10 de abril de 2013

Crónica de unas muertes anunciadas.

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García Márquez nos presenta en su impecable novela Crónica de una Muerte Anunciada la historia de un hombre que todos saben que va a ser asesinado, menos él mismo. El lector sabe desde el princípio que esa muerte va a suceder pero no cómo ni cuándo. Esta nota quizás emule esa novela, pero no es una ficción sino que parece ser una prueba más de la manera en que la realidad imita a la ficción.
Repasemos algunos extractos de lo que dicen expertos en la materia sobre las causas y posibles soluciones de las inundaciones ocurridas en Buenos Aires y La Plata, y veremos entonces si el título de la nota es correcto.


Causas de las consecuencias.

Según el arquitecto Rodolfo Livingston, la superficie verde en la ciudad de Buenos Aires es de entre 1 y 2 metros cuadrados por habitante, diez veces menor a lo recomendado.
"La obra más importante de contención de aguas en este país fueron los Bosques de Ezeiza, que además funcionan como un gran parque público, un lugar de recreación".


"Las ciudades crecieron de un modo insensible a sus características naturales y topográficas. Estamos en una llanura sin pendientes y para controlar los efectos de las lluvias, necesitás amplias superficies. Pero en cambio se invadieron esos sectores porque la fuerza del mercado especulativo fue mayor que la capacidad de dictar políticas de planificación urbana. Ese problema se mantiene hasta el día de hoy", explica Reese (arquitecto urbanista profesor del Instituto del Conurbano de la Universidad Nacional General Sarmiento).


"La tragedia puso en evidencia la necesidad de modificar los códigos de planeamiento urbano. Necesitamos que sean coherentes con un modelo de desarrollo inclusivo, y adecuarlos a los requerimientos de la situación climatológica", señala Selzer, y Reese agrega: "No podemos dejar que el mercado actúe libremente porque eleva los precios y lleva a los pobres a los bordes de los arroyos. Tenemos que evitar que el mercado actúe externalizando costos e internalizando ganancias."


Brailovsky (Antonio Elio Brailovsky, licenciado en Economía y Política, especialista en ecología y autor de Buenos Aires, ciudad inundable) coincide en la necesidad de discutir la normativa urbanística: "La inversión privada no está condicionada por el bien común. Se vio por la tele cómo se inundaban los garages subterráneos. Ni siquiera deberían poder construirse emprendimientos de ese tipo", señala. Otro ejemplo de ese absurdo es la construcción de countries en Nordelta, Tigre, uno de los municipios más inundables en la provincia de Buenos Aires".
Más allá de la variabilidad climática, las inundaciones son un fenómeno histórico. El libro de Brailovsky refleja los cambios que fue viviendo la Capital y el modo en el que se fueron poblando las zonas bajas por impulso de las políticas y el mercado. Y sin embargo, a pesar de toda la evidencia, los habitantes de estas ciudades siguen sin comprender el problema en su real dimensión. "Es tan absurdo como que un mendocino no tenga conciencia de los sismos. En las ciudades no se tienen en cuenta, por ejemplo, los efectos de arrojar basura a la calle. Debemos tener una campaña educativa y empoderar a las organizaciones sociales", advierte Reese.
"En la Ciudad ni siquiera se hizo una efectiva recolección de residuos. Los sumideros estaban tapados de hojas", advierte Selzer (Dir. Ingeniería Urbana, UBA).

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Entonces ¿es prevenible una inundación?





Mapa hidrográfico de la ciudad de Buenos Aires.


