4 de marzo de 2013

4 de marzo de 1811, muere Mariano Moreno y nace otra revolución...

Hace hoy 202 años que la Revolución de Mayo perdió a su principal figura, a su mente más brillante y su espíritu más fogoso: el fuego sagrado de la revolución. Tal es así que su breve legado influyó profundamente en los principales gestores de la independencia argentina (incluso San Martín), considerados por ello los fieles seguidores de sus lineamientos político-económicos. ¿Qué hubiese pasado si Moreno no moría ese día aciago de 1811? No lo sabemos, pero seguramente otra hubiese sido la revolución nacida el año anterior. Sin embargo los ideales de Moreno no murieron con él, aunque siguieron un camino sinuoso y su proyecto patriótico aún hoy está inconcluso.
Pero para caracterizar su rico legado y su personalidad, este humilde servidor público le da la palabra a quienes pueden explicarlos mejor, y resaltar así el valor histórico de este adalid de la libertad que desde el fondo de la historia vigila los pasos de este humilde y pretensioso blog basurero.

Repasemos ahora estos retazos de textos sobre Mariano Moreno (1778 - 1811) :


Mariano Moreno
Felipe Pigna

Mariano Moreno nació en Buenos Aires el 23 de septiembre de 1778. Su padre, Manuel Moreno y Argumosa, nacido en Santander, era funcionario de la Tesorería de las Cajas Rurales. Su madre, Ana María Valle, era una de las pocas mujeres en Buenos Aires que sabía leer y escribir, y Moreno aprendió con ella sus primeras letras. El de los Moreno era un típico hogar de funcionario de mediana jerarquía, con casa propia y varios esclavos, en los Altos de San Telmo, a prudente distancia del aristocrático barrio del Fuerte. Su aprendizaje posterior estuvo limitado por las escasas posibilidades económicas de su familia: la escuela del Rey y el Colegio de San Carlos, que sólo lo admitió como oyente. Fray Cayetano Rodríguez, uno de los maestros de Moreno, le abrió la biblioteca de su convento. Su aspiración a seguir estudios en la Universidad de Chuquisaca se vio postergada hasta que su padre pudo reunir el dinero necesario. Finalmente, en noviembre de 1799, Moreno emprendió la travesía hacia el Norte. Dos meses y medio de viaje, incluyendo quince días de enfermedad en Tucumán, fueron el prólogo de la nueva etapa de su vida.
En 1802, Moreno visitó Potosí y quedó profundamente conmovido por el grado de explotación y miseria al que eran sometidos los indígenas en las minas. De regreso a Chuquisaca, escribió su Disertación jurídica sobre el servicio personal de los indios, donde decía entre otras cosas: "Desde el descubrimiento empezó la malicia a perseguir unos hombres que no tuvieron otro delito que haber nacido en unas tierras que la naturaleza enriqueció con opulencia y que prefieren dejar sus pueblos que sujetarse a las opresiones y servicios de sus amos, jueces y curas".
Moreno no fue protagonista de la Semana de Mayo. No se lo escuchó como a Castelli en el famoso Cabildo del 22, ni anduvo por la plaza con los chisperos de French y Beruti. Su protagonismo comenzó el 25 de mayo de 1810, al asumir las Secretarías de Guerra y Gobierno de la Primera Junta. Desde allí desplegará toda su actividad revolucionaria. Bajo su impulso, la Junta produjo la apertura de varios puertos al comercio exterior, redujo los derechos de exportación y redactó un reglamento de comercio, medidas con las que pretendió mejorar la situación económica y la recaudación fiscal. Creó la biblioteca pública y el órgano oficial del gobierno revolucionario, La Gazeta, dirigida por el propio Moreno, que decía en uno de sus primeros números: "El pueblo no debe contentarse con que sus jefes obren bien; él debe aspirar a que nunca puedan obrar mal. Seremos respetables a las naciones extranjeras, no por riquezas, que excitarán su codicia; no por el número de tropas, que en muchos años no podrán igualar las de Europa; lo seremos solamente cuando renazcan en nosotros las virtudes de un pueblo sobrio y laborioso".
