17 de abril de 2017

#1A, 1° de abril de 2017, el día de la caída del Gral. Lonardi...

Presidente de facto, Gral. Lonardi
Varios voceros y medios de difusión afines al gobierno señalaron que luego de la multitudinaria marcha del 1° de abril de votantes de Cambiemos, el presidente y su círculo cercano se sintieron respaldados en sus políticas. Ese hecho redundó en la profundización de las políticas económicas y sociales del macrismo, entre ellas, las políticas represivas. Para algunos analistas del día a día, esto fue sorpresivo, más aún en un año electoral en el que la economía no ayuda para nada a la perspectiva de realizar un papel destacado en las elecciones de octubre. Se habría acabado la etapa del “macrismo zen” iniciado durante la campaña proselitista de 2015, para pasar, entonces, al “vamos por todo” del macrismo de 2017. Creemos, sin embargo, que lo que se produjo ese sábado fue un previsible giro macrista en el gobierno, un cambio de pantalla de la que llamamos aquí la “revolución macrista”. Creemos asimismo que para emprender un análisis del gobierno de Cambiemos no es adecuado compararlo con los actuales gobiernos de derecha del continente, ni tampoco con el menemismo de los años noventa. El modelo que se debe utilizar es el de otra “revolución” similar en lo político y económico: la autodenominada Revolución Libertadora, que comenzó en 1955 al derrocar el gobierno de Juan Domingo Perón.
Para eso, repasemos primero, brevemente, cómo fue la dinámica de aquella “revolución”.

Luego del golpe militar al gobierno de Perón (que duró una década), el general Eduardo Lonardi se hace cargo del gobierno en la autodenominada Revolución Libertadora, y es el cardenal Antonio Caggiano quien le hace entrega de la banda presidencial en lugar de su antecesor en el cargo, quien había sido derrocado. De inmediato, el “presidente” destituye a los miembros de la Corte Suprema de Justicia. La intención última de Lonardi y los suyos era impedir que el peronismo volviese al poder, pero sin recurrir a una represión masiva, ni derogar la Constitución de 1949 ni las leyes sociales y laborales sancionadas por el gobierno peronista. Se pensaba que era necesario reeducar a la población que había sido “engañada” por las campañas desde el estado peronista y la demagogia de Perón. También intentaba convencer a los dirigentes de la CGT para que acepten la nueva situación política y económica. La consigna que lanzó entonces para pacificar el país dividido entre peronistas y antiperonistas fue “ni vencedores ni vencidos”. El general Lonardi era proclive a negociar con el peronismo (sin Perón, por supuesto) y conservar la mayoría de las conquistas sociales y laborales del gobierno anterior; eso lo hacía a través del Ministro de Trabajo, en su relación con la CGT. Sin embargo, en su primer discurso como “presidente” dijo:

Diez años de irresponsabilidad y corrupción nos han llevado a la situación más desastrosa de nuestra historia económica. El país se ha empeñado en hacer lo que nadie puede cumplir. Impulsado por una tremenda insensatez, ha tratado de consumir más de lo que producía y así ha gastado sus reservas monetarias…”.

Frases y conceptos que resuenan hoy en los miembros de Cambiemos. Pero sigamos repasando ese discurso:

 “Uno de los hechos más serios… es ese aumento insignificante de lo que cada habitante produce en promedio respecto a hace diez años. Aquí está al descubierto la base completamente ficticia en que se apoyaban las mejoras sociales de que se vanagloriaba la administración depuesta”. Y remataba: “Tiene ahora el país que reparar diez años de errores, desquicio y confusión. Si alguien se hubiera propuesto desarticular la economía y aniquilar las fuerzas dinámicas, no lo habría podido hacer a tal cabal perfección”.

El autor del programa económico de la Libertadora, Raúl Presbisch, decía:

(Argentina) “atraviesa por la crisis más aguda de su desarrollo económico” (…) “Si se ha de superar rápidamente la crisis actual de desarrollo se requieren empréstitos e inversiones privadas del extranjero. Si no se desea admitirlos, el país tendrá que resignarse a continuar, indefinidamente, su precaria situación actual”.

Son evidentes aquí las similitudes de la Revolución Libertadora y la que llamamos Revolución Macrista, tanto en el diagnóstico de la situación del país que ambas recibieron del peronismo, como las acciones que emprendieron para solucionar los supuestos problemas en sus respectivas etapas históricas. Pero esas fueron las respectivas “primeras etapas” de sendas revoluciones. Veamos ahora lo que sucede en la segunda etapa de la libertadora.