(Click para ampliar)


Más causas de las mismas consecuencias.
“Con las obras adecuadas y un plan de contingencia” se podrían haber “mitigado los daños” de las inundaciones que asolaron en los últimos días a las ciudades de Buenos Aires y La Plata, opina Jaime Sorín, ex decano y profesor de la Facultad de Arquitectura de la UBA. Además de la falta de obras, lo que contribuyó al anegamiento en algunos barrios porteños fue “que en los días previos se cortaron muchas ramas, que no se recogieron por el feriado, que taparon alcantarillas, sumado a que es otoño y hay más hojas caídas”, y a que “se redujeron superficies de absorción” al eliminar adoquinados y la grama de espacios verdes y reemplazarlos por cemento. Tanto una como otra ciudad se vieron afectadas a su vez por las consecuencias de “un boom inmobiliario sin ningún control”, indicó. En la última década, destacó Sorín, se construyeron en la ciudad de Buenos Aires 25 millones de metros cuadrados nuevos, y se mantuvo la misma infraestructura de la década del ’50.
Cuando cae semejante cantidad de agua es difícil evitar que haya inundación en ciudades como éstas, atravesadas por arroyos de llanura. En una llanura el agua escurre lentamente. Eso hay que tenerlo en cuenta cuando se construye una ciudad. Pero sí se pueden mitigar los daños. En la provincia de Buenos Aires hay obras que están empezadas o faltan terminar y hubo un fenómeno nuevo como la inundación del centro de La Plata. Hay que estudiar qué sucedió para que eso ocurra. Puede ser que falten alcantarillas. En la Ciudad de Buenos Aires, de los cinco arroyos que la cruzan, en el único caso en que las obras están más terminadas es en el Maldonado, que corre bajo la Juan B. Justo: el canal principal está finalizado, pero faltan los aliviadores, que permiten que las alcantarillas lleven el agua y no quede en las calles.

Las obras se podrían haber hecho con dinero de la Ciudad, eligiendo las prioridades
. Pero hay que señalar que el sur también es inundable, por donde pasan los arroyos Erézcano, Elía y Cildáñez. También sobre la avenida Larrázabal hay una cuenca. No solamente la zona de Belgrano y Núñez se inundó. También Mataderos, Lugano y Villa Cildáñez, que nunca se había inundado. Además de la falta de obras, lo que pasó es que en los días anteriores a la tormenta se cortaron muchas ramas, que quedaron en la vía pública y vinieron los feriados, y taparon las alcantarillas, sumado a que estamos en otoño y caen más hojas. Esto hizo una mezcla explosiva. Debió haberse previsto un plan de contingencia.La ciudad tiene alrededor de tres millones y ya no tiene infraestructura ni para un habitante más. Son códigos puramente inmobiliarios. Y falta la pata de con qué infraestructura se abastece a las nuevas edificaciones. La infraestructura está completamente igual que en la década del ’50. En estos últimos diez años se construyeron 25 millones de metros cuadrados nuevos. Y no se acompañaron con nueva infraestructura. Algunos vecinos protestan porque las torres les quitan el sol, pero otros porque les falta agua. Hay un plan de hidráulica que se terminó de aprobar durante la gestión del ex jefe de Gobierno Aníbal Ibarra. Ahí están definidas todas las obras que se tienen que hacer para mitigar las inundaciones. Es una cuestión de obras y de gestión. Pero hay que pensar también que aunque las obras estuvieran hechas, debe haber además un mantenimiento adecuado; hoy el sistema de recolección de residuos, por ejemplo, está completamente perimido. Además, en los últimos años se han hecho obras absolutamente perjudiciales.–Por ejemplo...

Como el retiro de los adoquines en las calles. Los adoquines permiten una filtración importante. Y se asfaltó mal: en Palermo, por ejemplo, el centro de la calle está a la altura del cordón y rápidamente las calles se inundan. Muchos asfaltos, por otra parte, taparon las alcantarillas. Donde se han ensanchado las esquinas, quedaron las esquinas más altas, y el agua no puede pasar. Se eliminó la granza, esas piedritas rojas, en muchas plazas barriales y se reemplazó por cemento peinado que no absorbe el agua. La granza permitía que el agua se infiltrara. El Código de Edificación permite que se construya hasta el fondo de un terreno. En muchos edificios nuevos se reemplazaron los centros de manzana por estacionamientos de cemento. Se pueden colocar superficies absorbentes, pero son más caras.