Moreno, preocupado por los sentimientos conservadores que predominaban en el interior, entendió que la influencia de los diputados que comenzaban a llegar sería negativa para el desarrollo de la revolución. A partir de una maniobra de Saavedra, estos diputados se fueron incorporando al Ejecutivo, y no al prometido Congreso Constituyente. Moreno se opuso y pidió que se respetara la disposición del 27. Pero estaba en minoría y sólo recibió el apoyo de Paso.
Cornelio Saavedra, moderado y conciliador con las ex autoridades coloniales, había logrado imponerse sobre Mariano Moreno. Para desembarazarse de él lo envió a Europa con una misión relacionada con la compra de armamento. Moreno aceptó, quizás con la intención de dar tiempo a sus partidarios para revertir la situación, y quizás también para salvar su vida. Saavedra dio su versión de los hechos en una carta dirigida a Chiclana el 15 de enero de 1811: "Me llamó aparte y me pidió por favor se lo mandase de diputado a Londres: se lo ofrecí bajo mi palabra; le conseguí todo: se le han asignado 8.000 pesos al año mientras está allí, se le han dado 20.000 pesos para gastos; se le ha concedido llevar a su hermano y a Guido, tan buenos como él, con dos años adelantados de sueldos y 500 pesos de sobresueldo, en fin, cuanto me ha pedido tanto le he servido".
La fragata inglesa Fama soltó amarras el 24 de enero de 1811. A poco de partir Moreno, que nunca había gozado de buena salud, se sintió enfermo y le comentó a sus acompañantes: "Algo funesto se anuncia en mi viaje...". Las presunciones de Moreno no eran infundadas. Resulta altamente sospechoso que el gobierno porteño hubiera firmado contrato con un tal Mr. Curtis el 9 de febrero, es decir, quince días después de la partida del ex secretario de la Junta de Mayo, adjudicándole una misión idéntica a la de Moreno para el equipamiento del incipiente ejército nacional. El artículo 11 de este documento aclara "que si el señor doctor don Mariano Moreno hubiere fallecido, o por algún accidente imprevisto no se hallare en Inglaterra, deberá entenderse Mr. Curtis con don Aniceto Padilla en los mismos términos que lo habría hecho el doctor Moreno".
Al poco tiempo de partir Moreno hacia su destino londinense, Guadalupe, que había recibido en una encomienda anónima un abanico de luto, un velo y un par de guantes negros, comenzó a escribirle decenas de cartas a su esposo. En una de ellas le decía: "Moreno, si no te perjudicas, procura venirte lo más pronto que puedas o hacerme llevar porque sin vos no puedo vivir. No tengo gusto para nada de considerar que estés enfermo o triste sin tener tu mujer y tu hijo que te consuelen; ¿o quizás ya habrás encontrado alguna inglesa que ocupe mi lugar? No hagas eso Moreno, cuando te tiente alguna inglesa acuérdate que tienes una mujer fiel a quien ofendes después de Dios". La carta estaba fechada el 14 de marzo de 1811, y como las otras, nunca llegó a destino. Mariano Moreno había muerto hacía diez días, tras ingerir una sospechosa medicina suministrada por el capitán del barco. Su cuerpo fue arrojado al mar envuelto en una bandera inglesa. Guadalupe le siguió escribiendo sus fogosas cartas. Se enteró de la trágica noticia varios meses después, cuando Saavedra lanzó su célebre frase: "Hacía falta tanta agua para apagar tanto fuego". Los boticarios de la época solían describir los síntomas producidos por la ingesta de arsénico como a un fuego que quema las entrañas.