Presidente de facto, Gral. Aramburu
En el mismo 1955 ya había otro sector dentro de esa dictadura que era más liberal en economía y más antiperonista en lo político, y que pretendía erradicar de cuajo al peronismo de la vida política argentina utilizando cualquier recurso a mano. Finalmente, en noviembre este sector da un golpe palaciego, desaloja del gobierno al general Lonardi y coloca en su lugar al general Pedro E. Aramburu. Se produce entonces un giro autoritario (más aún), y con él pasa directamente a ser delito cualquier referencia al gobierno anterior, incuso mencionar a Perón y Eva Perón. Comienza así la que llamamos segunda etapa de la revolución, de corte ya netamente liberal en lo económico y de una línea más dura frente al peronismo. Se disuelve el Partido Peronista y se inhabilita a sus dirigentes. Se produce una catarata de investigaciones de facto de las presuntas irregularidades del gobierno peronista. La meta del gobierno era desperonizar al país. Se intervienen los sindicatos y la CGT y se encarcelan miles de dirigentes sindicales luego de una huelga declarada como protesta por las medidas mencionadas. Se deroga por bando militar la Constitución de 1949 y se impone nuevamente la vigente hasta ese año. Luego de un frustrado levantamiento militar contra esa dictadura, liderada por el general Juan José Valle se fusilan 32 civiles y militares, Valle entre ellos. Se suspendieron las convenciones colectivas de trabajo, se congelaron los salarios, por lo que los trabajadores perdieron poder adquisitivo, se “depuraron” la administración pública y las universidades, y se controlaron los medios de difusión, homogeneizando la opinión pública (o, mejor dicho, publicada).
En lo económico, el giro liberal de la revolución lleva al país a ingresar al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial, ya que el peronismo nunca había querido hacerlo. Ese giro hacia la ortodoxia implicaba abandonar las políticas que favorecían al mercado interno como motor de crecimiento, la emisión fiscal y las subvenciones a sectores que los funcionarios e ideólogos “libertadores” consideraban artificiales. Se aplicaron fuertes devaluaciones que favorecieron a los sectores agrarios concentrados. Se abrieron los mercados y se apostó fuertemente a las exportaciones agropecuarias. Se estancó la industria y se descontroló la inflación. Todo esto trajo como consecuencia lógica la disminución de la participación de los trabajadores en la renta nacional, elevando la productividad, reduciendo la mano de obra y el poder de los sindicatos.
Esta segunda etapa de la revolución, más ultra en lo político, se caracteriza por profundizar la división política de la sociedad y auspiciar un revanchismo contra todo lo tildado como peronista. Se asemeja (salvando las grandes distancias que existen al comparar un gobierno dictatorial con uno democrático) con el actual giro en la revolución macrista. La falta de respaldo democrático de la libertadora, pretendidamente compensado con el apoyo del antiperonismo militante y la violencia de un gobierno de facto, se iguala pero se contrapone a la vez con el apoyo hacia el gobierno de Cambiemos (minoritario ya pero remanente) del núcleo duro de antikirchnerismo de la sociedad. Paradójicamente, algunos partidos que apoyaban aquella dictadura antiperonista del siglo pasado hoy son miembros o apoyan al actual oficialismo.
Tanto los “libertadores” a partir de 1955 como Cambiemos hoy, quienes en la oposición se caracterizaron por el “purismo” republicano, criticando las supuestas “desviaciones autoritarias” o anticonstitucionales del gobierno, haciendo uso de un “republicanismo” o “legalismo” teóricos y principistas, una vez llegados al gobierno hicieron exactamente todo lo que criticaban y mucho más. Cometiendo todos los “pecados” que le atribuían al peronismo o al kirchnerismo, y de una forma más burda.
El gobierno de Macri, como el de los generales Lonardi o Aramburu, cambiaron la estructura de distribución de la riqueza, el modelo económico y el proyecto de país en una forma revolucionaria. Como ni en 1955 ni en 2015 se produjeron las crisis que tanto presagió la derecha argentina a través de sus voceros (y que tanto necesitaba el modelo de país que pretendían instalar, para el cual necesitaban ejecutar una política de shock liberal de ajuste salvaje) ambos gobiernos de derecha las produjeron, las fraguaron ellos mismos apenas llegaron al poder, de inmediato, para así justificar y aplicar su preciado modelo económico.

Pero, entonces, ¿qué podemos esperar de aquí en delante de un gobierno como el de Cambiemos? Siguiendo con las similitudes y de acuerdo a las previsiones de diversos analistas de la economía y la política actual, es previsible un giro autoritario en lo político y neoliberal en lo económico: es decir, una aramburización del macrismo. Es de esperar, entonces, como ya dijimos aquí en julio del año pasado en La revolución macrista (II), una lección para la izquierda nacional:

La incógnita sobre la eficacia del macrismo para llevar adelante las próximas medidas de gobierno de su plan se despejará en los próximos seis o doce meses, cuando los medios de comunicación hegemónicos ya no puedan ocultar eficazmente los resultados perniciosos de la economía, cuando los titulares sobre la corrupción o la herencia kirchnerista no sirvan para “entretener” a la sociedad frente a la herencia y la corrupción propias. Será entonces cuando veremos si los métodos revolucionarios del macrismo son suficientes para seguir avanzando en su agenda de gobierno, si el establishment lo sigue apoyando o si le fija nuevos objetivos y, principalmente, si la sociedad sigue avalando su rumbo. De no ser así, veremos qué métodos utiliza entonces para continuar con su programa de gobierno, si aminora la marcha o si acelera a pesar de todo y de todos. Porque la historia argentina muestra, lamentablemente, que la derecha nunca se detiene en su camino y apela a cualquier método, legal o no, pacífico o no, constitucional o no, pacífico o no para lograr sus fines. Y no tiene pruritos ni remordimiento al enfrentar a sus adversarios desde el poder, sean éstos minoritarios o mayoritarios. En tal caso, la derecha conservadora siempre fue y será revolucionaria para mantener o recuperar sus privilegios.

Como vemos, de esta manera finalmente se estaría cumpliendo lamentablemente el verdadero programa de gobierno del macrismo, el que anunciamos aquí antes del balotaje de 2015 en 10 razones para votar a Macri y 10 razonespara votar a Scioli.


De aquí en más, ya que es evidente el rumbo irrenunciable del macrismo en materia económica y social, a diferencia de los tiempos de la libertadora, hoy está en manos de la sociedad (de la mayoría de la sociedad que no acuerda con él) la posibilidad de detener o ralentizar el avance de ese proyecto de país, o al menos reducir los daños que produzca en sus millones de víctimas. Uno de los medios es la movilización y las medidas de fuerza de la clase trabajadora argentina; pero la más importante es, sin duda, la urna. En tan sólo meses, sabremos si el pueblo (nosotros) hace buen uso de todas ellas.



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