27 de enero de 2011

¿Domingo Cavallo Premio Nóbel de Economía?


A raiz de la crisis económica mundial más grande desde 1930, uno podía esperar debates entre economistas encumbrados, entre teóricos reconocidos o entre políticos exitosos en esa materia, pero lo que nunca imaginamos es un debate sobre economía en crisis entre Paul Krugman, profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de Economía de 2008 y Joseph Stiglitz, profesor de Economía en Columbia y Premio Nóbel de Economía de 2001, por un lado y Domingo Cavallo, profesor de Economía en Harvard. Y esto es lo que ha sucedido en los medios en estos días del nuevo año. La arena de la batalla fueron las páginas del diario El País de España, desde donde nuestro envalentonado Cavallo criollo embistió contra Krugman. Las visiones contrapuestas se enriquecen al sumar la de Stiglitz, y tomar como centro del debate la caída y resurrección de la economía argentina, su estado actual y las posibles enseñanzas que se pueden tomar de ello según los participantes. Para no redundar en datos y anécdotas, vayamos a las palabras y visiones de los contendientes. Señores, aquí los argumentos:


¿Tiene salvación Europa?
Su fracaso sería una tragedia para el mundo que toma como modelo de conducta al Viejo Continente.
Por Paul Krugman
.
Europa padece una crisis profunda; porque el logro del que está más orgullosa, la moneda única adoptada por la mayoría de los países europeos, está ahora en peligro. Lo que es más, cada vez se parece más a una trampa. Irlanda, aclamado como el Tigre celta no hace mucho tiempo, ahora está luchando para evitar la quiebra. España, una economía en auge hasta hace pocos años, ahora tiene un 20% de desempleo y se enfrenta a la perspectiva de años de deflación dolorosa y agotadora. (...) la moneda compartida reforzaría la sensación de unidad europea.
El Euro nació oficialmente el 1 de enero de 1999. Al principio, era una moneda virtual: las cuentas bancarias y las transferencias electrónicas se expresaban en euros, pero la gente seguía teniendo francos, marcos y liras en sus carteras. Tres años después, se llevó a cabo la transición final y el euro se convirtió en el dinero de Europa.
El mercado de eurobonos empezó a rivalizar pronto con el mercado de bonos en dólares; los pagarés en euros empezaron a circular por todo el mundo. Y la creación del euro infundió una nueva sensación de confianza, especialmente a aquellos países europeos que históricamente habían sido considerados riesgos de inversión. Hasta más tarde que resultó evidente que este aumento de la confianza era el cebo de una trampa peligrosa.
Grecia, con su larga historia de impagos de deudas y rachas de inflación elevada, era el ejemplo más llamativo. Hasta finales de los años noventa, la historia fiscal de Grecia quedaba reflejada en el rendimiento de sus bonos: los inversores solo compraban bonos emitidos por el Gobierno griego si estos ofrecían unos intereses mucho más altos que los bonos emitidos por gobiernos considerados apuestas seguras, como Alemania. Sin embargo, a medida que el estreno del euro se acercaba, la prima de riesgo de los bonos griegos se desvanecía. Después de todo, se razonaba, la deuda griega pronto sería inmune a los peligros de la inflación: el Banco Central Europeo procuraría que así fuese.
A medida que los tipos de interés convergían en toda Europa, los que antes eran países con tipos de interés elevados se dejaron llevar, como era de prever, por el frenesí del préstamo.
Pero Europa merece cargar con la misma responsabilidad los europeos tenían sus economías periféricas que, de forma similar, tomaron prestado mucho más dinero del que realmente podían permitirse devolver.
En Grecia, la historia es sencilla: durante los años de los préstamos fáciles, el Gobierno conservador de Grecia asumió una gran deuda (más de la que reconocía). Cuando el Gobierno cambió de manos en 2009, las ficciones contables salieron a la luz; de repente, se descubrió que Grecia tenía un déficit mucho mayor y una deuda considerablemente superior de lo que todo el mundo pensaba. Los inversores, comprensiblemente, emprendieron la huida.