La Plata está en una zona de poca pendiente y está lejos del Río de la Plata. Fue construida en 1880 con un sistema de alcantarillado que hoy está bastante obsoleto. También ahí está el problema del arroyo El Gato. Nunca se previó el boom inmobiliario de las características que se observa hoy. Algo siempre se van a inundar. Lo que tienen que pensar es en cómo minimizar los riesgos. Otras ciudades de Latinoamérica tienen protocolos sobre cómo actuar cuando se anuncian tormentas fuertes. Hay que avisarle a la gente para que se corran los autos de las zonas inundables. Tiene que haber un sistema de prevención temprana y ayuda inmediata.

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A partir de este nuevo criterio es necesaria una discusión entre técnicos a ver de qué manera se construye distinto. Hay ejemplos aquí mismo. Los tanos de La Boca sobreelevaron las casas. En el Delta del Paraná una crecida es una incomodidad más grande o más pequeña. Pero no un desastre. Es difícil que haya muertos. Bien: de eso, ¿qué podemos aprender? A veces uno termina hablando de cosas que, cuando no hay tragedia parecen pavotas, pero ante la tragedia suenan pertinentes.–¿Un ejemplo de lo que parece pavote?

Es muy elemental establecer que no debería haber garajes subterráneos en zonas de riesgo, ¿no? Tampoco cámaras eléctricas o nudos telefónicos. Otra más: el diámetro de bajada de los techos. Las bajadas tienen un diseño apropiado a la lluvia promedio de un siglo atrás. Hoy alguien puede sufrir una inundación en un quinto piso, porque el caño de descarga quedó chico. Los diámetros se corresponden con otra época.–Con otros registros o con otro clima.

–Sí, con otro clima. Hay innumerables detallecitos que pueden considerarse si antes uno tiene en cuenta el cambio climático. Los detalles surgen de delimitar de otro modo las zonas de riesgo. Al caminar por el centro de Mar del Plata es posible encontrarse con carteles que dicen más o menos así: “Esta calle corre riesgo de inundación”.

En la ciudad hace muchos años llegó a discutirse un proyecto elaborado en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales que, después de reuniones con vecinos y comparando con estudios especializados, buscaban marcar vías de escape en zonas de inundación.
–¿Dónde está?

–No está. El Gobierno de la Ciudad nunca quiso dejar por escrito el riesgo.–¿Y los vecinos estaban de acuerdo?

–¡No, tampoco! Presencié discusiones en las que vecinos de zonas en riesgo argumentaban que poner carteles indicando vías de escape quitaría valor a sus propiedades. Se cae el valor de mi propiedad. Ahora, si me muero o no es secundario. En fin... Sigamos con las cosas concretas. Si la zona baja es comercial, ¿qué hacemos con los negocios? Cerrarlos no, por supuesto. ¿Por qué no tener en cuenta alturas para las heladeras? ¿Por qué no hablar con las mueblerías del barrio y encontrar una forma decorativa de subir la heladera? No puede ser que no encontremos formas concretas de afrontar esos problemas. ¿Por qué no pensar en puentes peatonales donde estuvimos usando botes ya muchísimas veces? Y al mismo tiempo insisto en que nada de esto reemplaza la necesidad de obras o la urgencia de coordinación metropolitana entre la provincia y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Hacen falta represas que retengan arriba, como se hizo en el río Reconquista, y obras de desagüe en la baja cuenca. Pero si tenemos las obras y no coordinamos minuto a minuto, las obras serán inútiles. La coordinación requiere decidir momento a momento cuántos metros cúbicos se largan y a qué ritmo.

