temprano tome las medidas
para llegar a la mesa en la que ha de votar. Si el patrón de la estancia –como
han prometido algunos– cierra la tranquera con candado ¡rompa el candado o la
tranquera o corte el alambrado y pase para cumplir con la Patria! Si el patrón
lo lleva a votar acepte y luego haga su voluntad en el cuarto oscuro.”
Ese recurso para falsificar la voluntad mayoritaria
esquiva a sus intereses, aniquilado por el voto obligatorio, secreto y
universal, dejó paso ahora a la anulación de las elecciones, no por parte de
una dictadura sino del autoritarismo judicial, como señalan varias calificadas
plumas.
Como bien señala el
periodista Carlos Villalba: “En minutos, la pluma de una Cámara no
pertinente, y basada en la jurisprudencia de un programa televisivo, intentó
borrar la realidad soberana, golpear contra la democracia e imponer el voto
calificado de dos jueces por encima del millón de tucumanos que votaron por
unos y otros”.
Sin
embargo, los jueces impugnadores del voto tucumano sorprendieron al justificar
la anulación de las elecciones, como señala palmariamente Mario Wainfeld: “En el tramo
resolutivo del fallo, aquel en el que Sus Señorías expresan su propia voz, no
se alude a “fraude”. Ni una vez.
El
silencio es coherente porque –como confesó uno de los camaristas y desarrolló
el candidato radical del Acuerdo para el Bicentenario, el diputado José Cano–
los magistrados no estudian si hubo votos malversados, falsificados, pagados o
actas adulteradas. Mucho menos cuál fue el impacto de anomalías o delitos en el
resultado final.
Tucumán
seguiría siendo Macondo dentro de tres meses o seis o lo que podría tardarse en
realizar otro comicio. Sus clases populares, vistas desde la atalaya del Poder
Judicial y la prensa dominante son personas sin discernimiento propio,
“desamparadas” en la hipócrita verba forense. Su voto, imaginan, vale poco. Para
remediar el mal, se lo sustraen.
Se
minimiza la astucia de los sectores populares, su aptitud para manejarse en
relaciones de poder que son asimétricas pero que no anulan su capacidad ni su
destreza.
Pavotes
que jamás hicieron política suponen que quien se sube a un taxi puesto por un
puntero lo vota en el cuarto oscuro. Desconoce la experiencia popular, el
potencial del secreto del voto y la capacidad de autodefensa insinuada.
El
politólogo Julio Aguirre dosifica proporciones y alerta: “La imagen de los
(punteros) mediadores como meros instrumentos de los líderes partidarios,
fieles a una única maquinaria política, y de clientes ‘anestesiados
políticamente’ a cambio de prebendas, además de basarse en un prejuicio sobre
las clases populares, puede ser contraproducente para analizar la dinámica
local de las redes clientelares hoy en la Argentina (...) Y por
otro lado, a sobreestimar la supuesta garantía del ‘voto cautivo’ y la
capacidad de control político y regulación del conflicto de los patrones”.
La interna
peronista de 1988 entre el ahora fallecido gobernador Antonio Cafiero y el
ahora ex presidente Carlos Menem fue un caso interesante. Hubo localidades
donde se comprobaba casi mecánicamente que había ciudadanos que fueron
“acarreados” por los cafieristas y votaron a Menem. Las derrotas del duhaldismo
a manos de Graciela Fernández Meijide en 1997 y de la ahora presidenta Cristina
Fernández de Kirchner son dos ejemplos entre decenas cientos del fracaso del
“aparato” al que se atribuyen dotes mágicas”.
Pero lo
que se vislumbra tras el insólito y deficiente fallo de la Cámara es el verdadero tema de fondo, como bien señala HoracioVerbitsky: “Según los camaristas Salvador Norberto Ruiz y Ebe López Piossek
la relación entre punteros políticos y “población desprotegida” es propia de
“un sistema de subsistencia alimentaria que resulta difícil cuestionar desde el
discurso jurídico frente a la situación de extrema vulnerabilidad y profunda
pobreza como la que, es notorio, padece un amplio sector de nuestra sociedad”.
Esta
ausencia de pruebas reconocida en la denuncia se refleja en el fallo. De otro
modo, podría haber anulado algunas mesas, pero no la elección.
Pero
ahora enfoquemos el análisis en ese mismo tema de fondo, en dilucidar qué es el
clientelismo y qué sector de la sociedad responde a él. Para ello, abandonemos
nuestros prejuicios y analicemos qué nos
dicen los estudiosos del tema.