Hace solo unos años, España, con diferencia la mayor de las economías en crisis, era un ciudadano europeo modélico, con un presupuesto equilibrado y una deuda pública aproximadamente la mitad de grande, expresada como porcentaje del PIB, que la de Alemania. Lo mismo se podía decir de Irlanda. ¿Qué fue lo que salió mal?
En primer lugar, se produjo un grave revés fiscal a causa de la crisis. Los ingresos se hundieron en España e Irlanda y, a medida que subió el paro, también lo hizo el coste de las prestaciones por desempleo. Como consecuencia, tanto España como Irlanda pasaron de superávits presupuestarios justo antes de la crisis a enormes déficits presupuestarios en 2009.
Cuando la burbuja estalló, se sospechó inmediatamente de la solvencia de los bancos irlandeses. En un intento por impedir un ataque masivo contra el sistema financiero, el Gobierno de Irlanda garantizó todas las deudas bancarias (lo que cargó al Gobierno con esas deudas e hizo que se cuestionase su solvencia). En comparación, los grandes bancos españoles estaban bien regulados, pero había y hay una gran inquietud respecto al estado de las cajas de ahorro más pequeñas, y preocupación sobre cuánto tendrá que gastar el Gobierno español para evitar que quiebren.
En el transcurso del último año más o menos, primero Grecia y luego Irlanda se vieron atrapadas en un círculo vicioso financiero: a medida que los posibles prestamistas perdían la confianza, los tipos de interés que tenían que pagar por la deuda aumentaban, lo que socavaba sus perspectivas futuras, lo cual conducía a una pérdida mayor de confianza y a tipos de interés aún más altos. Los países europeos más fuertes solo consiguieron evitar una implosión inmediata proporcionando a Grecia e Irlanda líneas de crédito de emergencia, lo que les permitió esquivar temporalmente los mercados privados. ¿Pero cómo se va a resolver todo esto?
Algunos economistas, entre ellos yo mismo, observamos los males de Europa y tenemos la sensación de que hemos visto esta película antes, hace una década en otro continente: concretamente en Argentina.
A diferencia de España o Grecia, Argentina nunca renunció a su moneda, pero en 1991 hizo la siguiente mejor cosa posible: vinculó rígidamente su moneda al dólar estadounidense, y creó una "caja de conversión" según la cual cada peso en circulación estaba respaldado por un dólar de las reservas. Durante gran parte de los años noventa, Argentina se vio recompensada con unos tipos de interés mucho más bajos y grandes entradas de capital extranjero.
Sin embargo, Argentina acabó cayendo en una persistente recesión y perdió la confianza de los inversores. Hacia principios de 2002, después de airadas manifestaciones y una retirada masiva de los bancos, todo se había ido al garete. El vínculo entre el peso y el dólar se rompió, mientras el valor del peso caía en picado; entretanto, Argentina dejó de pagar sus deudas y terminó pagando solo unos 35 céntimos por cada dólar.
Es difícil evitar la sospecha de que el futuro podría deparar algo similar a una o más de las economías problemáticas de Europa.
Tal como yo lo veo, hay cuatro modos en que la crisis europea podría remitir (y podría remitir de manera diferente en los distintos países):
- Resistir: cabe la posibilidad de que las economías europeas puedan tranquilizar a los acreedores mostrando la voluntad suficiente para soportar el dolor y evitar así el impago y la devaluación. Los modelos de conducta en este caso son los países bálticos, Estonia, Lituania y Letonia, que han estado dispuestos a soportar una austeridad fiscal muy dura mientras los salarios se reducen poco a poco con la esperanza de restaurar la competitividad (un proceso conocido como "devaluación interna"). (...)
- La estrategia argentina completa: Argentina no solamente dejó de pagar su deuda externa; también abandonó su vínculo con el dólar, lo que permitió que el valor del peso cayese más de dos tercios. Y esta devaluación funcionó: a partir de 2003, Argentina experimentó una rápida recuperación económica impulsada por la exportación.
¿Seguirán el mismo camino uno o más de los países europeos con problemas? Para ello, tendrían que superar un gran obstáculo: el hecho de que ya no tienen sus propias monedas.
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Europa no debe seguir la estrategia argentina.
Por Domingo Cavallo.