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El hombre de Mayo y la redistribución del ingreso
Norberto Galasso.

En los países que hoy se denominan "emergentes" –o en otro lenguaje, "tercermundistas" o "semicoloniales"– hay todavía dos temas de inevitable polémica: 1) dónde y cómo obtener los recursos para la inversión que promueva el crecimiento económico y 2) cómo corresponde redistribuir el ingreso. Sobre ambos existen diversas respuestas pero a menudo queda en el olvido que en los orígenes de Mayo se planteó ya la cuestión y que Mariano Moreno dio su opinión al respecto, de una u otra manera avalado por Belgrano cuando reconocía en él "las luces que yo quisiera tener" (carta del 27/9/1810), por San Martín en la construcción del ejército de los Andes en Cuyo (entre 1815 y 1817) y por la política de los López en el Paraguay previo a la Guerra de la Triple Alianza. La respuesta morenista fue derrotada y probablemente residan allí los problemas que todavía afrontamos.
Con respecto a la redistribución del ingreso, Moreno era contundente: "Es máxima aprobada que las fortunas agigantadas en pocos individuos, a proporción de lo grande de un Estado, no sólo son perniciosas, sino que sirven de ruina a la sociedad civil, cuando no solamente con su poder absorben el jugo de todos los ramos de un Estado, sino cuando también en nada remedian las grandes necesidades de los infinitos miembros de la sociedad, demostrándose como una reunión de aguas estancadas, que no ofrecen otras producciones sino para el terreno que ocupan pero que, si corriendo rápidamente su curso bañasen en todas las partes de una a otra, no habría un solo individuo que no las disfrutase, sacando la utilidad que le proporcionase la subsistencia política, sin menoscabo y perjuicio" (Plan de Operaciones). Hace 202 años que Moreno afirmaba esto que los saavedristas –de ayer y de hoy– consideran propias de "una furiosa democracia"... que pretende "distribuir los bienes de los más ricos ciudadanos", como lo sostenía la proclama del golpe antimorenista del 5 y 6 de abril de 1811.
Con respecto a la otra cuestión, los hombres de Mayo se encuentran en la necesidad de promover el crecimiento, dar trabajo y en especial, instalar fábricas de pólvora y fusiles, no existiendo, por entonces, un sector social capaz de asumir esas tareas. Moreno plantea entonces: "Se pondrá la máquina del Estado en un orden de industrias, lo que facilitará la subsistencia de miles de individuos." Agrega que 200 o 300 millones de pesos "serán empleados poniéndolos en el centro mismo del Estado" para desarrollar fábricas, artes, ingenios y demás establecimientos como así en agricultura, navegación, etcétera. Pero, ¿dónde obtener esos recursos? La solución morenista consiste en "apropiarse de 500 o 600 millones de pesos" pertenecientes a los mineros del Alto Perú, lo cual –explica– "descontentará a cinco o seis mil individuos pero las ventajas habrán de recaer sobre ochenta mil o cien mil". Y se pregunta: "¿Qué obstáculos deben impedir al gobierno, luego de consolidar el Estado sobre bases fijas y estables, para no adoptar unas providencias que aun cuando parecen duras para una pequeña parte de individuos, por la extorsión que pueda causarse a cinco o seis mil mineros, aparecen después las ventajas públicas que resultan con la fomentación de las fábricas, artes, ingenios y demás establecimientos en favor del Estado y de los individuos que las ocupan en sus trabajos?". Para atemperar el rigor de las medidas, afirma que "después de conseguidos los fines, se les recompensará a aquellos a quienes se gradúe agraviados, con algunas gracias o prerrogativas". Estas medidas se acompañarán con "prohibición absoluta a los particulares para trabajar minas de plata y oro, quedando el arbitrio de beneficiarlas y sacar sus tesoros por cuenta de la Nación" y "quien tal intentase, robará a todos los miembros del Estado por cuanto queda reservado este ramo para adelantamientos de los fondos públicos y bienes de la sociedad". Asimismo, "el Estado debe tratar de la creación de casas de ingenios, creando todas las oficinas que sean necesarias como laboratorios, casas de moneda y demás"... Y concluye: "Las medidas enunciadas producirán un continente laborioso, sin necesidad de buscar exteriormente nada de lo que necesita para la conservación de sus habitantes, no hablando de aquellas manufacturas que siendo como un vicio corrompido, son de un lujo excesivo e inútil, que deben evitarse principalmente porque son extranjeras y se venden a más oro de lo que pesan."
En lo relativo al plan y las obras iniciadas, en sus escasos siete meses en el gobierno, quizás expliquen que en Buenos Aires, al conocerse que Moreno falleció al ingerir un medicamento "equivocado" que le dio el capitán de la fragata inglesa en que viajaba a Europa, haya cundido la versión de que había sido envenenado.

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Mariano Moreno y la libertad de escribir
La dirigencia revolucionaria de 1810 sabía que se libraría una dura guerra de fusiles, cañones y bayonetas, pero sabía que, en verdad, lo que se estaba llevando adelante era, además de un cambio gubernativo, una “feliz revolución en las ideas”, como la definía Moreno, y que estaba dejando toda su impronta en el terreno de la acción política. Fue justamente Mariano Moreno, el “jacobino” de la Revolución de Mayo, el que representó quizás de forma más emblemática este nuevo clima.
Nacido en Buenos Aires, el 23 de septiembre de 1778, tenían 21 años apenas cuando llegó a Chuquisaca, antes Charcas y La Plata y luego Sucre, capital constitucional de Bolivia. Allí conoció al canónigo Terrazas, quien pronto le dio cobijo intelectual y prestó su biblioteca que, lejos de ser un cerrado centro de la cultura católica, era más bien un amplio universo de ideas. Allí recogió las ideas de la igualdad de derechos para los criollos e indios y aprendió a repudiar las crueldades de la esclavitud.
Entrada la década de 1800, ya recibido de abogado, casado con María Guadalupe Cuenca y con un hijo, regresó a Buenos Aires. Hacia 1810, con 31 años, Moreno era ya un hombre de la revolución. Había logrado ser reconocido a partir de la redacción de un extenso alegato en defensa del fomento a la agricultura y las manufacturas, que lo oponían a la burocracia española. Quizás algo de imprevisto lo tomó el hecho de ser nombrado como secretario de la Primera Junta de Gobierno, en mayo de 1810. El 25 de mayo asumió la Secretaría de Guerra y Gobierno de la Primera Junta.
Moreno encarnaba el ideario de los sectores que propiciaban algo más que un cambio administrativo y, por ello mismo, se ganó la enemistad de muchos. El deán Funes, el mismísimo Saavedra, entre otros, entrevieron el peligro que encarnaba para sus proyectos conservadores. Pronto forzaron su renuncia a sus cargos en Buenos Aires y lo enviaron como representante del gobierno a Londres, rumbo al que partió el 24 de enero de 1811. Poco tiempo después, el 4 de marzo, encontraba en altamar su misteriosa muerte. Dos años después, el médico Juan Madera aseguraba haber oído al padre Azcurra dar gracias a Dios por la separación de Moreno y advirtiendo: “Ya está embarcado y va a morir”.
Recordando la fecha del fallecimiento de uno de los máximos revolucionarios de 1810, traemos algunas de sus ideas respecto a la libertad de prensa, publicadas en la Gazeta de Buenos Aires, el 21 de junio de 1810.