¿Qué pasó en La Plata? Lo contrario. La mayoría de los muertos se concentraron. Estaban a pocas cuadras de la autopista Buenos Aires-La Plata.
Y el registro muestra una alta proporción de mayores de 70 años. Esto nos dice que los desbordes del arroyo El Gato fueron, otra vez más, incontenibles.

–¿Cuál fue la incidencia de la autopista?La misma que antes tuvo en inundaciones menores más al norte de Tolosa, en City Bell y Gonnet: actuó como un dique. Si los desagües no alcanzan y además hay un dique, una gran precipitación termina en un desastre de gran magnitud. Y esto nos plantea un tema de responsabilidad institucional. En caso de mala praxis de un médico, el paciente muere. En caso de mala praxis en el diseño de obras públicas los muertos pueden ser muchos. Es obvio que mañana mismo hay que proyectar nuevos desagües. Pero a esta altura está claro que no hace falta esperar nuevos desastres para ver cómo se comporta la infraestructura. A partir de la última tragedia hay que encarar un peritaje urgente. Y convendrá empezar ya a colocar las prevenciones dentro de la cultura cotidiana. La prevención cuesta cara, sí, pero el desastre cuesta mucho más. Ni hablemos de los costos en vidas humanas.

El fenómeno es histórico.
Originalmente fueron los inmigrantes pobres quienes iban a parar al borde de los arroyos. La descripción de esas zonas que hace Borges en “El hombre de la esquina rosada” no es precisamente el relato de cómo viven los ricos. Después los inmigrantes fueron mejorando su situación social y ese proceso fue acompañado por el loteo de terrenos y huecos. Alguien, entonces, pensó en entubar los arroyos para hacer un negocio inmobiliario y todo se disparó. La estrategia clave para el cambio de la clase social fue el entubado. Las ideas de fines del siglo XIX pasaron a concretarse en una dinámica fuerte en las décadas de 1920 y 1930. Al plantear culturalmente la inexistencia del arroyo los residentes ascendían desde el punto de vista social. Pero el tema de fondo no mejoraba: el agua seguía igual.

(...) funcionarios y vecinos no querían poner carteles con indicación de peligro o vías de escape: porque si no hay registro, el mercado inmobiliario no tiene memoria. En los Estados Unidos, un año después de grandes desastres la propiedad ya había vuelto a su valor previo a la catástrofe. Los personajes de Borges no tenían otro lugar adonde instalarse. ¿Y la familia que hoy pone sus tres autos en un garaje al lado de un arroyo? Sobre todo en las grandes ciudades hay una tendencia general a negar la naturaleza. Antes de la explosión urbana china las ciudades que más crecieron fueron las de América latina. Y crecieron sin planificación ni límites.

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Lo que viene...

"Buenos Aires se está convirtiendo en una ciudad tropical, porque en el último siglo aumentaron las temperaturas mínimas, medias y máximas" en la ciudad y el conurbano. "El error grave está en obviar lo que no se quiere ver: la actividad humana genera cambios en el planeta",
"Lo digo desde un punto de vista puramente científico: las crisis climáticas van a ser cada vez más graves", aclara.
–¿Van a ser peores?
–Digo que van a ser peores todas las crisis climáticas. Las sequías, las tormentas y en ese contexto, las ciudades ofrecen una zona de drenaje del agua cada vez menor, por lo tanto la ecuación es simple: más agua y menos superficie de drenaje, dará más inundaciones.

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No faltan fondos sino voluntad...