El artículo de Paul Krugman titulado ¿Tiene salvación Europa?, que publicó EL PAÍS el pasado domingo, es muy bueno en términos de las alternativas que afronta Europa, pero cuando habla de la "estrategia argentina completa", hace una descripción errónea de sus supuestos méritos. Esta interpretación puede ser peligrosa para Europa.
Pero la insistencia de Paul Krugman en considerar que, a la postre, la salida que encontró Argentina a su crisis de 10 años atrás (a la que Krugman denomina "la estrategia argentina completa") es superior a la que lograron los países que, como Letonia, Estonia y Lituania, preservaron sus sistemas de convertibilidad monetaria, puede llevar a los europeos a adoptar decisiones equivocadas.
Tampoco menciona que la rápida recuperación a partir de 2003 se produjo gracias a un ritmo inédito de mejora en los términos del intercambio externo y que, a pesar de esta bonanza, a partir de 2002 la economía argentina se descapitalizó peligrosamente en sectores claves, desde la energía y los transportes hasta la ganadería. Y, como si todo esto fuera poco, está sufriendo niveles muy elevados de inflación en comparación con el resto de los países del mundo.
En el plano procedimental, Krugman sostiene que lo que hizo posible la devaluación en Argentina fue la retirada de dinero de los bancos y la imposición de límites a las extracciones de dinero en efectivo. Luego sugiere que la devaluación permitió parar esa corrida. En sus propios términos: "Esta retirada obligó al Gobierno argentino a limitar el dinero que se podía sacar y, una vez que estos límites entraron en vigor, fue posible cambiar el valor del peso sin desencadenar una segunda retirada masiva".
Esto no es cierto. La corrida en contra de los depósitos bancarios se acentuó después de la devaluación, a punto tal que el Gobierno debió transformar lo que era una simple restricción al retiro de efectivo, el denominado corralito, que permitía seguir utilizando el dinero bancario para los pagos, en una verdadera confiscación de todo tipo de depósitos bancarios, obligando a su reestructuración y congelación por un largo periodo de tiempo, el denominado corralón.
Yo estoy convencido de que con una combinación de las estrategias de "resistir", como lo están haciendo ahora, más una "reestructuración de la deuda" en los países con pocas posibilidades de recuperar la confianza inversora y, finalmente, un "europeísmo revitalizado" que los lleve a un mayor grado de integración fiscal y política,
Sería un suicidio para Europa y una calamidad para el mundo que los países europeos que hoy sufren crisis trataran de conseguir una salida siguiendo "la estrategia argentina completa".
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Contra toda esperanza, la esperanza del nuevo año.
Por Joseph E. Stiglitz.
Lamentablemente, las decisiones del nuevo año adoptadas en Europa y en los Estados Unidos fueron erróneas. La reacción ante los fallos y el derroche del sector privado que habían causado la crisis, ¡fue la de pedir austeridad al sector público! La consecuencia será, casi con toda seguridad, una recuperación más lenta e incluso una mayor demora antes de que el desempleo baje hasta niveles aceptables.
También habrá una disminución de la competitividad. Mientras que China ha mantenido en marcha su economía haciendo inversiones en educación, tecnología e infraestructuras, Europa y los Estados Unidos han estado reduciéndolas.
Se ha puesto de moda entre los políticos predicar las virtudes del dolor y del sufrimiento, seguramente porque quienes sufren las consecuencias son quienes apenas tienen voz y voto: los pobres y las generaciones futuras.
Los bancos nunca han querido reconocer sus créditos fallidos y ahora no quieren reconocer las pérdidas, al menos no hasta que puedan recapitalizarse mediante sus beneficios comerciales y el gran margen entre sus altos tipos de interés y los mínimos costos de su endeudamiento. El sector financiero presionará a los gobiernos para lograr el pago completo, aunque provoque un despilfarro social en gran escala, un enorme desempleo y un gran sufrimiento social... e incluso cuando sea consecuencia de sus errores en la concesión de créditos.
Pero, como sabemos por experiencia, no se acaba la vida después de la reestructuración de la deuda. Nadie desearía a cualquier otro país el trauma por el que pasó la Argentina en 1999-2002, pero este país también padeció en los años anteriores a la crisis –años de rescates por parte del FMI y de austeridad– a consecuencia de un enorme desempleo y tasas de pobreza y crecimiento bajo o negativo.