Empecemos con la antropóloga Julieta Quirós: “Estamos acostumbrados a ver clientelismo solo en los pobres”. Las explicaciones sobre la participación política de los sectores populares están teñidas por dos imágenes en disputa que yo denomino moralismo y economicismo. A partir de esa oposición se define cuál demanda es legítima y cuál no, cuál tiene aspiraciones propiamente políticas y cuál es clientelar, mercantilizada, o falsa política. (...) El clientelismo es una noción típicamente clase-céntrica que nace para explicar el funcionamiento de una democracia considerada defectuosa, una política juzgada como atrasada, vinculada al caudillismo.
Empecemos con la antropóloga Julieta Quirós: “Estamos acostumbrados a ver clientelismo solo en los pobres”. Las explicaciones sobre la participación política de los sectores populares están teñidas por dos imágenes en disputa que yo denomino moralismo y economicismo. A partir de esa oposición se define cuál demanda es legítima y cuál no, cuál tiene aspiraciones propiamente políticas y cuál es clientelar, mercantilizada, o falsa política. (...) El clientelismo es una noción típicamente clase-céntrica que nace para explicar el funcionamiento de una democracia considerada defectuosa, una política juzgada como atrasada, vinculada al caudillismo.
Como vemos, la noción de clientelismo es prejuiciosa (clase-céntrica) y por lo tanto equivocada, inútil para calificar y menos impugnar el derecho a voto de nadie. Pero no sólo los pobres serían “clientes” de las
promesas de campaña, ya que podríamos mencionar dentro de este mismo rubro de intereses espurios para escoger el voto, a los llamados “voto licuadora”, “voto dólar uno a uno” o “voto cuota” de los años
menemistas, los que contribuyeron a la llegada de la Alianza delarruísta al gobierno; además de los planes sociales de Duhalde o de la Caja PAN del alfonsinismo, que fue un instrumento de emergencia destinado a paliar el hambre postdictadura 1976/1983.
Sergio De Piero, politólogo de UBA/Unaj/Flacso
nos aporta más detalles sobre el tema: “La oposición y la mayor parte de la
prensa ha calificado la relación entre el oficialismo y estos espacios como
clientelar: las personas en situación de pobreza reciben un beneficio y su
desesperación los lleva a votar automáticamente al peronismo, que los proveyó
de una bolsa de alimentos o un par de zapatillas. Ante la permanencia de
sectores viviendo en la informalidad, el gobierno del FpV ha desplegado algunas
políticas específicas de transferencia de ingresos, ante la dificultad
estructural por reducir la informalidad: Asignación Universal por Hijo,
Progresar, Conectar Igualdad, la ampliación de la jubilación, presencia
territorial (como los Centros Integradores Comunitarios), son algunas de las
iniciativas. Respuestas todas por “fuera” de los circuitos formales del mundo
del trabajo y la producción. Desde luego, persistirán prácticas clientelares.
La tecnología (las tarjetas bancarias) ayudó para morigerar esas prácticas,
pero sabemos que subsisten (…) escuchamos cada día por parte de opositores que
“la gente pobre va a votar por una bolsa de comida”.
También aporta lo suyo el politólogo de la UBA y doctor en
Ciencias Políticas del Instituto de Estudios Políticos de París, Julio Burdman, quien cambia el eje
del debate, afirmando que “el voto de los sectores bajos suele ser un voto de
mayor calidad en términos representacionales (…) porque en los sectores bajos
es más consistente con la relación de
representación. Como los sectores medios y medios-altos no tienen un partido que los represente socialmente, el voto en esas franjas es muy volátil. (…) El alfonsinismo tenía un mensaje económico que no era liberal en términos económicos y sin embargo era votado por toda una clase media y media-alta que sí lo tiene. Porque el programa económico del alfonsinismo no era neoliberal. (…) el hecho de que el voto de los sectores populares sea tan fuertemente y establemente peronista es una situación bastante racional. Porque el peronismo se dirige a ese electorado. Y es un electorado que está respondiendo a la oferta que el peronismo le envía.
representación. Como los sectores medios y medios-altos no tienen un partido que los represente socialmente, el voto en esas franjas es muy volátil. (…) El alfonsinismo tenía un mensaje económico que no era liberal en términos económicos y sin embargo era votado por toda una clase media y media-alta que sí lo tiene. Porque el programa económico del alfonsinismo no era neoliberal. (…) el hecho de que el voto de los sectores populares sea tan fuertemente y establemente peronista es una situación bastante racional. Porque el peronismo se dirige a ese electorado. Y es un electorado que está respondiendo a la oferta que el peronismo le envía.
Los sectores medios no cuentan con un partido al
que votar elección tras elección. Votan al partido que eventualmente los está
representando en un determinado momento con un discurso que está basado en el
clivaje y en el tipo de mensaje que esté presente en tal o cual elección.