Las inundaciones tienen un factor inevitable en la intensidad natural de las lluvias, pero la gravedad de su impacto recae también sobre las obras que el Estado no realizó por deficiencias estructurales o decisión política. Datos del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y de la Auditoría General de la Ciudad muestran que la falta de construcción de las obras de control de inundaciones en las cuencas Vega y Medrano y la pobre ejecución de presupuesto en el área establecieron un modelo abúlico a la hora de prevenir las consecuencias de una precipitación.La Ley 3226 promulgada en 2009 establece que el valor de las obras en el Vega Medrano es de U$S 123 millones y autoriza al gobierno porteño a tomar un préstamo para realizarla. La excusa del macrismo luego de la lluvia fue que el gobierno nacional no le autoriza la toma de un crédito para poder llevar a cabo el plan, pero su endeudamiento desde 2007 y el desinterés que se denota en la utilización de su abultado presupuesto presentan un escenario muy diferente al que quiere vender la comunicación PRO.
La deuda de la Ciudad de Buenos Aires en dólares creció de 574 millones de dólares en 2007 a 1406 millones de dólares a finales del año pasado (145%).
El gobierno tiene capacidad de colocar deuda en el mercado, el problema es el desinterés de aplicar esos fondos que tomó a obras que son importantes para la Ciudad, pero que dan poco rédito político al no observarse en el corto plazo.
Las prioridades también se denotan al observar los recortes que realizó el jefe de gobierno sobre las partidas que iban a ser destinadas a la red pluvial.
En 2011, 2012 y 2013 la decisión fue utilizar la facultad de recortar presupuesto de "obras varias" para disminuir los fondos para realización de trabajos preventivos en los barrios más afectados durante el diluvio de la semana pasada. El Ejecutivo empezó a tomar esta facultad en 2011 (antes la manejaba la propia Legislatura), y marcó el camino. El presupuesto sancionado por los legisladores porteños ese año fue exiguo, de $ 18.752.546, pero de todas formas el jefe de gobierno decidió disminuirlo a $ 15.610.882, de los que finalmente se ejecutaron solamente 13.719.377 de pesos.
La actitud tuvo el año siguiente su más notoria exposición. El gobierno de la Ciudad llevó los $ 294.977.900 iniciales a $ 233.911.660 y la ejecución final fue de tan solo $ 11.947.363. Es decir, al cierre del cuarto trimestre sólo se había utilizado el 4,05% de lo que en un principio se planeó utilizar para evitar lo que finalmente pasó en la Ciudad. Además, el recorte de 61 millones de pesos se realizó a principios de enero, no fue parte de un problema de organización en medio de la intención de usarlo, sino una decisión política clara de sacarles peso a las obras hidráulicas. La estrategia, ya un clásico para la gestión macrista, se repitió en 2013. El presupuesto aprobado por la Legislatura fue de $ 26.722.829 y al promulgar la ley luego de los recortes disminuyó a $ 20.722.829. El año de una inundación con víctimas fatales y destrozos el propio gobierno destinó al área el 10% de lo que se había pautado durante el período anterior. Además, el Ministerio de Desarrollo Urbano se propuso construir este año solamente 160 metros lineales de red pluvial (una cuadra y media en una ciudad que tiene un total de 50 mil cuadras y 12.200 manzanas), mientras que en 2012 la proyección había sido de 11.783 metros.Los desembolsos que tendrá que hacer el gobierno por los subisidios (por ahora con un techo de $ 20 mil y alrededor de 90 mil familias afectadas que podrían reclamarlo) denotan lo obvio: al Estado porteño le costará más la cura que la prevención que no llevó a cabo.

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Dime qué priorizas y te diré que te va a faltar.