Desde la reestructuración de la deuda y la devaluación de su divisa, la Argentina ha tenido años de crecimiento del PIB extraordinariamente rápido, de casi el 9 por ciento por término medio de 2003 a 2007. En 2009, la renta nacional era el doble que en el peor momento de la crisis, en 2002, y más del 75 por ciento más que en el momento mejor del período anterior a la crisis.
Asimismo, la tasa de pobreza de la Argentina se ha reducido en unas tres cuartas partes en relación con el momento peor de su crisis y este país capeó la crisis financiera mundial mucho mejor que los EE.UU.: el desempleo es elevado, pero, aun así, no supera el 8 por ciento. Sólo podríamos conjeturar lo que habría ocurrido, si no hubiera aplazado el día del juicio final durante tanto tiempo... o si hubiese intentado retrasarlo aún más.
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Stiglitz a Cristina: "Argentina es un ejemplo para salir de la crisis"
El Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz le aseguró a la presidente Cristina de Kirchner que "siempre pone de ejemplo a la Argentina" como modelo para salir de la crisis, durante una reunión desarrollada en la Residencia de Olivos.
"El aumento del consumo en lugar de enfriar la economía es la consigna para salir de las crisis", le expresó el Premio Nobel 2001 a la Jefa de Estado.
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La experiencia argentina.
La pregunta que obsesiona a españoles, portugueses y griegos, y en forma más general a los países de la Unión Europa, parece encontrar una respuesta en la actual situación económica de la Argentina o, en forma más específica, en la política económica que puso en marcha el gobierno nacional a partir de 2003. Ya no son los datos oficiales, como los del Indec y del Ministerio de Economía, cuestionados hasta al hartazgo, sino los propios relevamientos privados los que demuestran –o admiten, según sea la perspectiva que se quiere adoptar– que la “experiencia argentina”, como destacan los economistas Paul Krugman y Joseph Stiglitz, es un norte que muchas naciones europeas deberían adoptar.
En semejante contexto, no es extraño que muchos políticos europeos comenzaran a prestar oídos a las recomendaciones de Krugman y Stiglitz, quienes han destacado en numerosas oportunidades cómo la “experiencia argentina”, desenganchada de las recomendaciones neoliberales y de espaldas a los gurues de la City, consolidó las bases para un crecimiento del PBI del orden del 84 por ciento desde 2003. Un modelo que permitió capear la severa crisis que disparó hace dos años el desplome de Lehman Brothers y que muestra hoy un nivel de inversión del orden del 23,5 por ciento del PBI.
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A modo de conclusión.
En este virtual debate imperdible (e inaudito) entre dos reconocidos premios nóbel de economía y un multiministro exitoso (reconocido es su éxito para ser convocado como presidente del Banco Central en la dictadura 76-83; y ministro de economía en los gobiernos de Menem y De La Rúa), se puede apreciar perfectamente el debate entre la ortodoxia y la heterodoxia de la economía capitalista actual. No se enfrentan aquí dos extremos, capitalismo-anticapitalismo, ni la economía de los noventa con la de los setenta, impregnada de socialismo, sino de dos visiones de la economía en el siglo XXI. El debate se planteó en el diario El País de España, permeable al discurso económico noventista en tiempos en que España parece aspirar a ser la Argentina delarruísta de Europa. Es notable la temeridad de Cavallo para refutar a Krugman y aconsejar a los europeos sobre cómo enfrentar la enorme crisis que recién comienza a mostrar los dientes en el viejo mundo. Pero esa es una característica muy conocida del mussoliniano exministro argentino. Ya nada nos va a sorprender a los argentinos que tuvimos que padecerlo tanto en sus diatribas mediáticas como en sus medidas económicas. No sabemos si en España este debate es visto como aquí, pero en caso de que los españoles o los europeos le den más crédito a Cavallo que a los dos premios nóbel y sigan su consejo, ya sabemos cómo sigue la película. Será cosa de advertir a los posibles parientes en esa región del globo sobre cómo actuar en consecuencia. Ésta fue otra contribución del Basurero Nacional a la salud informática de nuestro país y, quizás, de rebote de Europa también.

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