El macrismo necesita que la sociedad adopte esa creencia para poder explicar, para poder justificar sus medidas de gobierno, tanto las exitosas como las que fracasaron. Necesita que se generalice la idea de que el kirchnerismo fue tan sólo una ficción, una fantasía, un sueño idílico y pasajero en el que la población disfrutó de doce años de logros ilusorios, de conquista de derechos abusivos por no ser sustentables, de lujos populares que iban más allá de sus propias capacidades, como se encargaron de repetir una y otra vez los voceros oficiales y oficiosos del gobierno. Según sus afirmaciones, lo que los argentinos vivimos en la década pasada se trató de un bienestar fugaz, antinatural. Un fenómeno económicamente artificial, una breve primavera en medio de un invierno bíblico que el destino eligió para esta Argentina tercermundista. Un banquete que la población disfrutó graciosamente y que ahora todos debemos pagar con el sudor de nuestra frente. Una pompa de jabón “populista” que estalló precisamente, y por desgracia, con las primeras medidas que tomó Cambiemos ya en el gobierno…
Asimismo, esta tesis considera que el kirchnerismo no se trataría de un movimiento político sino una banda de desvergonzados políticos "populistas" que llegó al poder para enriquecerse aprovechándose de la inocencia del pueblo, creando para ello un “relato” ficticio con el que habría embelesado, hechizado a gran parte de la sociedad que lo votó reiteradamente durante doce años. De esta manera, más que un movimiento político el que gobernó el país desde 2003 hasta 2015 sería un sujeto político dañino, un mero hacedor de ficciones políticas, económicas y sociales, más cercano a la ficción, a la literatura que a la política.
Sin embargo, según esta misma teoría, no ocurre lo mismo con los kirchneristas, los militantes de esa especie de “asociación ilícita” (quienes sí existen para el macrismo) serían los responsables de todos los males que atormentaron al país desde 2003 hasta, incluso de los que está sufriendo hoy mismo, debido a las medidas que el actual gobierno se habría vio obligado a tomar por culpa del estado de deterioro del país que dejó el anterior: la ya famosa "pesada herencia" recibida.
Para Cambiemos, los kirchneristas no profesan una ideología, son pragmáticos, utilitarios, y sólo utilizan los resortes del estado para enriquecerse mediante la corrupción sistemática y manipular al pueblo para perpetuarse en el gobierno.
Los miembros de Cambiemos, quienes se mostraban muy democráticos y republicanos cuando gobernaba el kirchnerismo, ahora manifiestan rasgos antidemocráticos y autoritarios ejerciendo el gobierno. Puede argumentarse que, en realidad, son más antikirchneristas que democráticos, variando sus posturas políticas de acuerdo al lugar relativo que ocupe el kirchnerismo. Es evidente ya su maleabilidad política a través del tiempo. Con el kirchnerismo en el gobierno (al que denostaban por autoritario o dictatorial) ejercían una férrea oposición a él, tanto en el Congreso como en sus presentaciones en los medios; pero con el kirchnerismo en el llano, luego de su derrota de 2015, los macristas en el gobierno (más algunos representantes de otros partidos políticos y varios comunicadores oficialistas) no hacen asco a cualquier medida que evite la vuelta del “populismo K” al gobierno, sea ésta democrática o antidemocrática, legal o ilegal, constitucional o anticonstitucional.
Sin embargo, esta maniobra, esta chicana semántica no es nueva en nuestra historia. Lo mismo se puede observar si se revisa lo sucedido antes y después del derrocamiento del peronismo en 1955; y algo parecido sucedió alrededor del yrigoyenismo a principios de siglo XX. El proceso de degradación simbólica de esos movimientos populares que gobernaron tantos años muestra similitudes sorprendentes en sus enemigos y sucesores en el gobierno, tanto en el intento de desprestigiar a sus líderes como minimizar, degradar sus logros y estigmatizar o despreciar a sus seguidores. No obstante, la misma maniobra ideológica puede rastrearse hasta el Facundo de Domingo F. Sarmiento y sus comentarios y su caracterización del caudillo y sus seguidores. El postulado centrado en la dicotomía “civilización y barbarie” sigue vigente en nuestro país para la derecha argentina, siempre soberbia, racista y autoritaria, tanto en su conceptualización de la sociedad como en su praxis política.
Es por eso que podemos afirmar que para el macrismo y sus vecinos ideológicos (inclusive cierta izquierda), aunque sí existen los kirchneristas, es decir los funcionarios y dirigentes del Frente para la Victoria y el núcleo duro de seguidores “fanáticos” o ultras, lo que no existe es el kirchnerismo como movimiento o expresión política aglutinante, porque no cuenta con un ideario o ideología política, es sólo un conjunto de intereses individuales y egoístas esgrimidos por un grupo de personas que recurren a cualquier tipo de medidas para mantenerse en el usufructo del poder.
Sin embargo, nuestra historia demuestra que cada vez que se puso en funcionamiento este tipo de operación política, ejecutada para invisibilizar, para hacer desaparecer estos movimientos populares, esos intentos fracasaron, incluidos los que utilizaron la violencia y la proscripción política.
Semejante desafío de manipulación semántica de la realidad argentina suele chocar contra la racionalidad, contra el más simple análisis sociológico y antropológico de nuestra sociedad. Es más, hoy en día, ya puede verse el agotamiento de la operación de desprestigio del kirchnerismo, no sólo por el rechazo de gran parte de la sociedad a sus argumentos sino también por la inocultable aparición de los desaguisados y errores del mismo macrismo en el ejercicio del gobierno. Además, hay que reconocer que poco contribuye al propósito oficialista la comparación de las penurias actuales que vive la sociedad con sus recuerdos de lo vivido durante el gobierno anterior. De esta manera, las pretendidas ficciones kirchneristas que alega el oficialismo vuelven a brillar bien reales en el imaginario de la sociedad cada vez que pierde un derecho o un logro o nota que los bolsillos se resienten día a día desde la llegada de la “revolución de la alegría” macrista.