Esto pone de manifiesto que la elección de las obras, el tiempo y los recursos dedicados son responsabilidad exclusiva del jefe de gobierno. Pero para que la Ciudad no se inunde en cada lluvia hacen falta obras de mediano y largo plazo, y Macri pretende sacarle rédito político inmediato a cada uno de los pocos pesos que invierte. Basta revisar los presupuestos y las ejecuciones de los últimos años.
En 2012, el presupuesto para el mejoramiento de la red pluvial que fue elevado a la Legislatura fue de $ 294,9 millones (un promedio de $ 24.400 por metro); y en 2013 redujo drásticamente el presupuesto a $26,7 millones, y con eso sólo podrían construir 160 metros a un promedio de $ 110 mil el metro. Es decir, más de 358% más caro; más de cuatro veces lo presupuestado en 2012.
Si revisamos los presupuestos y lo realmente utilizado en cada año vemos que en 2008 tenía un presupuesto de $ 201.614.471 y no usó $ 72.922.033; en 2009 presupuestó $ 265.615.008 y el saldo fue de $ 32.154.726; en 2010 presupuestó $ 424.160.996 y no utilizó $ 39.325.318; en 2011 el presupuesto fue escandalosamente menor, sólo $ 5.610.882, y por supuesto no le alcanzó, debiendo asignar $ 8.108.495 más; en 2012 presupuestó $ 233.911.660, y no utilizó casi nada, quedándole un saldo de $ 221.964.296. Y para 2013 prácticamente repite el desastre de 2011: cuenta con apenas $ 20.722.829. Si sumamos los saldos no utilizados durante su gestión tenemos más de $ 358 millones.
Macri dice que no cuenta con recursos propios, pero la ciudad adhirió al Fondo Federal Solidario que distribuye las retenciones de soja, y desde 2009 ya recibió $ 595 millones, y para 2013 espera recibir otros $ 240 millones. Cada año Macri construye, entre subejecuciones y endeudamientos, un colchón financiero de más de $ 2500 millones, que podría utilizar para cualquier cosa.

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Las advertencias desoídas.

Cuáles serán las conclusiones de la auditoría de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de La Plata sobre el temporal del 2 de abril y el funcionamiento del sistema de desagote pluvial en la ciudad de las diagonales? ¿El informe final de esa casa de estudios, una de las pocas universidades públicas que cuenta con una orientación en hidráulica, determinará responsabilidades?
La Facultad de Ingeniería de La Plata no es un agente extraño en la polémica en torno a la infraestructura hidráulica de la capital bonaerense, una ciudad surcada por tres arroyos (el Gato, Pérez y Maldonado) y proclive a las inundaciones. Esa misma casa de estudios elaboró las bases del Plan Maestro Hidráulico de la ciudad y se lo presentó al entonces intendente, Julio Alak. El actual ministro de Justicia gobernó La Plata durante cuatro mandatos consecutivos (de 1991 a 2007) en los que atravesó varios temporales y dejó el cargo sin una catástrofe humanitaria, como la del martes 2 de abril. Pero el mayor mérito, en todo caso, fue de la presión popular: el involucramiento de los vecinos contribuyó a que la municipalidad recibiera en 2007 un informe muy duro del departamento de hidráulica de la UNLP.
Ese informe advertía que si no se ensanchaba el arroyo El Gato el sistema hidráulico de La Plata no podría resistir ni siquiera "una tormenta de baja magnitud".
Qué quedaba entonces para un temporal récord como el del 2 de abril: según datos oficiales del Servicio Metereológico Nacional, las precipitaciones de esa jornada llegaron a un récord de 181 mm y superaron por lejos el récord histórico que había para el mes de abril en La Plata (131 mm, de 1962). Fue, queda claro, una tormenta de altísima magnitud. Las obras de infraestructura que exigía el informe de la Facultad de Ingeniería tuvieron un primer esbozo de concreción en los últimos meses de la gestión de Alak. Luego todo se paró. "El nuevo intendente (por Pablo Bruera) desactivó el Plan Maestro Hidráulico y dejó de hacer obras para reubicar a los vecinos que levantaron casillas al borde del arroyo El Gato. Hay que incluirlos al Plan Federal de Viviendas", señaló a Tiempo Argentino un dirigente que conoce muy bien la política platense.
Una de las reglas básicas del ordenamiento urbano es respetar el "camino de sirga". Así se define a los primeros 35 metros de la orilla de los cursos de agua que deben estar vacíos para facilitar las obras de limpieza y ensanchamiento. Esas labores previenen las crecidas o las hacen más tolerables. A la parálisis en las obras de mejoramiento del arroyo El Gato le siguió un cambio drástico en los criterios de ordenamiento urbano que no tardó en ser duramente cuestionado por la Suprema Corte de Justicia bonaerense. Como publicó esta semana el diario La Nación, el máximo tribunal de la provincia le advirtió a Bruera que "la relajación de las normas destinadas a regular el uso del suelo" podría provocar "un potencial riesgo a la estructura general de la ciudad". La Corte bonaerense se refería a los cambios que impuso Bruera en el Código de Ordenamiento Urbano y al alejamiento de las facultades de ingeniería y arquitectura de las facultades del Consejo Único de Ordenamiento Urbano y Territorial (CUOT), un órgano con participación del municipio, el sector privado y la academia que supervisa –o debería hacerlo– los emprendimientos inmobiliarios en La Plata. Las facultades abandonaron el Consejo en desacuerdo con la nueva prioridad que traía la gestión Bruera: la construcción de edificios, viviendas, barrios privados, sin tener en cuenta otras necesidades del entorno: como la necesidad de que haya tierra disponible para que escurra el agua. Aparte de sus propios estudios elaborados en el pasado, los ingenieros del departamento de hidráulica tendrán a su disposición ciertos indicios bastante elocuentes sobre la falta de mantenimiento del desagote pluvial de La Plata. El 2 de abril, en las horas más complicadas de la inundación, un equipo de especialistas de la empresa AYSA –la empresa estatal de agua potable de la región metropolitana de Buenos Aires– desembarcó en La Plata para colaborar en el desagote de las cámaras que contienen a los equipos transformadores de energía. En el ejercicio de su labor, el personal de AySA comprobó que unos cuantos sumideros de la ciudad estaban completamente obstruidos. Este dato se suma a otras críticas que circularon en los últimos días: la gestión de Bruera nunca priorizó el mantenimiento de los ductos subterráneos que circulan bajo las calles 13, 19 y 25.