Fuente: Mariano Moreno, “Sobre la libertad de escribir”, en Mariano Moreno, Escritos políticos y económicos, (Norberto Piñero Comp.), Buenos Aires, La Cultura Argentina, 1915.

"Seamos, una vez, menos partidarios de nuestras envejecidas opiniones; tengamos menos amor propio; dése acceso a la verdad y a la introducción de las luces y de la ilustración no se reprima la inocente libertad de pensar en asuntos del interés universal; no creamos que con ella se atacará jamás impunemente el mérito y la virtud, porque hablando por el mismo en su favor y teniendo siempre por arbitro imparcial al pueblo, se reducirán al polvo los escritos de los que indignamente osasen atacarles. La verdad, como la virtud, tienen en sí mismas su más incontestable apología; a fuerza de discutirlas y ventilarlas aparecen en todo su esplendor y brillo; si se oponen restricciones al discurso, vegetará el espíritu como la materia; el error, la mentira, la preocupación, el fanatismo y el embrutecimiento, harán la divisa de los pueblos, y causarán para siempre su abatimiento, su ruina y su miseria."

Mariano Moreno

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Mariano Moreno concibió un plan revolucionario de insurrección continental.
A 200 años de la muerte ocurrida en forma confusa en altamar del conductor del proceso revolucionario de 1810 en Buenos Aires, los actuales objetivos de integración impulsados por varios gobiernos del continente retoman aquellas viejas banderas levantadas por Miranda, Bolívar, San Martín, Artigas, Sucre y Moreno, entre otros.
Además de despachar fuerzas militares hacia el Alto Perú y Paraguay, el Secretario de la Primera Junta concibió un plan revolucionario de insurrección continental. En la “Introducción” a dicho Plan de Operaciones – el documento más importante, sin dudas, del período–, se ponía en claro cuáles eran los objetivos: Expresar las ideas que “han de servir para regir en parte el móvil de las operaciones que han de poner a cubierto el sistema continental de nuestra gloriosa insurrección”. O sea que para Mariano Moreno la revolución que había nacido en Buenos Aires el 25 de mayo de 1810, no era un proceso rioplatense sino que, desde el vamos, la concebía como parte de la revolución continental. (...) La concepción revolucionaria de Moreno y sus seguidores resultaba peligrosa para los criollos conservadores, por lo que la contrarrevolución no tardó en germinar en la capital del ex virreinato: “Un distinguido comandante de milicias, entrado en años –nos cuenta José Ingenieros– y un fracasado aspirante a obispo, símbolos del viejo régimen en que se habían formado, deshacían, por una intriga y un motín, la obra revolucionaria pensada por jóvenes enciclopedistas de carrera universitaria que se llamaron Moreno, Castelli, Paso, Belgrano… Los dos primeros no estaban ya en la Junta; a Belgrano se le quitó el mando militar; Rodríguez Peña, Larrea, Azcuénaga y Vieytes, destituidos; French y Berutti, expatriados por los facciosos, lo mismo que Donado, Posadas y otros.”
El mejor homenaje a Mariano Moreno en el bicentenario de su trágica muerte, y a todos los revolucionarios de la guerra de la independencia que pertenecieron al “partido americano”, como definía su pertenencia San Martín, es este andar por el camino de la integración de los pueblos y gobiernos de Nuestra América, hoy una gran realidad en marcha.
Por Horacio A. López
Historiador. Subdirector del C. C. de la Cooperación Floreal Gorini.

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