Para Ernesto Calvo, “el peronismo se comporta
como cualquier otro partido de masas”. “Vemos al peronismo bajo lentes que no
utilizaríamos para analizar el voto en otros países. Se habla de clientelismo,
de mítica, y de todo eso hay algo, pero el voto peronista es peronista porque
ha aprendido a lo largo de los años que hay ciertos políticos que pagan más
electoralmente”, opinó el profesor de la Universidad de Maryland.
Para Calvo, “el voto peronista es muy estable,
sociodemográfica y políticamente” pero esa estabilidad y fortaleza en algunas
zonas como el GBA o el norte argentino no está dada por un sentimiento de
pertenencia partidaria sino por la percepción de gobernabilidad que garantizan
los dirigentes peronistas. “En Argentina no hay ningún determinante de voto que
sea más importante que la percepción de capacidad de gobierno, muy por encima
de la ideología, de la expectativas de redistribución y de las redes
políticas”, explicó.
* Qué dijo la Corte Suprema de Justicia de Tucumán al reveer el fallo de la Cámara.
Sobre el tema de fondo, la misma Corte Suprema de
Justicia de Tucumán le da un marco jurídico a los reparos que los
expertos en ciencias sociales presentan a la descalificación o, peor aún, al veto del voto de
cualquier sector de la población. Los
magistrados de la CSJ corrigieron en forma contundente y ejemplarizadora el fallo y señalaron que “Los motivos que llevan a un elector a votar en tal o
cual sentido son de la más variada índole (política, afectiva, económica,
religiosa, etc), y podrá compartírselos o no, pero ello no autoriza a ninguna
autoridad estatal a inmiscuirse en el ámbito interno de las personas, juzgando
la conciencia de cada ciudadano”.
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En otra
parte de la sentencia de la Corte Suprema de Tucumán, podemos leer: “dejando a salvo el repudio que merece el comportamiento de marras, resulta
infundado ligar de manera indisoluble la práctica clientelar denunciada
(“entrega de bolsones”) con la efectiva vulneración de la libertad de
conciencia y de elección inherente al elector que también acepta practicarla.
Indica que no existe situación alguna, acreditada de manera seria y fehaciente
en estas actuaciones, que permita pregonar al Tribunal la afectación de la
“conciencia y libertad de los electores” y de la “voluntad popular” en su
conjunto, recalcando que la incidencia directa de las prácticas clientelares
-descritas en el pronunciamiento- en el
discernimiento, intención y libertad del elector que decide
aceptarla, únicamente deriva de una especulación del A quo que no ha
sido demostrada en estas actuaciones.
Apunta
que el “cuarto oscuro” ha sido la herramienta por excelencia para procurar
poner al elector al abrigo de cualquier presión”.
* Conclusión
Un par de jueces tucumanos intentaron quemar
todas las urnas que se salvaron de la hoguera armada por un grupo de militantes
macristas, plegándose así a esta especie de simbólico Cromañón voluntario de
los comicios tucumanos perpetrado por la oposición. La Suprema Corte de
Justicia tucumana reparó ese atentado contra la decisión popular, pero las
razones de fondo de ese intento quedaron en el aire de la ciudadanía, remontándonos
a las peores épocas de la violación de la voluntad popular para elegir a
nuestros gobernantes.
La remanida y resucitada en estos días creencia
de que no todos estamos capacitados para escoger a nuestros representantes (lo
que nos lleva directo al “voto calificado”), y que eso depende de la
clase social, estudios, conocimientos o, peor aún, del color de nuestra piel,
no sólo es aberrante, arcaica, racista y discriminatoria sino que, peor aún, es prejuiciosa y equivocada. Cualquiera que quiera averiguar algo o profundizar sobre
el tema del clientelismo (harto estudiado por las ciencias sociales), sólo tiene que saber leer, y atreverse a cuestionar la inveterada creencia de que no todos los seres
humanos somos iguales en derechos y, por lo tanto, ante la ley. (Más abajo
ofreceremos algunas obras recomendadas que abordan el tema.)
No dejemos que la ignorancia (madre de todos los prejuicios sociales) nos lleve por caminos que ya hemos transitado y que
sólo nos llevaron a tiempos peores, cuando los únicos respetados fueron los intereses del que el yrigoyenismo llamaba “el régimen”, que
el peronismo llamaba la oligarquía, que luego se lo llamó el establishment y que hoy fue rebautizado como el Círculo
Rojo.
Para quienes les interese informarse sobre el
tema antes de hablar de más, algunos libros recomendados:
"La politica de los pobres" de Javier
Aurello.
"Pobres ciudadanos" de David Merkler.
"El Por qué de los que se van" de
Julieta Quirós.
"Votos, Chapas y Fideos. Clientelismo
Político y Ayuda Social" de Pablo José Torres.
"De Políticos, Punteros y Clientes" de
Pablo José Torres.