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Promesas sobre el bidet...

En los barrios de La Plata todavía recuerdan las promesas de Bruera tras las inundaciones de 2008. Cuando todavía quedaban infinidad de afectados por las precipitaciones de poco más de 100 milímetros, el recién electo intendente anunció la conformación de un comité de crisis para diseñar un minucioso plan hidráulico para la capital de la provincia.Después de aquella catástrofe, el departamento de Hidráulica de la Universidad de La Plata advirtió de la necesidad de realizar una importante obra de infraestructura en Tolosa, específicamente en la zona del arroyo El Gato. Fue ese sector uno de los más castigados por la tormenta del miércoles pasado y la coincidencia de todos los especialistas es que si esas tareas se hubieran encarado, el impacto del diluvio hubiera sido mucho menor."Conozco la ciudad porque he nacido ahí y han ocurrido tormentas e inundaciones, pero llama la atención porque el agua naturalmente escurre hacia Berisso y Ensenada y allí no ha habido ninguna víctima afortunadamente, mientras tuvimos este terrible número de fallecidos en La Plata", lamentó Cristina.
En el antecedente de 2008, los técnicos de la UNLP proponían ensanchar el cauce del arroyo El Gato desde la Avenida 19 hasta el puente del ferrocarril Roca. Esa zona fue una de las más castigadas por la tormenta. La Corte Suprema de Justicia de la provincia también había advertido dos años atrás "un potencial riesgo de afectación a la estructura general de la ciudad y su capacidad de soporte en términos de servicios".

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Luego de estos testimonios sobre las causas de los estragos que causó el clima en Argentina y su posibles soluciones, algunos podrán decir que el título de la nota es el adecuado; otros quizás dirán que es exagerado pero, de todos modos, lo reflejado aquí puede ayudar a pensar en qué debemos hacer desde ahora para cuando llegue la próxima tormenta. Porque, eso sí podemos afirmar: habrá otra tormenta "record" o "nunca vista", y todo lo necesario que se haga para paliar sus consecuencias sólo dependerá de nosotros.




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